domingo, 20 de febrero de 2011

RELATOS QUE PUDIERON SER CIERTOS Nº 14


En una pequeña hornacina, situada inmediatamente debajo de la parte exterior de la cúpula de un antiquísimo mausoleo, vino a protegerse, siendo ya después su cobijo permanente, un pequeño mochuelo.
Su única compañia era el jarrón y las flores, casi siempre secas, que adornaban su refugio, además de los desafortunados insectos que de vez en cuando acudían como víctimas voluntarias de su casi apacible voracidad.

A intervalos chasqueaba un voeu- voeu, pronunciado en francés. Solía siempre emitir el mismo sonido, pero cuando lo hacia influido por la curiosidad que le había despertado algo que hubiera acontecido a su alrededor, fuera de lo común, afinaba el tono; hacía más intensa su emisión y sobretodo hacia mucho menos oscura esa "eau" francesa, dándole un toque más español, más taurino si cabe, como cuando decimos eeeh, citando al toro.

Parecia sentirse bien el mochuelo en aquel reducto que además de seguridad le proporcionaba roedores y otras pequeñas criaturas que hacían las delicias de su paladar, sin faltarle el agua necesaria para su completo sustento, por lo que su permanencia en aquel lugar o como mucho en aquel recinto era permanente.

Entró en un atardecer, a aquel sagrado lugar, un romántico enamorado para apartar su dolor de cualquier forma de alegria, y aquella paz, en tan tétrico ambiente, abrió el cancel de sus musas que impregnadas por ese ambiente de mas allá, compusieron para su amor imposible las siguiente estrofa:

Te quiero desde aquel día
en que mis ojos te vieron
aunque al verte comprendieron
que no eran para mí
la belleza que te adorna,
las virtudes que en ti lucen
ni tus obras que me inducen
a que me mate por ti.

Tomó la daga, la empuñó en su mano derecha y poniéndola a la altura de su corazón disfrutó de un último recuerdo de su amada mientras por su pensamiento vagaba una última esperanza de que a ultranza claudicase su amor. En la cúspide de este éxtasis oyó que alguien gravemente le decía:
veau-veau - vee-vee. No creo que haga falta que diga que el mochuelo salvó su vida y mira por donde, al darlo todo por perdido y mostrar su pasión desnuda, tras la invitación de aquella voz de ultratumba, la dulce belleza se derritió como un caramelo al calor de la brasa de un amor tan apasionado sucumbiendo en los brazos de nuestro enamorado.

Vino a repetirse el evento pero esta vez el visitante no era más que un vulgar ladrón, con la intención de perpetrar el robo de cuantos objetos de valor pudiera encontrar, dentro o fuera de las fosas, sin importarle violar suelo sagrado, ni interrumpir el sueño más o menos eterno de sus moradores, propósito éste que solo podía proporcionarle un ruin botín, a cambio de un grandísimo trabajo, sin contar la luctuosa, indigna, reprochable e irresponsable acción que cometía haciendo verdad mi convicción de que cuanto mas ruin es un botín, mas indigno es el que lo roba y siempre en esa proporción. De igual modo que cuanto más grande es el daño físico que se hace a las personas, a la inversa que en el caso anterior, más canalla es el que lo hace.

Además de ser ruin y sanguinario, nuestro infame ladrón era ateo, pero mira por donde algunas cosas referidas a los muertos le infundían pánico. No obstante como la entrada al Cementerio la hizo de tarde y con sol y dudo que hubiera otros jardines mejor cuidados, el supuesto ladrón irreverente estuvo paseándose por el recinto hasta que saliese de él el último de los poquísimos visitantes.

Los últimos minutos fueron muy traumáticos ya que para evitar que alguien viese que se quedaba solo, cuando aún había por allí algún rezagado, fue a ocultarse en una bóveda que había quedado abierta en uno de los mausoleos y conforme anochecía empezó a sentir esa aversión que le provocaban los muertos y que le producía un pequeño tic en una y otra mejilla indistintamente.
El temblor se fue intensificando y su temple se descompuso ostensiblemente cuando empezó a moversele también una de las piernas como consecuencia de la mala postura que había adoptado en el momento de ubicarse. Pero aún así tuvo que permanecer allí en completo silencio hasta que salió el último visitante, cuando ya era prácticamente de noche.

Ya completamente solo, al tratar de desalojar la bóveda del mausoleo donde se había ocultado, la pierna que tenia anquilosada se negó a sostener al delincuente que cayó de bruces en el momento en que apoyó todo el peso de su cuerpo sobre ella, teniendo que agarrarse a cualquier cosa que estuviera a su alcance para no romperse la crisma, con el consiguiente escándalo de imágenes, de floreros rotos y de asientos golpeados, que terminaron de sacarle de quicio al pensar, a pesar de ser agnóstico, que en todo aquello había algo de sobrenatural.

Ya a la raquítica luz de una luna en cuarto menguante, mira por donde, decidió empezar su hazaña por el antiguo mausoleo donde se alojaba de forma permanente nuestro propincuo mochuelo, llegando hasta allí cojeando y algo maltrecho y como el ave, cuando trataba de curiosear cambiaba el tono de su gruñido, como ya les dije y en vez de decir un veau-veau a lo francés pronunciaba un eeeh-eeeh más español y sobretodo más taurino, cuando el ladrón inclinó la cabeza para entrar en su cripta, rompió el silencio de la noche con un éééh-éééh que al reverberar en las ondulaciones de la bóveda parecía salir de cada uno de los ocho nichos que allí había, como una advertencia de lo que le esperaba a quien intentase profanar aquel recinto, fuera quien fuese el intruso.

Como la curiosidad del mochuelo fue in crescendo, al tratar de asomarse por el marco de la hornacina, arrastró parte de las egagrópilas, dejando caer sobre el ratero, los restos regurgitados de todos los roedores engullidos por la rapaz, que al crujir bajo los pies del intruso, como huesos que eran en su mayor parte y estar algunas de ellas en estado de descomposición, con ese olor característico, todo hacía pensar que alguno de los muertos ya tenia parte del cuerpo fuera del ataúd, chistando sin desmayo éééh-éééh, para intimidar a un intruso, que ya estaba casi al borde del infarto.

El pícaro rufián salió corriendo del Cementerio, a trompicones, pudiéndose haber dejado los cuernos, de haberlos tenido en cada uno de los salientes marmóreos con los que tropezó, llegando a su guarida cubierto de magulladuras y de hermosísimos chichones ganados por las prisas que le empujaron, y sobre todo por el inmenso terror que le infundieron unos ojos amarillentos que desde arriba le miraban iluminando la cripta en lo que parecía una explosión de ira.

Y es que a veces, en cualquier soledad, lejos del mundanal ruido, ocurren cosas que casi nunca nadie sabe y que cuando alguien las conoce, por respetar los secretos DE LO CASUAL, DE LAS HADAS, DE LOS GNOMOS Y DE OTROS MUCHOS SERES DESCONOCIDOS, solamente se pueden contar como "RELATOS QUE PUDIERON SER CIERTOS"

2 comentarios:

JuanRa Diablo dijo...

La imagen del mochuelo en su escondite se me dibuja nítida a más no poder.
Y me ha encantado ese arranque en su canto "a lo francés" unas veces y "a lo español" en otras. :)

mochuELIn dijo...

Yo vengo de lo casual y por esa vía he llegado. Tu relato es magnífico, con ritmo, hilo y complejidad, de nuevo, felicidades. De los mochuelos tengo para escribir libros, porque forman parte inherente de mi identidad y de mi vida, son seres mágicos que suelen pasar desapercibidos a los que no observan la fascinante belleza de las cosas sencillas y reales. Un saludo y un guiño amarillo de mochuelo.