domingo, 11 de agosto de 2013

MI INVISIBLE YO, ESE DESCONOCIDO.

Tenemos tan abandonado el buen uso de nuestro intelecto, que en la mayor parte de las actividades cotidianas, su presencia se posterga, dando paso a la rutina que nos guia como si fueramos verdaderos autómatas.

¿Quien no se ha sorprendido a sí mismo inmerso en una abstracción absoluta, sumido en los mas variados pensamientos, yendo al volante a mas de cien kilometros por hora? A mi me ha ocurrido y cuando me he percatado de mi inconsciencia he sentido verdadero pánico.

¿De que mecanismos se valen nuestras capacidades para interactuar en dos o tres cosas a la vez?

¿Que corpusculo mental se pone en marcha para dictarnos en un femtosegundo la palabra que debe seguir a la que acabamos de pronunciar para con una velocidad pasmosa completar una frase con el exacto sentido que queremos darle?

Y..., ¿Por qué cuando escribimos, al querer culminar el sentido de una frase nos surje una palabra  que nos sorprende por tratarse de un término que jamás habiamos usado, teniendo que consultarlo en el diccionario para comprobar nuestro acierto sin poder evitar nuestra perplejidad al comprobar que era exactamente la palabra precisa?

Seria absurdo negar el que de cualquier forma, alguna vez haya llegado hasta nosotros ese vocablo, pero a lo que no encuentro explicación es al hecho de que si mi intelecto, a priori, no me permitia definirlo, ¿como es posible que ese propio intelecto me lo haya dictado como la palabra adecuada, con un acierto tan rotundo?

A mi criterio, es evidente, que en nuestra esencia, hay algo que está por encima de nuestro intelecto, algo así como una energia autosuficiente que pulsa los diversos botones de la máquina; y ese algo es el que ordena y dirije con precisión absoluta nuestra capacidad intelectual para que esta a su vez procese y facilite la información requerida, que puede llegar a ser infalible si la riqueza de información almacenada en la base de datos de nuestro cerebro lo permite. Si el intelecto actuase sin disciplina o de forma indiscriminada, nuestras acciones perderian su sensata coherencia y a pesar de ser ejecutores de nuestros actos, nunca podriamos ser responsables de los mismos.

El quid de la cuestión radica en descubrir que es y donde se encuentra ese encargado que mueve esos botones y a la vez, de que otro intelecto particularisimo se vale para saber en cada momento la información que tiene que pedir y el botón exacto en donde tiene que pulsar, teniendo tal capacidad de autonomia que como en muchisimos casos lo demuestra, tras recibir la información apetecida puede despreciarla, haciendonos actuar de acuerdo con su particular criterio que muchas veces puede ser completamente contrario a lo que la razón nos pueda haber aconsejado.

Es obvio, que el tiempo del que dispondria ese supuesto encargado para llevar a efecto su misión, tendria que situarse en escalas tan infimas que no podrian superar el attosegundo, que equivale a la trillonesima parte de un segundo, especialmente en lo que solemos calificar como movimientos reflejos, en los que la causa y el efecto se producen al unísono.

Podriamos pensar que esas órdenes surgen de nuestro propio cerebro, pero entonces ¿quien es o que es lo que le sugiere iniciar o cancelar esas órdenes que con indolencia irracional podemos cancelar y reiniciar tantas veces como nuestro capricho quiera permitirse?

Si en el intelecto cupiesen estas absurdas incoherencias no podria ser fiable. Su fiabilidad radica en su presencia permanente, su disponibilidad absoluta y la realidad incuestionable de sus conclusiones en base a la información por el almacenada, por lo que el lúdico coqueteo que podamos ejercer atentando a las bases que lo fundamentan, nunca puede surgir de si mismo, ya que su propia esencia se lo impide, teniendo por fuerza que estar impuesto por una jerarquia que lo supera, lo dirije y a veces lo posterga y lo denigra, como ocurre cuando a pesar de dictarnos la forma en que debemos de actuar, empujados por una fuerza superior, hacemos todo lo contrario

Por todo lo dicho, me ratifico en mi criterio de que por encima de nuestro intelecto mas o menos enriquecido, hay "algo desconocido" que lo supera, lo guarda, lo ordena y lo dirige en todos y cada uno de nuestros actos y razonamientos, siendo nuestro cerebro el router al que acude ese "algo desconocido" para a su través encauzar sus órdenes, dirigir su información y requerir la que el precisa, en ese momento, aunque después la utilice o nó, según sea su criterio.

Ese "algo desconocido" no es consustancial con nuestro cuerpo, a pesar de que a su través se manifieste en infinidad de ocasiones. Las reacciones quimicas de nuestro organismo que delatan su presencia, responden a conceptos inmateriales tales como "la emoción, la tristeza, la alegria, la conmiseración,... que no tienen realidad propia pero que ahí están para demostrarnos su existencia, que no tendria razón de ser si no estuvieramos dotados de un algo inmaterial que los concibe, los aloja y solo a su través se manifiestan.

Por todo ello, pienso que si algo abstracto puede influir de forma tan ostensible en nuestra vida y en nuestro comportamiento, ¿por qué no identificar ese "algo desconocido" con esa alma tan controvertida, siendo evidente la reiteración con la que se manifiesta y siendo como es además el mejor exponente de las más sublimes sensaciones inmateriales, además de la respuesta que dá sentido a nuestras anteriores especulaciones?.







No hay comentarios: