viernes, 31 de diciembre de 2010

¿LOCURA O CORDURA?


¿Os había contado alguna vez que cuando estuve internado en el Hospital General Universitario de Valencia me fugué por más de cinco horas?

Estaba tan disminuido físicamente que cuando tenía que orinar debía llevar muchísimo cuidado para no mojarme el pantalón del pijama y mis dolores se habían estacionado en una cota tan alta de suplicio que para combatirlos con cierto grado de eficacia, además de todos los analgésicos que se me suministraban, debía tomar cada tres horas cuatro gotas de morfina.

Mi brazo izquierdo estaba casi inutilizado, debido a que en mi recentísima operación de las Coronarias, al abrir mi caja torácica de forma probablemente poco ortodoxa tuve la mala suerte de que ciertas terminaciones de mis nervios Radial, Cubital y Mediano fuesen arrancadas de mi médula.

Mi insomnio, provocado por el dolor era casi permanente y solamente combatido por la morfina que me sumía en un estado de sopor en el que tenía unas visiones indescriptibles y unos maravillosos ensueños psicodélicos, pero antes de que descubrieran el motivo de ese dolor tan persistente que no correspondia al de un post operatorio normal sufrí lo indecible ya que las enfermeras, creyendo que era un hipocondríaco, me inyectaban agua destilada haciéndome creer que se trataba de morfina para por sugestión hacerme callar.

En este estado de cosas, llegó hasta mí, para acompañar al enfermo que había a mi lado, una joven colombiana que podria tener algo mas de treinta años, a la que no le presté la mas mínima atención en lo que a su físico se refiere, imagínense ustedes como yo estaba, pero sí sentí cierta envidia al ver la dulzura con la que atendía al enfermo que tenía a su cuidado, quedándome gratísimamente sorprendido y complacido cuando al intentar cambiar de posición vi que con suma diligencia me ayudaba y arropaba después, pudiendo ver desde más cerca los encantos que antes me habian pasado desapercibidos.

La sensación que me produjo
el sentir su mirada sobre la mia fue como un embrujo espiritual que a partir de ese momento creó en mí la necesidad de sentirme junto a ella, de ver a través de ella, de pensar como ella y no se por qué fenómeno a la inversa, ella tambien encontró en mí el calor y el cariño del que sin duda estaba huérfana creándose entre nosotros una corriente espiritual tan ostensible que el enfermo al que cuidaba empezó a sentir celos y a tratarla con tal despotismo que el puesto de trabajo que mantenía equilibrada su precaria economía llegó a estar en peligro.

A lo largo de nuestra estancia en el hospital compartimos mis largas horas de insomnio con sus también largas horas de vela en las que hablábamos y nos contábamos nuestros sueños y nuestros fracasos, nuestros propósitos para el futuro y nuestras decepciones del pasado, llegando a haber entre nosotros una comunicación tal que era ya poco lo que no sabíamos el uno del otro.

Ya me habia anunciado al poco de conocernos que próximamente se tendria que marchar de Valencia y con el tiempo, ante la inminencia de su marcha y siendo casi seguro el que jamás volveriamos a vernos, al llegar a mi mano un panfleto en el que se ofrecian habitaciones para alquilar a los familiares de los enfermos que acudían de visita, se me ocurrió hacerme pasar por el padre de un enfermo y concerté telefónicamente, el alquiler de una habitación "para mi y para mi esposa" para una sola noche, diciendo que la ocupariamos a partir de las siete de la tarde del día siguiente.

No voy a entrar en explicaciones de como logré convencerla para que me acompañase en mi locura. Sería largo y tedioso. Lo cierto es que lo logré y quedamos citados para el día siguiente a la hora convenida y en el lugar previsto.
Media hora antes de la fijada ya me encontraba en los servicios de la planta y tras cambiarme y guardar la ropa que me había quitado en una bolsa que llevé conmigo, salí del hospital camino de mi cita, que resultó ser la mas cómica, triste y extravagante que jamás he vivido y en la que reímos por nuestras apariencias y lloramos por nuestras realidades, brillando por su ausencia cualquier escena que pudiese recordar un encuentro apasionado,aunque lo fuera y mucho, a pesar de estar disminuido totalmente en todos mis atributos y ella también desentrenada tras largos años de soledad.

De regreso me cambié de ropa en el taxi y entré en el Hospital como uno de tantos que a veces salen a despedir a sus familiares, pero antes de entrar, estando aún a la vista de la que hacía poco había sido mi compañera de travesura, dos guardias jurado del Servicio de Vigilancia me abordaron pidiendo que me identificase, comprobando que era el enfermo que se les había escapado y al que iban buscando hacía ya dos horas.

Mi irreflexiva aventura podía haberme costado la expulsión del Hospital, pero me justifiqué diciendo que había estado en un bar cercano viendo una pelicula de Tarzán que no habia visto desde que era pequeño y me había olvidado hasta de donde estaba y tanto los guardias como la enfermera jefe vieron en mi excusa tal inocencia que me perdonaron y no dieron parte, asegurándome que no me dejarían pasar una nueva falta.

Esa noche no pude dormir, no ya por el dolor sino por todos los arrebatos vividos y por la emoción de mi sueño realizado, que hubiese pesado como una losa sobre mí, durante toda mi existencia si no lo hubiese logrado.

Hoy me doy cuenta de que todo aquello, que parecia olvidado, ha pasado por mi presente, con la nitidez y la prestancia con que fue vivido.

Y es que, aunque la magia del tiempo pueda intentar desvanecerlos, los recuerdos, nada ni nadie podrá jamás destruirlos.

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