martes, 18 de enero de 2011

MISCELÁNEAS DE MI NIÑEZ


Con salida a la Calle de D. Antonio Maura - que dicho sea de paso fue el abogado que defendió a mi abuelo Guillermo Cabrera Navarro en un pleito trascendente que ganó- se alzaba poderoso, el portón antiquísimo de la Casa de mi abuela materna, que daba paso a una muy amplia entrada DONDE SE ALOJABA EL CRISTO NAZARENO LOS DÍAS DE SEMANA SANTA.

Esta entrada se comunicaba con una salita a través de una puerta liviana de dos hojas con cristalera a partir de su mitad superior, a la que daba intimidad un visillo traslúcido por cuyo través podía apreciarse perfectamente, desde lejos, la silueta de cualquiera que a él se acercara.

En esta salita había un tresillo compuesto por un sofá y dos magníficos sillones de mimbre, cuyos adornos resaltaban porque sus contornos estaban encerrados por un ribeteado de color azul.

Colgado en la pared, justo sobre el centro del sofá había un reloj con puertecita de cristal, y su péndulo. Más que importunar acentuaba el sosiego de la estancia con su casi imperceptible balanceo, que solo se interrumpía cuando la mano de su genio, (mi tío Tiburcio), infundía nuevas fuerzas a su corazón, que sin ser requerido y siempre puntual, con la gravedad propia de su señorío liberaba las horas, que instantes antes, retuvo amenazadas por las flechas de sus manecillas.

En el centro del semicírculo formado por los tres muebles había una mesita, también de mimbre, sobre la que se apoyaba estrictamente en toda su extensión, una lámina que representaba un paisaje oriental, con lago, puentecito y cisnes, además de un par de geishas que protegidas por sus respectivas sombrillas se alejaban por un sendero y sobre ella, como para protegerla, un cristal cubría toda su superficie.
Separaba a aquella salita de lo que hacía las veces de comedor una cortina de un rojo mate que generalmente estaba recogida, aunque por las tardes, cuando venía a festear el novio de mi prima Carmen, el inolvidable José de Juan Gutiérrez, para todos Pepe, q.e.p.d., misteriosamente quedaban echadas, permaneciendo invisible el rincón del sofá ante la vista de mi pobre abuela que normalmente no acudía a esa dependencia y que además ya estaba casi ciega.

El único que incordiaba a la pareja, más bien a Pepe, era yo, que con mi presencia interrumpía la buena marcha del idilio y predisponía a mi prima a mantener una actitud recatada por temor a que yo pudiera aparecer en el momento mas inoportuno, lo cual provocaba el mal humor en Pepe, que a veces se enfurecía.

Pero mira por dónde, sin ninguna mala intención y ajeno a lo que allí ocurría, yo entraba y salía sin prestar atención a las frases con que Pepe me increpaba, ni a sus miradas de pocos amigos. Llegando a tal extremo mi inocencia que hasta muchos años después, nunca comprendí el motivo de sus enfados.

Me fastidiaba a mí también tener que pasar por delante de los novios, pero era mi único camino para llegar al patio, donde ya a nadie molestaba y en donde podía dedicarme a todas mis aficiones preferidas: "matar hormigas, cazar moscas, comer hojas de geranio, jugar en el agua de la pila, hacer experimentos"

También hacía cárceles para los bichos. Vaciaba los tapones de sidra abriendo en ellos una ventanita hasta conseguir el espacio suficiente para encerrar a un bicho o a varios según su tamaño, cerrando el hueco traspasando alfileres a través del corcho a modo de reja, no teniendo mas que levantar cualquiera de ellos para introducir al bicho y después volverlo a bajar para que ya no pudiese salir. Me gustaba encerrar a las moscardas porque gruñían en su interior zumbando en sus micro vuelos y cuando ya me aburrían levantaba el alfiler lo justo para que pudiesen sacar la cabeza y las acribillaba bajando la aguja, aunque alguna que otra también se me escapó. (¡Joder, qué malo que era!)

Tuve una temporada en que mi afición al ahorro estuvo fuera de lo común.


En la cuadra anexa al patio de la casa de mi abuela había en una pared una piedra bastante grande que estaba casi suelta. La saqué y escarbé un hueco detrás de ella, de forma que si después la ponía, aparentemente allí no había nada. 

En el hueco excavado, cabía con cierta holgura una caja de las de Puros Farias, de los que se hacían a mano por entonces en la Tabacalera de Alicante y que con tanta fruición fumaba mi padre. Este tipo de puros se hacían también en la Tabacalera de Tarragona, pero la diferencia de calidad se apreciaba hasta con la vista.

La caja era de madera y me imagino que mis coetáneos se acordarán de ellas.

Por dentro iba forrada de un papel terso y suave al tacto pero fuerte y resistente y en la lámina que forraba la tapadera por su interior, había una efigie en lo que parecía un medallón, cuya imagen no recuerdo a quien representaba.

En esa caja metí un pequeño bloc de notas y un lapicero, y en él iba anotando las cantidades que iba depositando.
No sólo anotaba los ingresos y arrastraba el saldo, sino que determinaba en qué tipo de moneda tenía repartido mi tesoro, es decir: tres pesetas en papel, una de ellas de Cristobal Colón; cuatro rubias, dos del uno y dos de la cara; seis reales, dos del barco y cuatro de las flechas; veintiuna monedas de diez céntimos; nueve monedas de cinco céntimos...

Aquello duró hasta que un día descubrí algunas monedas más de las que yo tenía controladas y una nota que decia: TE DESCUBRI, "LA MANO NEGRA".

Ya no encontré ningún lugar que fuera propicio ni fiable y mi amor por el ahorro se disipó quizás porque lo que lo mantenía era aquella emoción indescriptible que sentía al llegar al escondite y tras sacar la caja y observarla con un placer casi lascivo, contaba mi dinero y repasaba mis apuntes como si fuera uno de aquellos riquísimos judíos que en su avaricia contaba su dinero constantemente.

Esta imagen que creo que todos siempre hemos tenido de los judíos, "por narices" debe de ser porque siempre así nos los describieron, incluso en los cuentos, LO QUE ME HACE PENSAR AHORA, AUNQUE NO LO PENSARA ANTES, que el antisemitismo siempre ha sido un sentimiento generalizado. En unos abiertamente y en otros de forma solapada.

A mi ni me van ni me vienen. Los comprendo en cierto modo porque sé que algunas reivindicaciones cargadas de violencia, pueden ser más molestas que una mosca cojonera, especialmente cuando proliferan los actos terroristas. Pero no me ha gustado nada, nada nada, verlos inmersos en actividades con muestras de crueldad extrema, que cuando han sido ejecutadas por otros siempre me han inspirado desprecio y que vistas en ellos, además de desprecio me han provocado decepción después de mostrarse como víctimas durante más de cincuenta años.

Pero así es la vida,"hay de todo como en botica". Cada cual se entiende a si mismo y todo tiene una explicación. Y lo que a ti te importa, a mí me la trae floja. ¿Qué camino hay que tomar entonces? ¿Qué actitud es la que debemos adoptar? ¿A quién debemos prestar nuestro apoyo?

Os sugiero que de momento apoyéis mi proyecto económico. Aquí cerquita está titulado "Para poder criticar hay que dar alternativas".

No tiene raza ni credo y solo se fundamenta en la lógica. Y además es justo y necesario. Si teneis algún conocido que pueda catapultar me hasta las altas esferas para que pueda desarrollarlo en presencia de quien puede decidir, echadme una mano.

2 comentarios:

JuanRa Diablo dijo...

"Te descubrí

La mano negra"

Jajajaja. No, esta anécdota no la habías contado antes y me ha parecido buenísima.
Pero no dices quién te dejó la nota, ¿lo supiste?

pichiri dijo...

Fué mi hermano Gillermo, pero no lo supe hasta después de bastante tiempo.