viernes, 19 de agosto de 2016

EN EL OTOÑO

Las hojas por el aire se deslizan,
el suelo del jardín ya las espera, 
pero antes de caer sus hazes rizan
recordando su hermosa primavera.

Ahora ya la vejez las desparrama
sin saber donde van a ir a parar, 
poco a poco se apartan de la rama
que un día con amor las vio brotar.

Las hojas que se mueren, por el aire,
interpretan la danza del adiós,
esparciendo sus quejas con donaire...

Pero caen sobre el suelo fatigadas 
y en lúgubres rincones se acumulan 
por la lluvia y el céfiro empujadas.


miércoles, 6 de julio de 2016

HE AQUÍ OTRO MISTERIO INDESCIFRABLE


Podemos tratar de describir una situación más o menos graciosa; interesante; curiosa; aleccionadora; sorprendente; espiritual; mundana; indecorosa o triste, y ser premiados por ello con el epíteto de graciosos; ingeniosos; experimentados, cultos; temerarios; profundos; libertinos; mujeriegos; o lúgubres, sin que tampoco dejen de haber los que nos consideren desengañados, apáticos, insulsos, contradictorios, vulgares, materialistas, ignorantes o ingenuos.

Y es que uno de los problemas que existe en la transmisión entre los seres consiste en la variopinta interpretación que cada cual puede dar a lo que uno pretende decir. Por eso, escribir es una tarea ardua que requiere algo más que poner las palabras en un adecuado orden, con sus correspondientes tildes en los lugares apropiados y sin salirse de los cánones que marca la ortodoxia. Hay que saber también tener en suspenso al lector hasta el final, manteniendo el grado de interés in crescendo, y sobretodo no culpabilizar jamás a nadie de los hechos denunciados hasta el mismísimo final del texto. Ni siquiera evidenciar algún dato por el que se pueda intuir a quien van dirigidos nuestros calificativos, si no queremos perder, ipso facto, a los lectores adictos a los personajes a los que nos referimos.

Para escribir es imprescindible estar en posesión de la verdad y poder demostrarla. Pero al culpable solo, solo, se puede desenmascarar cuando el lector ya no pueda darnos la espalda, porque tras haber asentido convencido de todo lo que se ha ido diciendo hasta la culminación de los hechos, no podrá volverse atrás cuando descubra que el culpable o culpables de esos hechos es o son sus muy queridos líderes del alma.

Yo sé muy bien que cuando trato temas de política, no me ajusto a las normas no escritas, pero sí aconsejables, que acabo de resumir. Pero es que, cuando trato de política, no puedo evitar olvidarme de esas normas, porque me desespera la ceguera y la obstinación de quienes no quieren ver lo que está a la vista con tal claridad que cualquiera, sin mi intervención, debiera haber ya descubierto.

Sin embargo, no solo hay quienes se resisten a admitir lo que ellos mismos son incapaces de desmentir, sino que hay, quienes tras comprender y aceptar el fracaso y la ineptitud de sus representantes, y conscientes de su incompetencia para salvar la situación, no buscan el bien general acercandose a los que por experiencia saben que siempre lo han hecho mucho mejor y ante ese tipo de razonamientos, creo que se justifica que, en mi exasperación, pueda olvidar ciertas normas de conducta que siendo las adecuadas razonablemente, son completamente inadecuadas ante la sinrazón.

Yo puedo ser muy noble, pero no un santo. Y me indigna que siendo todos espectadores de la nefasta actuación de Zapatero durante ocho años sin rechistar, ahora volquemos nuestras iras contra Rajoy, que no da abasto para enderezar los entuertos heredados de quienes ahora con mas ira lo arremeten, mientras que los indecisos en vez de apoyar un partido que ya dio buena muestra de saber hacer, en sus anteriores legislaturas, está tratando de corregir las barbatudades de un gobierno inoperante e incompetente, que da la sensación de que su único empeño ES MANTENER A ESPAÑA  DIVIDIDA LASTIMOSAMENTE.

No quiero ni pensar que alguien pueda sentir miedo a un cambio, cuando el verdadero terror debía residir en sentirnos por mas tiempo en manos de quienes nos arruinan Y SE JUEGAN A LA TABA EL DESTINO DE ESPAÑA.

Esa absurda fascinación que sienten hacia sus siglas los que aún las botan, solo podría justificarla una enfermiza obcecación que los ofusca y los fanatiza o un desmedido cariño que los aferra en un matrimonio plagado de infidelidades, en el que los consortes engañados, no sé en base a qué principios, no hacen uso del "divorcio" que tanto en su día reclamaron y aplaudieron.