lunes, 2 de marzo de 2009

YO NO SOY UNA PUTA

Estaba todavía afectado por la experiencia vivida con la Princesa de Panamá cuando recordé que solo llevaba en mi cuerpo media arepa y el café con leche de mi desayuno; la cena anterior había consistido en medio sandwich de queso y jamón que no llegué a terminarme. No bromeo si digo que me preocupaba muchísimo mi inapetencia y podéis dar por sentado que comía para vivir y ni eso, ya que después de una ingesta tan escasa durante tantas horas, me senté en el restaurante de la planta baja del Hotel Venecia, situado en la Avenida de Perú y me limité a mover la comida de un lado a otro logrando ingerir tan solo unos trocitos de carne y parte de la ensalada.

 Estaba en estos menesteres cuando apareció mi amigo del consulado que venia a presentarme una amiga.
Una belleza de piel dorada peinada a lo afro, con cientos de trencítas del grosor de un espagueti que surgiendo de su galea aponeurotica se deslizaban hasta llegar a la mitad de su torso. Cuando relato situaciones como esta doy la impresión y lo se porque me lo han dicho, de que estoy presumiendo y aprovecho por vigesima vez la ocasión para aclarar que salvo casos excepcionales, para mi estas cosas no son motivo de presunción, maxime con este tipo de damas y que las describo, exclusivamente, para justificar en cierto modo mi debilidad. No obstante, para no herir ciertas susceptivilidades haré un recorte en su descripción y me limitaré a decir que su presencia podia hacer cambiar cualquier programa preconcebido. Sus formas eran exquisitas y su atuendo elegante, aún sin ser provocativo, hacia intuir un cuerpo de ensueño.

Era absurdo con mi experiencia, entablar una conversación convencional y como me sentia como esos conejos que despues de un largo periodo de carencia se le echa a su jaula una hembra en celo, sin mas preambulos le pregunté si queria subir a mi habitación. Se quedó extrañada ante mi pregunta y cual no seria mi perplejidad cuando muy seria y lastimada en su orgullo me contestó que ella no era una puta. Miré a mi mi amigo que muy sonriente y sin inmutarse lo mas mínimo, me dijo: deberías intentar enamorarla.

Si ya era reacio a tener una aventura y el decidirme fué entre otras cosas porque estaba en mi propio hotel y  la verdad es que tener que enamorarla me parecia comico teniendo en cuenta que todos los días me veo en el espejo y salvo que intuyera en mi valores que pudieran seducirla trás una larguisima conversación, las posibilidades eran muy pocas, máxime cuando yo no estaba dispuesto a pasar por esa prueba.

Mi amigo se levanto con una excusa y nos dejó solos.

Yo intuyo cuando estoy con una verdadera dama y como con esta no sentía esas vibraciones, le manifesté todo lo que os he dicho que pasó por mi pensamiento y agregué que mis horas en Panamá estaban contadas y era absurdo que iniciáramos un idilio, por lo que contando con la ventaja de que nos había presentado un mutuo amigo, en el que ambos confiábamos, no consideraba precisa una indagación mas a fondo sobre nuestras vidas.

 No sé si fue mi falta de interés o mi sinceridad lo que la convenció, lo cierto es que me dio el número de su celular y quedamos en vernos a las 8,00 P.M., adelantando que no podríamos hacer uso de mi hotel porque vivía en ese barrio y alguien podía verla entrar o salir y contarlo a su marido, circunstancia esta que yo desconocía, pero que ya era demasiado tarde para tenerla en cuenta.

Siendo las siete, la llamé y de nuevo, para mi sorpresa, me pregunto que pretensiones tenia yo con esa salida.

Aunque ya había sido lo suficiente elocuente en nuestro primer contacto, volví a repetirle lo que ya había quedado bien claro, pero ella para para incentivar mi supuesto deseo, volvió a decir que no era una puta y que si salia conmigo era solo para acompañarme. Añadiendo: "¿en el supuesto de que accediese a lo que me propones cuanto me vas a dar?"

Con todo el laconismo que me fue posible le contesté:  "nada", ¿acaso te voy a tratar como si fueras una puta?

- Hablemos claro, dijo, Vd. tiene que valorar que yo no soy una puta y ¿que menos que me dé cien dolares?. - Tú vales mucho mas, le respondí, pero lo dejaremos para otro momento. Como me fue reduciendo la tarifa hasta los 50 dolares, insistiendo en que era un regalo teniendo en cuenta "su condición", le dije recordando un chiste muy antiguo,: " No está mal el precio; la puta ya la tengo pero no me apetece tirar ese dinero" y corté la comunicación.

Es la única vez que he actuado así sin sufrir ningún trauma pseudo psiquico posterior. Me quedé, digamos..., complacido con mi decisión, aunque después de todo el tiempo pasado y recordándola mientras esto escribo, he de reconocer que me perdí un "bocato di cardinale"  y esta renuncia, a estas edades, no se si la debo enmarcar por lo poco o mucho que haya en ello de sublime o calificarla como la muestra mas elocuente de mi gilipollez.

Pero como, al margen de ciertas debilidades que solo me han arrastrado en casos en que la belleza estaba fuera de lo común y en los que las beldades realmente no eran profesionales, no quiero terminar esta historia sin hacer honor en justicia, a todas esas inógnitas bellezas que, por un módico precio, hacen posible que los feos, los deformados, los disminuidos, los impotentes, los tímidos, los tristes, los ignorantes y los rechazados, puedan tener en sus brazos una mujer hermosa con la que sentirse por un momento como los demás, siendo como es notorio que, si no fuera por ellas, jamás podrían haber tenido esa dicha, ya que dudo que las damas exquisitas, que realmente no son putas, jamás hubiesen permitido que acudiesen a ellas para calmar una sed de amor que el mundo les niega, salvo que sean herederos de una gran fortuna, en cuyo caso no creo que les falten candidatas. Creo pues que debo romper una lanza en favor de las que siempre están dispuestas a colmar de amor por un módico precio a quien lo precise, aconsejando que se acuda a ellas antes que al psiquiatra, cuyos honorarios serán sin duda mas elevados y los resultados mucho menos gratificante.

Espero que nadie se vaya a escandalizar porque haya dicho la verdad, toda la verdad y solamente la verdad.

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