miércoles, 2 de febrero de 2011

¿QUÉ DESPIERTA NUESTROS RECUERDOS?


Mientras vivimos, solemos no darnos exacta cuenta de lo que hacemos, dejándonos llevar por el ritmo que nos hemos impuesto o nos imponen para culminar un fin determinado. Concluido todo el trayecto que nos conducía a ese fin, la meta alcanzada nos confiere una serie de privilegios que serán fundamentales para lograr las nuevas metas que, como las cuentas de un rosario, iremos acariciando conforme las vamos sobrepasando, dejándolas atrás hasta llegar al fin último que todos tenemos.

Nunca sería idéntica la historia de nuestra vida, si de forma improbable cada uno de los que pudieron observarnos desde cerca, se erigieran como nuestros más objetivos biógrafos. Sólo se obtendrían diferentes relatos, que salvo en sucesos puntuales, o que fueran precedidos por nuestro nombre y apellidos, podrían incluso pasar desapercibidos por quienes en su momento ejecutaron los hechos relatados.

En la vida hay tantos matices que se pueden aplicar a cualquier detalle, que el biógrafo es incapaz de captar y son tantos los detalles que pasan desaperdcibidos para casi todos, que a veces nos encontramos con sorpresas sobre hechos que nos atribuyen que sin duda nos dejan perplejos.

Yo guardo, como tesoros, recuerdos que resultan extraños para quien los vivió conmigo. ¿Qué rara amnesia puede hacer olvidar lo esencial de un recuerdo y puede tener presente todo lo intrascendente que hubo en él?

En la última carta que recibí de un buen amigo, me decía referenciando algunas cosas que le mencioné en la mia, que no recordaba nada respecto a dos temas de los que le hablaba, que sin embargo, para mí, son fundamentales en mi vida.
Si esos recuerdos no fueran tan esplendorosos y estuviesen en mi pensamiento de forma tan nítida, podría imaginar que lo había soñado. Pero no. Es cierto y bien cierto. Lo que ocurre es que como ya he dicho en alguna otra ocasión, las cosas que se hacen con amor se valoran tan poco por el que las hace que podemos llegar a extrañarnos de que alguien se sienta por ellas agradecido y las olvidamos.

POR OTRA PARTE, POR MUCHÍSIMA AMISTAD QUE PUEDA EXISTIR, EL PESO DE LAS ANGUSTIAS SOLAMENTE DIEZMA EL ESPÍRITU DEL QUE LAS PACEDE, SIENDO NUESTRA DESOLACIÓN ALGO QUE NO PUEDE ACONGOJAR A QUIENES NO SUFREN NUESTRAS MISMAS INQUIETUDES.

Quizás sea por ello por lo que al evocar un recuerdo, no coincidimos en algunos aspectos los que fuimos sus únicos actores y es que incluso el lugar donde cada uno estuvo ubicado puede influir en la visión que tuvo del asunto, y es por ello y por otras causas que podríamos tener en cuenta: somnolencia, distracción o simplemente desatención, por lo que difiere nuestro relato. Por eso, cuando estamos juntos y viene al caso referirnos a él, siempre queremos escuchar de labios de quien mejor lo cuenta, que no es otro que quien estuvo mejor ubicado y mucho mas atento que todos los demás.

A mí me gustaba dejar pistas para el recuerdo, especialmente cuando salía al campo con mis hijos. Ya de niño fuí aficionado a dejar algún que otro tesoro repartido por los lugares menos asiduos, asegurándome de que quedaban a buen recaudo y de que las referencias que tomaba eran suficientes para poder localizarlos aunque pasaran muchos años.

Solía hacerlo cuando iba acabando el veraneo a sabiendas de que lo que pudiera dejar por aquí y por allá desperdigado solamente podría recuperarlo, con suerte, al año siguiente si mi padre decidía que volviesemos a veranear en el mismo lugar. No es que fueran objetos de valor pecuniario, pero casi todos ellos tenian para mi un atractivo especial, a veces sentimental en cierto grado y en realidad era insólito que un niño se desprendiese de tan queridas prendas para lo que podría parecer un absurdo: volver a hallarlas...

Qué pocas fueron las cosas que pude recuperar a lo largo de los años, a pesar de que los parajes que elegí para esconderlas parecían seguros, aunque creo que siempre fueron las referencias las que me fallaron y aunque os parezca mentira aún antes de venirme para acá, con mas de sesenta años a las espaldas aún escarbaba de vez en cuando por donde el instinto me empujaba con la esperanza de recuperar alguno de aquellos antiguos tesoros que de haberlos encontrado hubieran sido para mí como un talismán.

En más de una ocasión descubrí tesoros de otros, que así debieron ser por no hallarlos en los lugares donde debieran estar, siendo los huecos de los ribazos los sitios más propicios para tales hallazgos.

Solían ser cajitas metálicas más bien pequeñas en cuyo interior podían encontrarse los más insólitos objetos, pero aunque siempre los contemplé con reverencia por lo que para mí significaban y les dedique parte de mi tiempo en tratar de comprender cómo habian llegado hasta rincones tan solitarios o con qué fin, nunca vi en ellos nada que diera rienda suelta a mis recuerdos porque esos objetos no significaban nada para mí, mientras que cuando encontré algo mío, cualquier cosa era una llave que abría un sin fín de recuerdos que me hacian feliz. Por eso los busqué siempre con tanto cariño y por eso sin duda me arriesgaba a perderlos cuando los escondía. Y es que los reencuentros aunque sean con objetos inanimados carentes de esplendor, si algún dia fueron parte de nuestra cotidianeidad, pueden elevarnos hasta lo sublime.

Lean si no este Soneto de Garcilaso de la Vega:

¡Oh, dulces prendas por mí mal halladas,
dulces y alegres cuando Dios quería!
Juntas estáis en la memoria mía,
y con ella en mi muerte conjuradas.

¿Quién me dijera, cuando en las pasadas horas
en que tanto bien por vos me veía,
que me habíais de ser en algún día
con tan grave dolor representadas?

Pues en una hora junto me llevastes
todo el bien que por término me distes,
llevadme junto al mal que me dejastes.

Si no, sospecharé que me pusistes
en tantos bienes porque deseastes
verme morir entre memorias tristes.


No sé qué prendas hallaría el siempre inspiradísimo Garcilaso para llegar sus evocaciones a tal grado de tristeza, pero yo os aseguro que cualquier cosa puede ser hacedora de dicha si antes fue evocadora de recuerdos.

Yo ya os he nombrado el botijo en tres entradas diferentes. Aquel al que rompí el asa siendo niño, con toda la explosión de recuerdos que atesora y que menciono en mi entrada El Tio Melchor y su esposa Matilde; el que ponía al fresco El Tio Pau para apagar nuestra sed con toda esa carga de amor que nos repartia a raudales, encubierta por un mal genio que nunca tuvo y el añorado botijo, que aún recuerdo en el hueco de la ventana que daba al patio desde el comedor de mi casa de entonces..., con esa agua tan fresquísima, del que hablo en ¿Son Estos Viejos de Hoy, Aquellos Niños de Ayer?.
Y hago mención a este objeto precisamente porque creo que es de los más humildes que haya podido evocar en mis artículos, pudiendo dar fe de que PARA EL RECUERDO, lejos de que pudiera quedar descalificado un objeto por su insignificancia, a la hora de otorgar los méritos que EL CORAZÓN AUSPÍCIA, los valores intrínsecos no son mas que pura anécdota, cotizando al máximo siempre, por insignificante que sea, aquello que nos permite MANTENER VIVO ALGO, QUE EN SU DEFECTO, YA HABRÍA MUERTO EN EL OLVIDO, como podría haber ocurrido, quizás, CON UNO DE MIS PRIMEROS AMORES DE ADOLESCENCIA.

El pelo de su larguísima melena que siempre conservé entre las páginas 78 y 79 del libro de cuarto curso de Francés, del que ya ni tengo idea de dónde pueda estar, la mantuvieron siempre viva y nunca la podré olvidar, por tantas veces como lo visité, lo acaricié y lo besé con un amor irrepetible.

"UN PELO", PERDIDO COMO UNO MÁS DE MIS TESOROS PERDIDOS, AÚN ES A VECES, DESDE SU IGNOTO PARADERO, LA LLAVE QUE ABRE LA PUERTA HACIA UNA ETAPA PRECIOSA DE MI VIDA.

¡CÓMO SE ENGRANDECEN Y SUBLIMIZAN LOS BUENOS RECUERDOS CON LOS AÑOS Y CUÁN DISTANTES QUEDAN LAS TRISTEZAS.!

LOS OBJETOS PODRÁN SEGUIR SIENDO OBJETOS PARA LOS QUE ASÍ QUIERAN VERLOS, PERO NI ESTOS PODRÁN ROBARLES LA CATEGORIA QUE LES CORRESPONDE POR LO QUE REPRESENTAN.

SON TANTAS LAS COSAS QUE EVOCAN, HAY TANTA VIDA TRAS SU INMATERIALIDAD, SON TAN RECEPTIVOS, ESCUCHAN TAN ATENTOS...

Perdonan nuestros errores y aceptan nuestras disculpas desnudos de rencor y son tan elocuentes en su silencio que si fueran nuestros mediadores en un intercambio de afanes, si es que existiese reciprocidad en el intercambio de recuerdos, por necesidad tendrían que lograr el EQUILIBRIO DE LA RAZÓN CON LA RAZÓN.

¡QUÉ INCONMENSURABLE ES EL TESORO DE RECUERDOS QUE ATESORO, PARA ENDULZAR MIS DÍAS DE ZOZOBRA Y LAS LARGAS VIGILIAS DE MI INVIERNO!

1 comentario:

JuanRa Diablo dijo...

Me ha encantado papá. Has transmitido tanto tanto en este escrito que nada puedo añadir más que ha provocado un torrente de sentimientos en mí.

Te doy toda la razón: un botijo, un cabello, una nota escrita, un trozo de lapicero, un billete de tren... pueden encerrar tanta vida en su inanimidad...