Tomás nos había contado que "El Piña " había convencido a un tribunal médico de que estaba chiripa y lo habian retirado del servicio con una cuantiosa pensión.
Yo, hoy por hoy, creo sinceramente que el Tribunal Médico acertó plenamente en su diagnóstico.
Como la casa no estaba totalmente amueblada, no había cama para mí en el cuarto que me asignó y tuve que dormir en el sofá que había en el salón junto a la puerta de entrada y enfrente mismo de una escalera de madera que subía a los dos dormitorios que había en la planta superior, en uno de los cuales él dormía.
La primera noche, cuando estaba entrando en el séptimo cielo mecido por los brazos de Morfeo, un estruendo infernal me despertó y sobresaltado pude ver iluminado por la luz de la escalera que permanecía encendida, al Piña en calzoncillos que en cuatro saltos se había presentado frente a mí con la pistola en la mano interrogando:
"¿Has abierto la puerta? ¿Quién ha abierto la puerta? ¡¡ Alguien ha abierto la puerta !!" - y miraba por aquí y por allá mientras yo le observaba lleno de estupor y sin decir una sola palabra.
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La vida diaria era como sigue: levantarnos y desayunar si había algo en la nevera, pedir un taxi a la hora que a él le apetecía- y que normalmente pagaba yo- y marcharnos a un taller donde le estaban arreglando un Jeep de la segunda guerra mundial que había comprado y que supongo que todavía no estará listo para andar; quedarnos allí hasta la hora de comer, caminar un par de cuadras para llegar a un restaurante tan cutre que ni os lo podéis imaginar, donde el cubierto valía al cambio un euro (hay otros más económicos) y volver al taller hasta que decidía que nos retirásemos a dormir, no sin antes pasarse por un chiringuito para comerse unos tasajos de cerdo asado que le encantaban, sin importarle si esa dieta era para mí la más conveniente.
Yo estaba hasta el gorro de estar allí ya tres días y no conocer prácticamente nada de la isla.
"¿Has abierto la puerta? ¿Quién ha abierto la puerta? ¡¡ Alguien ha abierto la puerta !!" - y miraba por aquí y por allá mientras yo le observaba lleno de estupor y sin decir una sola palabra.
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La vida diaria era como sigue: levantarnos y desayunar si había algo en la nevera, pedir un taxi a la hora que a él le apetecía- y que normalmente pagaba yo- y marcharnos a un taller donde le estaban arreglando un Jeep de la segunda guerra mundial que había comprado y que supongo que todavía no estará listo para andar; quedarnos allí hasta la hora de comer, caminar un par de cuadras para llegar a un restaurante tan cutre que ni os lo podéis imaginar, donde el cubierto valía al cambio un euro (hay otros más económicos) y volver al taller hasta que decidía que nos retirásemos a dormir, no sin antes pasarse por un chiringuito para comerse unos tasajos de cerdo asado que le encantaban, sin importarle si esa dieta era para mí la más conveniente.
Yo estaba hasta el gorro de estar allí ya tres días y no conocer prácticamente nada de la isla.
Un día no se decidía a llamar al taxi: eran ya casi las seis de la tarde y no habíamos almorzado casi nada porque nuestras existencias estaban agotadas. Yo tenía hambre, aburrimiento y mal genio por tener que aguantar las extravagancias de mi amigo, único ser que conocía por aquellas latitudes y propietario de la casa en la que me alojaba. Él también parecía inquieto , aunque yo no encontraba ningún motivo que lo justificase, salvo que hubiese adivinado mi enfado y el por qué del mismo. Por fin levantó el auricular y solicitó un taxi.
Por muy ligero que viniese tardaría algo más de media hora, pero como "El Piña" siempre citaba a los taxis en una parada de autobús que había en un cruce a más de un kilometro de la casa, salimos casi de inmediato para llegar a tiempo al punto de encuentro.
No quería citar a los taxis en la casa por razones de seguridad que yo no compartía, así como tampoco comprendía algunas otras chuminadas que no vienen al caso pero que a veces me exasperaban.
Por muy ligero que viniese tardaría algo más de media hora, pero como "El Piña" siempre citaba a los taxis en una parada de autobús que había en un cruce a más de un kilometro de la casa, salimos casi de inmediato para llegar a tiempo al punto de encuentro.
No quería citar a los taxis en la casa por razones de seguridad que yo no compartía, así como tampoco comprendía algunas otras chuminadas que no vienen al caso pero que a veces me exasperaban.
Cuando llegamos al cruce, en la cabina de la parada del autobús había un señor de unos 60 años acompañado de una joven de no más de 20. Llevaban ya bastante tiempo esperando la llegada del posible último autobús, ya que en la quietud de la noche, como "El Piña" y yo íbamos en silencio ya llevaba bastante tiempo escuchando el murmullo de sus voces. Ya a poca distancia de ellos, observamos en la penumbra a la pareja, que dialogaba apaciblemente y nos intercambiamos un saludo.
Aún tuvimos que esperar un buen rato hasta que llegó nuestro taxi y entonces, el hombre, dirigiéndose a mí, quizás por ser el de más edad, me dijo:
"He venido a acompañar a esta señorita a la parada y me temo que a estas horas no venga ya ningún autobús. ¿Sería mucha molestia para Vds. llevarla hasta Porlamar pagándoles naturalmente su parte del taxi? "
"¿Cómo no? - le contesté - la llevaremos gratis con mucho gusto".
Nos lo agradeció efusivamente y nos despedimos.
Dada la hora que era, para mí el ir a Porlamar no tenia otro objetivo que comer algo, ya que no habíamos tomado practicamente nada en todo el día.
La señorita fue todo el trayecto sin decir una sola palabra, por lo que nos sorprendió oir su voz al decirnos:
"Si me lo permiten, yo me apeo aquí" - nos dio las gracias, bajó del taxi y se marchó.
El restaurante al que nos dirigiamos estaba ya muy cerca del lugar en que se despidió la joven y a mi estómago ya estaban acudiendo los jugos gástricos cuando "El Piña" cortó en seco mi prematura digestión ordenando al taxista con voz que sólo podía provenir de un Sargento de la Guardia Civil:
"Gire en redondo y vuelva al punto de origen"
Esas fueron exactamente sus palabras.
Tanto el taxista como yo nos quedamos a cuadros mientras él con impaciencia manifiesta repitió con mucho mas eénfasis
"He dicho que gire en redondo y vuelva al punto de origen."
Yo tenía mucha hambre y entre regresar y volver se nos iban a ir casi hora y media además del gasto del taxi, por lo que le suplique:
"Rafael, vamos a cenar primero, YO TE INVITO."
"¡Hay que volver de inmediato! - dijo - ¡Esa pareja estaba al acecho esperando nuestra salida y la chica se ha venido con nosotros para tenernos controlados mientras su cómplice está saqueando impunemente la casa!"
¡Esto era el colmo! Pero estaba tan fuera de sí mismo que no me atreví a discutirle ni aún cuando en vez de ir directamente a la casa hizo parar el taxi en el cruce y me obsequió con dos kilómetros de paseo. No obstante, en ese momento, comprendí y justifiqué que se pueda llegar a sentir deseos de matar.
Aún tuvimos que esperar un buen rato hasta que llegó nuestro taxi y entonces, el hombre, dirigiéndose a mí, quizás por ser el de más edad, me dijo:
"He venido a acompañar a esta señorita a la parada y me temo que a estas horas no venga ya ningún autobús. ¿Sería mucha molestia para Vds. llevarla hasta Porlamar pagándoles naturalmente su parte del taxi? "
"¿Cómo no? - le contesté - la llevaremos gratis con mucho gusto".
Nos lo agradeció efusivamente y nos despedimos.
Dada la hora que era, para mí el ir a Porlamar no tenia otro objetivo que comer algo, ya que no habíamos tomado practicamente nada en todo el día.
La señorita fue todo el trayecto sin decir una sola palabra, por lo que nos sorprendió oir su voz al decirnos:
"Si me lo permiten, yo me apeo aquí" - nos dio las gracias, bajó del taxi y se marchó.
El restaurante al que nos dirigiamos estaba ya muy cerca del lugar en que se despidió la joven y a mi estómago ya estaban acudiendo los jugos gástricos cuando "El Piña" cortó en seco mi prematura digestión ordenando al taxista con voz que sólo podía provenir de un Sargento de la Guardia Civil:
"Gire en redondo y vuelva al punto de origen"
Esas fueron exactamente sus palabras.
Tanto el taxista como yo nos quedamos a cuadros mientras él con impaciencia manifiesta repitió con mucho mas eénfasis
"He dicho que gire en redondo y vuelva al punto de origen."
Yo tenía mucha hambre y entre regresar y volver se nos iban a ir casi hora y media además del gasto del taxi, por lo que le suplique:
"Rafael, vamos a cenar primero, YO TE INVITO."
"¡Hay que volver de inmediato! - dijo - ¡Esa pareja estaba al acecho esperando nuestra salida y la chica se ha venido con nosotros para tenernos controlados mientras su cómplice está saqueando impunemente la casa!"
¡Esto era el colmo! Pero estaba tan fuera de sí mismo que no me atreví a discutirle ni aún cuando en vez de ir directamente a la casa hizo parar el taxi en el cruce y me obsequió con dos kilómetros de paseo. No obstante, en ese momento, comprendí y justifiqué que se pueda llegar a sentir deseos de matar.
Como era de esperar la casa estaba sin novedad y lo único malo que ocurrió es que tuve que acostarme con el estomago vacío, viendo como él se paseaba de un lado a otro haciendo guardia y buscando evidencias de que, aunque no habían tenido tiempo para robar, si que lo habían intentado.
Estas y otras cosas más, me obligaron a pedir la emancipación. Lo malo es que no encajó bien mi deseo de marcharme y fue a partir de entonces cuando surgieron las críticas y especulaciones que hizo sobre mí y que tanto os inquietaron.
Espero se haya tranquilizado y sea muy feliz, pero después de estas experiencias preferiría que no llegase a enterarse de estos comentarios porque no creo que los encajara deportivamente.
CONTINUARÁ...
1 comentario:
La lectura me engancha irremediablemente.
¡¡Qué experiencia!!
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