martes, 3 de marzo de 2009

RELATOS QUE PUDIERON SER CIERTOS nº 9

Haciendo alusión a la última entrada de JuanRa Diablo, MI HIJO, y despues de hacerle mi comentario en su blog, que por cierto se las trae, acudió a mi recuerdo una chirigota de las muchas con las que nos obsequiaba, con su siempre alegrisimo caracter, mi cuñado Antonio Olaya, q.e.p.d. y que aunque parezca que no tiene trascendencia, la tiene y mucho, hasta el punto de que quizás nos haga reflexionar un poco en cuanto a nuestra actitud en esta vida.
Me he tomado ciertas licencias ya que el tema corresponde a un chiste que casi seguro se inventó, como era habitual en él y yo he querido rescatar el transfondo del mismo convirtiendolo en un relato que bien podria ser cierto.
"Había un monje, Santo hombre de Dios, muy meticuloso en su quehacer y entregado totalmente a la Oración y a la Caridad a través de su consejo. Siempre se ajustaba estrictamente a cada situación, sin generalizar y teniendo siempre en cuenta todas las circunstancias que concurrían, según el caso, con una escrupulosidad asombrosa.
Su vida transcurría en piadosa convivencia con otros muchos monjes que acudían también a él para resolver cualquier clase de dudas que les surgían, dando luz a todas ellas con tal acierto y sabiduría que aunque su jerarquía en la congregación era igual que la de sus demás compañeros, fue revestido por ellos de un halo que le elevaba, aunque fuese informalmente, a una jerarquía superior.
Nunca se le subieron a la cabeza los parabienes de sus compañeros ni los de los laicos, que de todas partes acudían para beneficiarse de sus sabio consejo y para resolver sus dudas.
A través de los años su sabiduría fué creciendo en consonancia a su hermosísima barba, ya blanca por la edad y que le llegaba por debajo del cíngulo. Los pocos asuetos de los que disponía los empleaba en la lectura de la Biblia y de otros libros eclesiásticos, no dejando de dar un repaso también al Código Civil para estar impuesto en cualquier cuestión que pudieran plantearle los que a él acudían, pero siempre dejaba algo de tiempo para cuidar y atender su hermosa barba que era como una prolongación de si mismo y casi su única compañía; las miguitas de pan que quedaban ocultas en su maraña de pelo, eran una distracción para él, que en sus ratos libres, haciendo incursiones con sus dedos pulgar, índice y corazón las localizaba y las iba depositando en un pequeño plato de aluminio que después situaba en el alféizar del ventanuco de su celda donde acudían los pajaritos a comerlas. Era ínfimo el manjar en cantidad pero no por eso dejaba de ser una forma de colaborar con la naturaleza. También jugaba con ella en sus lecturas y era característico, el que la sujetase casi en su totalidad con una mano y después con la otra, dejando que se deslizasen ambas por su propio peso, cuando la duda que estaba tratando de resolver estaba algo enrevesada.
Un día, uno de esos ignorantes socarrones que no ponen freno a su curiosidad metiéndose en la vida de los demás, acudió acompañando a su hermana que quería resolver una duda y el capuchino en un plis plas le dio la solución, preguntando:
¿Tienen ustedes alguna otra duda que quieran aclarar?...
Al acompañante, que además de los calificativos que ya le puse debía "faltarle alguna primavera", no se le ocurrió otra cosa que preguntarle ¿HERMANO, CUANDO TE ACUESTAS A DORMIR DONDE PONES LA BARBA, BAJO O FUERA DE LA SABANA?. El monje sonrió con humildad y dando por terminada la entrevista se retiró a su celda.
No había sopesado todavía el alcance de tal pregunta y la consideró como una irreverencia sin importancia dada la ignorancia de aquel cafre, pero cuando se dispuso a dormir, tras echarse en el camastro, no supo de que forma taparse: si dejaba la barba fuera no le parecía que fuera ese su lugar y si dentro tampoco le parecía lo de costumbre. Mucho tuvo que reflexionar en las pocas horas de descanso de las que disponía, metiendo la barba y sacándola de debajo de la sábana hasta que tuvo que acudir a los Maitines, con ojeras y desasosegado, dándose todos cuenta de que en vez de acariciar sus barbas de la forma que describí cuando la solución de una duda estaba enrevesada, se las mesaba sin siquiera parpadear, tal era la obsesión que se había apoderado de su mente. Una mente hasta ese día imperturbable por la paz de su espíritu, capaz de sacar de dudas a todos los demás y que ahora, para él mismo, no le alcanzaba ni para resolver la incógnita de si su barba debía estar dentro o fuera de las sabanas.
¡Cuanto desconocemos de nosotros mismos! aunque sean cosas que repetimos de forma habitual; Actuamos generalmente por una inercia no programada que puede hacer daño a los demás, incluso a nosotros mismos, sin siquiera darnos cuenta, no ya solo del como y el por qué lo hacemos, sino sin siquiera darnos cuenta de lo que hacemos.

4 comentarios:

Txema Rico dijo...

Yo, por ponerte un ejemplo, he estado más de 15 años desfilando en las fiestas de Elda y año tras año me tenian que decir con que pie se iniciaban los pasos de los desfiles...
Saludos desde nuestra querida Almafrá Alta.

Felisa Moreno dijo...

Hola Juan Ramón, qué razón tienes en tus últimas frases, hacemos cosas por inecercia sin pararnos a pensar que consecuencias pueden tener sobre otras personas.
Buen relato para la reflexión.
Un beso

JuanRa Diablo dijo...

Si al diablo se menciona,
tarde o temprano asoma.

Qué bien y de qué forma tan divertida contaba las cosas el tío Toni. ¿Te acuerdas cuántas cosas inventaba acerca de la fuga de El Lute?
Sí que podría ser cierto un relato así, porque las manías, si se hacen obsesivas pueden desequilibrar al más paciente.
Me imagino al pobre religioso metiendo y sacando la barba de la sábana toda la noche sólo porque le hicieron que tomara conciencia de algo a lo que nunca prestó atención.
Me acabo de acordar de algunas veces en las que me preguntan si cierta palabra es con b o con v y aunque la sepa con seguridad, si al responder me preguntan si estoy seguro puedo verla mentalmente con b y con v y ya no saber decidirme.

Cosas de la vida!
Un abrazo!

Io dijo...

Nunca llegaremos a conocernos. Estamos tan pendientes de conocer a los demás que nos olvidamos de lo más importante; nosotros.

A veces necesitamos que venga otra persona para hacernos las preguntas que nunca nos hicimos.

Eres sabio, Juan, entre otras cosas...

Un abrazo.