lunes, 8 de noviembre de 2010

ESTAMPA MARINERA


En el muelle suspiran los barcos amarrados añorando sus largas singladuras. Emergen sus cascos embreados y vuelven a sumergirlos al compas de las ondulaciones de las aguas, que son los espectros que llegan hasta ellos, de aquellas olas que sucumbieron maltrechas en el espigón del puerto.

. Una aspiración profunda y tres espiraciones suaves, esa es la cadencia, con un ritmo imperturbable lento y sosegado. En todo lo alto del mástil cimbreante de un velero, una gaviota mecida por su balanceo, sugiere un gigantesco metrónomo que pianisimo, repite en el aire, el compás de las ondas.
En el achicharradero de las cubiertas desnudas bajo un sol de mediodia de pleno verano, solo se ve el ir y venir de algún marmitón que arroja al mar los desperdicios de la cocina mientras masculla una retahila de improperios y bajo la toldadura de los barcos los tripulantes escriben y leen sus cartas o juegan a los naipes mientras esperan la hora del almuerzo.
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En tierra, en una pequeña cala que se hunde como un dedo en la piel de la costa, dos pescadores calafatean un pequeño y viejo palangrero apuntalado en sus costados, mientras ellos se protegen del sol a la sombra de unas arpilleras que hacen de toldo sobre cuatro estacas. No lejos, a tan solo un tiro de piedra, un carpintero trata de ajustar las tablas machiembradas de un velero a golpe de martillo, expandiendo casi como un eco el estruendo de sus golpes, desacompasados del ritmo marcado al unísono por los mástiles, en respuesta insolente a su aburrida monotonía.

Unos niños lanzan al agua un taco de madera y achuchan a un perro para que lo recoja, insistiendo una y otra vez, pero el perro muy cauto, ladra, salta y mueve la cola junto a ellos ignorando totalmente sus requerimientos hasta que desisten.

El marmitón más diligente, a toque de campana, avisa a la tripulación que la comida está servida y los pocos que, ajenos al barco, por allí deambulan, sienten que sus estómagos les pide como mínimo un adecuado refrigerio.
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Y en esta calma chicha que solo invita a la holganza o a la siesta, no puede imaginarse que esos mismos hombres que rien y discuten y bromean, en otras tantas veces se verán obligados sin demora a sacudirse el sueño y la pereza, cuando ya mar adentro, las ondas que tímidas los mecen se transformen en olas gigantescas; cuando el pianisimo de sus mastiles sea un molto grosso en el furor de la tormenta y los cascos de sus barcos acunados en el muelle ahora, se vean golpeados y empujados peligrosamente hacia el imprevisto laberinto de los acantilados de la costa.
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Pero, ¿quién piensa en eso ahora?, si el sol les curte la piel, si pueden gozar la brisa, si se duermen una siesta al acabar la comida y recuentan sus ahorros y calculan cuanto habría si dejaran de fumar hasta esa fecha prevista y le escriben a sus novias con faltas de ortografia, salvadas por esos besos que ponen en cada linea.
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Todos somos marineros en este mar de la vida, todos tenemos tormentas, todos pasamos vigilias, todos hacemos recuento para ver si se podría... tú en tu casa, sobre el mar, y yo en tierra que es la mia.

3 comentarios:

JuanRa Diablo dijo...

¿Qué quieres que te diga? Maravilloso. Un símil sobre la vida con un poema final que me ha encantado. También me ha gustado mucho esa imágen de la gaviota en lo alto del mástil como un metrónomo "que pianisimo, repite en el aire, al unísono, el compás de las ondulaciones de las aguas"
Inspiración tras inspiración.

Anónimo dijo...

¡Parece que tú mismo hayas sido marinero! Bonito relato. Me ha gustado ese "suspirar del mar" pero como tú prefiero la tierra firme...FRAN.

Anónimo dijo...

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