sábado, 20 de noviembre de 2010

ANÉCDOTAS AMERICANAS 1

Queridos hijos:

De forma desenfadada y sin seguir en algunos casos un orden cronológico, voy a contar algunas anécdotas, situaciones e historias que he vivido desde que salí de España.

Trataré de describir los ambientes con la mayor fidelidad, asegurando que todo lo que expreso es la verdad sin un ápice de exageración, a pesar de que algunas situaciones puedan pareceros inverosímiles.


En estos relatos quiero ser sincero hasta la médula y es por ello por lo que no voy a omitir algunos pasajes que pudieran herir vuestros sentimientos, ya que si no lo hiciera así, además de falsear la verdad me engañaría a mí mismo y mi deseo es mostrarme ante vosotros con todas mis miserias y mis virtudes si las hubiere.
Solo desearía que al juzgar mis errores aplicaseis todos los atenuantes de los que sea acreedor, teniendo en cuenta que estaba solo ante un mundo nuevo, con la carga, de mis sesenta y cuatro años a las espaldas y sin poder hacer planes ni a medio ni a largo plazo debido a mis múltiples achaques, que en algunas ocasiones me hacían dudar si volvería a ver la luz del nuevo día.

Cuando llegué a Isla Margarita (Venezuela), a las 6 h p.m. del día 16 de enero de 2.006, estaba previsto que viniera a recibirme "El Piña", el célebre compañero de Tomás, mi querido hijo y hermano vuestro.
Antes de mi salida habíamos tenido varios contactos telefónicos y así lo habíamos acordado.

Por la razón que fuere, "El Piña no apareció por el aeropuerto.
Cuando llegué estaba empezando a anochecer, con una puesta de sol preciosa. La sala de espera no era muy grande y en ella había muy pocas personas, y al no encontrarlo recurrí a los dos números telefónicos que me había facilitado para el caso de alguna emergencia.
Angustiosamente para mí, ninguno de ellos contestó a pesar de mi incansable reiteración.
Yo tenía dos razones de peso para permanecer esperando en el aeropuerto. La primera: para mí era inimaginable que me dejase allí plantado y quería creer que de un momento a otro aparecería con una explicación satisfactoria.
La segunda: como nunca pude imaginar que no iba a aparecer y mucho menos que si esto sucedía no iba a contestar a mis llamadas, no presté mucha atención a la dirección que me había dado, ya que de por sí era complicada y ambigua "antes de los ranchos de...? zona de tierra batida ?
¿Quién iba a imaginar que no viniese a recibirme? ¿Cómo iba a suponer que no contestase en ninguno de los dos teléfonos?
Lo cierto es que tras dos horas de espera y ya completamente de noche un taxista me dijo que creía conocer ese paraje pero no me aseguraba dejarme en el punto exacto.
Hoy no me hubiese aventurado a coger el taxi, me jugué la vida, pero yo tenía todavía la mentalidad europea y ni pasó por mi mente la mínima inquietud.
Durante algunos kilómetros la carretera estaba bien iluminada, pero después, el coche parecía que iba a ser engullido por las fauces de un terrible lobo ya que la falta de iluminación y de señalización en el asfalto disminuían de tal modo la visibilidad que a pesar de los faros no se distinguía nada a mas de cuatro metros frente a nosotros en aquella oscuridad absoluta.

De vez en cuando me acordaba de esos extraños parajes que hemos recorrido juntos, camino de algún pueblecito de La Mancha, por donde no se veía ningún vestigio de civilización, ni coche, ni ser viviente, que incitó, en un momento dado a que alguno de vosotros exclamara: " Ya hace más de dos horas que no nos cruzamos con ningún terrícola".

Lo más inquietante es que en esos viajes yo sabia que estaba en La Mancha y aquí no tenía ni la más remota idea de lo que podía aparecer ante nosotros en cualquier momento.

A intervalos, lejísimos y a una gran distancia una de otra, parecía divisarse alguna luz , no más intensa que la de aquellas velitas que sobre un corcho flotaban sobre el aceite en un vaso y que se encendían la noche de Ánimas en algún lugar recogido de la casa, por aquellos años en que aún se hacían todas aquellas benditas cosas con muchísimo respeto.
Las cosas que cuando cogí el taxi no pensé, empezaron a acudir a mi mente y a inquietarme. Yo llevaba una cantidad importante de dinero y aunque no sabia todavía el grandísimo riesgo que estaba corriendo, (aquí te matan por robarte el celular), lo intuía. Por otra parte, creo que el taxista, que gracias a Dios resultó ser una buena persona, también estaba nervioso, empezando a sentirse incómodo en esa situación, por lo que casi al unísono decidimos volver al aeropuerto. "Será mejor que se aloje en un hotel y yo al amanecer iré a recogerlo para seguir buscando a su amigo,"
La búsqueda empezó con las primeras luces del alba de un día oscuro y lluvioso. No podíamos dejarlo para más tarde porque si "El Piña" salia de su casa antes de que yo llegase, solo Dios sabe a qué hora hubiese regresado y podría volver a repetirse la historia del día anterior.
Después de muchísimas peripecias llegamos a la que pensamos era su casa. Estaba en un paraje aislado, casi solitario. Formaba parte de un conjunto residencial de ocho viviendas de las cuales solo una estaba terminada y las restantes en diferentes etapas de construcción. Algunas de ellas no tenían más obra que algo más de los cimientos.

La infraestructura de lo que iban a ser servicios comunes estaba en un estado lamentable, con las calzadas sin pavimentar, con el consiguiente barrizal y algún que otro socavón de cierta peligrosidad. Este complejo se encontraba a más de una hora del aeropuerto y algo más de media hora de Porlamar que era el núcleo urbano más cercano y quizás la población mas importante de la isla.

Cuando llegamos, serían las seis de la mañana. Golpeé suavemente la puerta y con voz audible pero queda, dije:

- Rafael, soy Juan el padre de Tomás - y volví a golpear la puerta con los nudillos repitiendo la misma letanía sin encontrar respuesta.

La demora me extrañó porque si era "El Piña el que había dentro, los datos de identificación que le estaba dando no podían crear en él la más mínima inquietud, pero también es cierto que yo no tenía seguridad de que esa fuese su casa, por lo que empecé a agregar a mi copla algunas variantes en el estribillo como

- Espero que sea ésta tu casa y no me haya equivocado; ¿tienes algún problema? Soy Juan, y llegué ayer de España...

De pronto, oí como despasaban suavemente un cerrojo, después otro y tras éste otro, en el mas sepulcral de los silencios.

Yo estaba atónito y el taxista me miraba interrogante y sorprendido, y ambos nos quedamos petrificados cuando al entreabrirse la puerta, entre el marco y la hoja y a través de la ranura abierta apareció el cañón de una pistola de repetición, un nueve largo capaz de atravesarme a mí y a tres más que estuviesen en fila.
En la todavía penumbra del amanecer, con un cielo oscuro y nublado, en un país desconocido y en un paraje despoblado, con el temor de haberme equivocado de casa y el cañón de una pistola apuntándome a la cabeza podéis imaginar a qué ritmo iba mi corazón.

De pronto, posiblemente después de haber comprobado mi identidad, cambió completamente el chip, encendió las luces con gran rapidez y se mostró completamente afable y sorprendido como si mi llegada hubiera sido para él una sorpresa.

EL TAXISTA HABÍA SALIDO CORRIENDO CAMPO A TRAVÉS, Y HUBO QUE LLAMARLO VARIAS VECES PARA QUE VINIESE A COBRAR Y DESPEDIRLE.
No le hice ningún reproche ni él me ofreció ninguna excusa por no haber venido a recibirme, quedando por mi parte tan perplejo que si no hubiese sido por la bolsa en que llevaba todos los encargos que me había hecho hubiese creído que mi presencia allí era, para él, una sorpresa.
CONTINUARÁ....

2 comentarios:

JuanRa Diablo dijo...

Me ha gustado tanto o más que la primera vez que lo leí. Sigue siendo un relato vibrante y que incita a seguir leyendo.
No me hubiera gustado nada vivir aquella inquietante situación.

mochuELIn dijo...

Pero...qué miedo!!, no entiendo a este Piña, pero le habría pedido una explicación, eso sí, que guardara el arma en el rincón más profundo de la casa. Menudo lugar. Muy buena narración, ahora entiendo de donde le viene la casta al galgo! (al galgo Juanra, jajaja)
Un saludo mochuelero