jueves, 23 de diciembre de 2010

¿QUÉ DÍA ES HOY?

¿Os había dicho alguna vez que desde niño siempre me gustaron los Jueves?
Había algo muy especial en ellos y es que por la tarde no teníamos colegio, pudiendo dedicarla totalmente a jugar. ¡Qué hermosas aquellas largas tardes de verano, jugando fresquitos, en el patio de la fábrica, en la balsita que había junto a la entrada del cuarto donde se alojaba la caldera de la calefacción del Cine "Ideal Cinema" y por donde también se accedía a la parte trasera de su inmensa pantalla, o abrigado en invierno, al calor del brasero, en la mesa camilla del salón de mi tía Antonieta, madre de mi primo José Fernando, jugando al Palé, (Monopoly), con mis tambien primos, Guillermo y Rodolfo y en algunas ocasiones acompañados por otros amigos de la calle, entre ellos Josanso, al que le venia ese sobrenombre porque su padre se llamaba Jo...sé - Sán...chez - So...ria - JOSANSO, que era su nombre comercial y por lo tanto el nombre con el que nos dirigiamos a su hijo y amigo nuestro Juanito, quiero decir Josanso.
Era éste amigo un verdadero soñador al que todos le tomabamos el pelo. Tenía una pasión fuera de lo común por todo lo militar, especialmente por la aviación, siendo su sueño hacerse piloto cuando fuera mayor.

Como su padre tenía un negocio de materiales eléctricos, entre los que vendía aparatos de radio de las marcas Philips, Telefunken, Marconi y algún que otro hecho por él mismo, con su propia marca "Josanso", - que por cierto siempre dieron un magnifico resultado- a veces, en el hermoso patio de su casa se amontonaban muchísimos cajones de madera, embalajes de los productos que se recibían para la venta, entre los que tambien vendia vajillas, según creo recordar.
Rodeando el patio por la primera planta de la casa había una terraza que se comunicaba con las dependencias del piso primero.
Un buen día, nuestro potencial piloto quiso hacer prácticas de vuelo sin motor y no se le ocurrió otra cosa que apilar todos los cajones de los embalajes formando una torre que llegaba hasta la barandilla del piso primero, por la que nuestro intrépido aviador, con mucho tiento, alojó sus piés en el interior del último de los cajones y después agazapándose en el mismo como si estuviera en la cabina de uno de aquellos Cazas de la Primera Guerra Mundial, sujetándose con una de sus manos a uno de los barrotes de la barandilla de la terraza se atrevió a hacer un pequeño balanceo, flexionando el brazo suavemente, para que la prueba resultase lo más veraz posible. Gozó por unos segundos de su tan genial vuelo, pero de repente tuvo que hacer un aterrizaje forzoso cuando uno de los cajones de la base se desplazó con el consiguiente derrumbe de aquella improvisada Torre de Babel, con el resultado de múltiples lesiones en la cabeza y rostro; dos costillas lastimadas y un brazo roto, sin que eso le hiciera cejar en su empeño de ser aviador costase lo que costase.
NO PUDO SER, NO LO ACEPTARON POR MIOPIA.
Es una lástima porque tenía verdadera vocación este querido amigo mío al que le perdí la pista en lo cotidiano pero no a lo largo de la vida, coincidiendo con él muchas veces, en las que pudimos comprobar que nuestra amistad estaba intacta. Tales eran nuestras recíprocas muestras de cariño. Me consta que siempre fue una excelente persona y
NO SÉ SI SERÁ POR SU VOCACIÓN FRUSTRADA O PORQUE NO LE MARCHABAN BIEN LAS COSAS, SIEMPRE QUE ME CRUCÉ CON ÉL VÍ EN SU MIRADA UN CASI IMPERCEPTIBLE BRILLO DE TRISTEZA.

Cuando jugabamos al Palé, me apodaban "El tío Sellesico". El tio Sellés era un hombre cuya fortuna era incalculable. Había barrios enteros de Elda que eran suyos, además de ser dueño de varios cines entre ellos, el Coliseo, el Alcazar, el Cervantes y el Teatro Castelar, pero era tal su aspecto de indigencia, que a pesar de estar en tiempos de necesidad, se dice que en más de una ocasión, hubo quien le dio una moneda de limosna y él se la tomó. Pues bien, como cuando terminabamos el juego, casi todas las calles y construcciones del Monopoly eran mías, me llamaban "el tío Sellesico".

Este buen señor estaba casado con una dama tan aplicada como él en estas cuestiones de ahorro. No tenían hijos ni familia allegada y estaban atendidos por una criada que recogieron cuando todavía era casi una niña. Solo salían los domingos a pasear y lo hacian con un matrimonio con el que tenian una gran amistad de toda la vida, vaya usted a saber por qué y terminaban el día viendo algún estreno de los que echaba alguno de sus cines, normalmente el Coliseo, donde ocupaban siempre una platea que naturalmente tenían reservada, creo recordar que era la platea nº 9. No es que tenga importancia este dato, lo expreso como muestra de lo que la mente a veces puede guardar sin ninguna razón.

Cuando murió el matrimonio, la criada heredó lo suficiente como para poder vivir con cierto desahogo, pero la verdadera GRAN FORTUNA la heredaron los hijos de aquel matrimonio con el que siempre pudieron contar. Lo sé a ciencia cierta porque aquellos nuevos millonarios eran primos hermanos míos.

Cuando no había tiempo para jugar al Palé, soliamos jugar a las cartas.
Una tarde me sentía tan a gusto que pensando en voz alta dije: "Dónde mejor que aquí podiamos estar, jugando a las cartas amigablemente y calentitos... " y mientras exteriorizaba mi opinión se acercaba hasta nosotros un joven que vivia en la casa de mi tia Antonieta y que era sobrino de su marido José Bertomeu, un caballero de los de Tara, que lo había alojado en su casa y le habia dado trabajo en su negocio de Almacen de Curtidos, el cual oyendo mi exaltado monólogo me respondió: "LOS NAIPES NO LOS DEBERÍAIS TOCAR NI PARA HACER CASTILLOS CON ELLOS. Mejor estaríais en la calle pasando frio que aquí calientes jugando a las cartas".

Aquellas palabras, que también sin ningún sentido me quedaron grabadas, las comprendí más tarde, siendo ya algo más que un adolescente, cuando me dí cuenta del peligro latente de los naipes y de cualquier otro juego de interés, que pueden transformarte, sin que te des cuenta, en un ludópata, con las consecuencias que ello acarrea.

Mi tío Berto, como cariñosamente lo llamaba su esposa, no tuvo la muerte dulce que merecía; su cáncer de estómago segó su vida sin que jamás nadie oyese de su boca una palabra subida de tono, ni antes ni después de su enfermedad, que lo consumió dejándole con solo la piel sobre los huesos. Muy lejos estábamos por entoces de pensar que mi primo José Fernando, todo fuerza y vitalidad acabaria sus días de forma idéntica a su padre.

Pero donde verdaderamente disfrutábamos era en el patio de la fábrica, ¡inmenso!; los carros de mulas descargaban constantemente grandísimos tablones en él y con menos frecuencia también algún camión, que por aquellos tiempos eran escasísimos. Solian ser REOS, UNOS CAMIONES MILITARES, adquiridos por procedimientos más o menos ortodoxos, cuyo precio en el mercado estaba fuera del alcance de la mayoría, teniendo en cuenta que el parque móvil de España, recién entrado el año cincuenta, era paupérrimo, entre otras cosas por el BLOQUEO INTERNACIONAL QUE PADECÍAMOS POR LA AYUDA QUE PRESTAMOS A LOS ALEMANES EN LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL CON LOS VOLUNTARIOS DE LA DIVISION AZUL.

Mi primo José Fernando era un baúl de ideas y mi primo Guillermo era el que las materializaba, aunque él tambien aportaba de vez en cuando alguna, que generalmente tenía algún matíz sádico. Una de ellas fué hacer una GUILLOTINA. Salió perfecta, podria decirse que a escala de una de verdad. Tenía unos setenta centímetros de altura y su cuchilla, obtenida de un torno de carpinteria, se deslizaba a lo largo de los dos pilares laterales para caer con su peso de casi un kilo sobre una base parecida, en su proporción, a los tocos donde trocean los carniceros.

Estas actividades llenaban todos los espacios de nuestro tiempo y nos provocaban un entusiasmo fuera de lo común, ya que todos participábamos, más o menos, bien fuera en la construcción del artefacto o en la cacería de los pobres animalitos (especialmente lagartijas) que nos servirian como víctimas propiciatorias en nuestros juegos, o fabricando pólvora con clorato potásico, azufre y un poquito de carbón en polvo; o bien haciendo espadas...., todo ello, para futuros juegos o si se terciaba para hacer más espectacular el que llevavamos entre manos.

Y así, semana tras semana es como consumíamos las tardes de los jueves que, aunque solo sea por la añoranza de aquellos que viví, siguen siendo el día de la semana que me inspira mas cariño, aunque desde hace muchisimo tiempo esté en dura competencia con los sábados que han llenado de ilusión otras etapas de mi vida que, no sé por qué misterio, nunca podrán compararse con las de mi niñez.

2 comentarios:

anahija dijo...

Nunca nada puede compararse a los recuerdes que aún perduran vivos de nuestra niñez...supongo que para los afortunados que tubimos todo lo que un niño pueda necesitar.no me explico papá,como recuerdas tantísimas cosas y con tanto detalle...pero me encantan tus recuerdos,y cuanto´s más datos das,más me gustan.

Anónimo dijo...

Hola Juan, soy Josanso, qué sorpresa más grande me he llevado!!.
Me ha alegrado sobremanera el encontrar esas anécdotas de nuestros juegos de cuando eramos niños.
Te acuerdas de cosas que yo ya había olvidado, tienes razón era un soñador empedernido y tú también, pero por eso me identificaba contigo más que con otros amigos.
Defectos que por otra parte he corregido con la edad, aunque los años me han traído otros.
Nadie es perfecto.
Gracias por tus palabras. Josanso.

P.d: Aquí te dejo mi dirección de email: juananelda@hotmail.com