sábado, 24 de agosto de 2013

A LA SALIDA DE LAS FÁBRICAS


Hoy, un día de verano de 1.960, voy a situarme en la por entonces calle Gral. Queipo de Llano y a sentarme en uno de los bancos de madera que se solian ubicar frente a la verja que separaba y supongo, sigue separando el jardín del Casino Eldense de la citada calle, actualmente Jardines, que era una vía muy transitada, por lo que sentarse en uno de esos bancos a la sombra de sus gigantescas "falsas pimientas", desde mucho ya desaparecidas, garantizaba una apacible distracción.
El suelo del jardín, por entonces pavimentado con losetas de cemento cuadriculadas, estaba por encima del nivel de la calle, en una proporción que iba desde medio metro por el linde con la casa de D. Genaro, al metro y pico por donde lindaba con Muebles Ortega y ya mucho despues con el Banco Guipuzcuano QUE NO SE SI AÚN PERMANECERÁ EN ESE LUGAR., sirviendo este desnivel como atalaya, que ofrecia una perspectiva más amplia de observación:

Es mediodía y el trasiego de la gente se multiplica. Las sirenas de las fábricas que hace unos minutos han anunciado la salida de los trabajadores, explican la afluencia de grupos que por distintas calles vierten su presencia sobre esa arteria urbana que a esas horas tiene un ajetreo espectacular

Los vendedores de cupones de la O.N.C.E., que suelen apoyarse en el pequeño muro sobre el que se anclan las rejas del Casino, no dan abasto para atender tan masiva clientela, que con esperanza a veces profética, ven en el cupón que tratan de adquirir la solución a todos sus problemas. La peseta que ponen en riesgo puede tapar todos sus agujeros, y como a veces sucede lo esperado, la ilusión de los demás se incentiva, perseverando en un intento cuyo premio, los que mas lo necesitan, posiblemente jamás llegaran a alcanzar.

Los menos soñadores distraen de su humilde presupuesto una cantidad similar, para sin los riesgos que entraña el azar, refrescar el gaznate con una caña de cerveza fresquisima en el Bar del "Tio Marrano", que exhibe sobre lo que debiera ser una brillante calva, una costra de roña que suele rascar con sus uñas enlutadas. AÑOS DESPUÉS EN ESE LOCAL SE INAUGURARIA UNA PRECIOSA CAFETERIA BAR QUE SE LLAMÓ: "LA GRANJA", QUE NO LOGRÓ ALCANZAR LAS METAS DE DISTINCIÓN QUE POR SUS INSTALACIONES SE PRESUMIAN.

Frente al Bar, a la entrada de la calle Cervantes, dando su espalda a un lateral del Teatro Castelar, hay dos carritos que por su constante presencia en el lugar se han ido pertrechando y transformando en verdaderos kioscos de tablas y de toldos, donde se expenden todos los artículos imaginables, entre ellos los altramuces, torraos, almendras o panchitos que servirán de aperitivo a los cerveceros o las estampas, anisicos, gominolas o caramelos a los que invierten los pocos céntimos que les quedan en la impagable empresa de sentir la alegría de sus hijos a la vista del regalo que se les lleva.

En el otro lateral del Teatro Castelar,  pero todavía frente a su fachada, inmediatamente antes de llegar a la entrada de la calle Lope de Vega, el carrito de helados de Rosario rinde culto a su tradición haciendo acto de presencia de forma permanente toda la temporada de verano, pudiendo deleitarse cualquiera de los transeuntes con su horchata de autenticas chufas, (de lo que doy fe por haber estado presente varias veces en el proceso de su preparación, dada mi amistad con Vicentín "El Chato", que espero que aún viva, HIJO DE ROSARIO), o bien refrescarse, con igual deleite, con sus granizados de limón o de malta, así como con los helados tradicionales propiamente dichos.

Todo este ajetreo se desvanece en un un plís plás, porque cada cual tendrá que volver a su puesto de trabajo, disponiendo solamente del tiempo justo para comer sin demasiado recreo y tomarse unos minutos de reposo, que no podrán culminar por haber perdido ese tiempo en los menesteres descritos, quedando lo que unos minutos antes fue un hervidero de actividad, convertido en una ciudad fantasma, por la que solo transitan los perros callejeros, o los que como yo, por cualquier circunstancia, han podido ser testigos de lo que digo para poder dar fe de la veracidad de mi relato.

J.R. CABRERA AMAT.

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