viernes, 31 de diciembre de 2010

ANÉCDOTAS AMERICANAS 3

Una vez emancipado me urgía conseguir alojamiento.

Compré la prensa y me dispuse a leer las ofertas en la acogedora terraza de una cafetería céntrica (aquí se conocen como "panaderías") Todas las mesas estaban ocupadas, pero me ubiqué en una en la que solamente había una chica (muy atractiva, por cierto) que amablemente accedió a compartirla conmigo.
Abrí el periódico por la página "Oferta de habitaciones" y cuando me disponía a anotar algunos teléfonos me dijo la chica: "Si busca una habitación no pierda el tiempo, llevo toda la mañana haciendo llamadas a los teléfonos que ahí aparecen y todo está ocupado. En estas fechas ya sabe Vd, la isla se pone a rebosar. Sólo es posible que encuentre algo en la página "oferta de apartamentos” pero además de que son muy caros, dudo que se lo alquilen por menos de un mes."
Como yo no iba a volver con "El Piña" probé suerte y encontré un apartamento que por la descripción me pareció cómodo y elegante . Estaba totalmente amueblado, incluida la cocina. Tenía aire acondicionado, piscina, vigilante de seguridad y no era demasiado caro, por lo que lo reservé y me dispuse a ir a cerrar el trato.
La chica saltaba de contento cuando le sugerí alquilarle una de las habitaciones y no digamos cómo me sentía yo al pensar inocentemente que iba a reducir el costo del apartamento. No acerté en ello pero sí en cuanto a la solapada intención que llevaba implícita mi propuesta y que no era otra que la de poder obtener en nuestra convivencia otras prestaciones muy apetecibles.
Yoneída, cuyos apellidos silencio por razones obvias, era un tipazo de mujer y tenía una belleza original y agresiva. Era alta, con el aspecto atlético de una nadadora, bien proporcionada, piel dorada, pelo rubio muy ondulado, ojos color miel, serenos y profundos; labios carnosos y sensuales y dentadura perfecta y blanquísima. Tenía un aspecto serio y reservado que infundía respeto, pero cuando se la trataba era simpática y extrovertida.
Desde el primer día compartimos la misma cama.

El segundo día llamó a su madre y la primera frase que le dijo fue: "Madre, ya tengo esposo", yo miré a un lado y a otro y al no ver a nadie más supuse que se refería a mi, confirmando mi sospecha y por lo tanto siendo el segundo en enterarme de su sublime decisión cuando me pasó el teléfono para que hablase un poquito con su madre "MI RECIÉN ESTRENADA SUEGRA."
Contrariamente a cualquier cosa que esperase oír, me saludó cordialmente y me pidió que cuidase mucho de Yoneída y que tuviese paciencia si en alguna ocasión no hacia las cosas bien, porque era muy niña y yo tenia que ir educándola a mi gusto.

Realmente, por lo que me había contado, no había tenido mas experiencia que la de ser la esclava de un sinvergüenza que la había estado maltratando desde los catorce años y al que había abandonado tras la última paliza que le propinó.

Yoneida era muy tierna y me dio muchísimas muestras de cariño. Por la mañana se levantaba antes que yo y me preparaba unas arepas, café con leche y zumos. Me daba la medicación, me ponía las gotas, me rascaba la espalda, me afeitaba, me daba masajes, me depilaba, me arreglaba las manos y los piés, me sacaba las espinillas; era un espectáculo verla cocinar por la mañana, con el delantal y sin más ropa que las braguitas y el sujetador.

No se separaba de mí hasta que me lo había comido todo y si no quería comer, entre mimos y regaños conseguía que lo hiciera; pero...

Descubrí, de la forma que ya os diré, que seguía comunicándose por teléfono con su verdugo y que incluso el día de los enamorados le había mandado a través de un servicio de mensajería un regalo, pagado naturalmente con mi dinero. Esto, unido a que me mentía muy a menudo me decepcionó de tal modo que la eché de mi casa a pesar de que ya se había clavado en mi corazón.

¡Qué pena me dio cuando desde la terraza la observé irse, calle abajo, con todo su equipaje y posiblemente sin saber a donde podría ir. Creo sinceramente que ella siempre pensó que yo estaba de vacaciones y que en cualquier momento la abandonaría, no queriendo vincularse conmigo y cuando quiso darse cuenta de que nuestra relación podía haber durado el tiempo que ella hubiese querido, ya había cometido demasiados errores y mi decisión era inapelable.

Como era de temer, volvió al continente con aquel calamidad, que tras la terrible paliza que le dio como recibimiento, la siguió tratando incluso peor que antes.

Yo pude saber todas las andanzas de Yoneida porque cuando la conocí estaba viviendo con una muy lejana tía suya que la apremiaba para que buscase otro alojamiento, ya que en verdad, la casa era muy pequeña y estaban muy estrechos. Esta señora tenia un chiringuito, especie de carrito que situaba, lloviese o tronase, en uno de los ángulos de La Plaza de Bolívar de Porlamar y en él llevaba a la venta caramelos, cigarrillos, café (aquí se dice "tinto") , toda clase de infusiones y en fin una serie de chuminadas que céntimo a céntimo mantenían a la familia.

Cuando Yoneida me la presentó, intuí que era conveniente tener buena relación con aquella señora que podía darme información de Yoneida, de la que todavía desconocía casi todo.

Le di buenas propinas; le acerqué algún tentempié de vez en cuando y la traté con mucho afecto. La Plaza de Bolívar era un punto al que acudíamos muy a menudo.
Esta señora me tomó cariño y como Yoneida le contaba a su prima todas sus intimidades y su prima se las largaba a su madre, ésta a la vez me las contaba mí, de ahí lo bien informado que yo estaba.

Cuando se marchó Yoneida no me encontraba a mí mismo. Tuve que buscar compañia pagada, teniendo la suerte de que llegase hasta mí una chica preciosa que no me explico cómo había llegado a ser lo que era pudiendo haber sido lo que se hubiera propuesto.Se llamaba Mildrech.
A los pocos días concluyó el arriendo del apartamento y me instalé en un hotel de esos que en las películas utiliza el fugitivo y en el que para inscribirse no piden mas documento que el pago por adelantado.
Perdí el apetito, no había comida que mi estómago pudiese aceptar y prácticamente me pasaba el día tomando costeñitas (un tipo de cerveza) y, como muchísimo, un par de perros calientes que medio comía por ser el alimento mas ligero que podía encontrar, (aunque curiosamente nunca me habían gustado y actualmente ni los pruebo).
Así estuve, como sonámbulo, varios días, entre ellos los del carnaval, en el que no sé cómo me conseguí una negrita muy atractiva que en un determinado momento me dijo: "Cuando he subido contigo a la habitación, entre otras cosas, lo he hecho porque no había encontrado ningún sitio donde alojarme y con tal de quedarme aquí estaba dispuesta a satisfacer todos tus caprichos, pero ya no puedo más, estoy agotada, no sé cómo con la cara de muerto que tienes has podido conmigo y aún pretendes seguir. Si quieres que me vaya me voy, pero yo no sigo, mañana si quieres, será otro día, pero hoy se acabó"

Y diciendo esto se dejó escurrir por el lateral de la cama, alojándose en el suelo, dispuesta a dormir allí.

Me pareció tan graciosa y me dio tal inyección de moral que hasta sonreí, tomándola del suelo y alejándola junto a mi, mientras la abrazaba con todo mi cariño.

Pasó el Carnaval y mi negrita también se fue con lagrimas en los ojos porque realmente surgió entre nosotros una sincera amistad.

Unos días después de mi nuevo encuentro con la soledad, tuve que ir al BBVA (aquí también está ese banco) y cuando subía por las escaleras a la primera planta, alguien desde abajo me llamó; era la novia de un amigo de El Piña al que había perdido la pista desde mi emancipación.

Como ya os dije, la mayor parte de mi tiempo con "El Piña" la pasé en el taller donde le estaban arreglando el Jeep, y esta chica, que era la novia de uno de los mecánicos, a menudo pasaba por allí, siendo el espectáculo de su llegada lo único agradable que podía esperar en mi aburrida cotidianidad ya que la niña era preciosa: 18 años indescriptibles que ahora estaban frente a mi con una sonrisa que me levantaba el espíritu.


Pero antes de seguir voy a contaros lo que me ocurrió exactamente el día siguiente de la marcha de Yoneida.

Después de salir de mi casa, Yoneida no tuvo más recurso que instalarse por esa noche en casa de su mentada tía, la cual informada de nuestra ruptura, al día siguiente se presentó en mi casa con la mas joven de sus hijas. Era ésta una chica que no creo hubiese cumplido los 17 años, bastante atractiva, de mi estatura aproximadamente. Venía con la pretensión de que se quedase conmigo, asegurándome que era una chica buenísima, señorita (aquí señorita es virgen), que siempre me querría y respetaría. Yo miraba de soslayo a la joven que no decía una sola palabra pero asentía con la cabeza todo cuanto su madre manifestaba. Parecía que su decisión ya estaba tomada porque como colofón le dijo a su hija: " Y ahora para que el Sr. Juan vea que es verdad lo que le decimos dale un beso y un abrazo y dile lo feliz que vas a hacerlo".

La chica, ni corta ni perezosa me abrazó con fuerza me besó y se limitó a decir: "Es verdad, es verdad",  como explicación gráfica y elocuente de lo que decía su madre.

Me sentí atrapado sin saber de qué modo eludir el compromiso que por un lado me atraía porque la niña estaba buenísima, pero por otro no sé por qué me daba miedo.

Las invité a comer a un buen restaurante (que aquí es algo muy importante) y siempre dirigiéndome a la madre dije textualmente:


“Señora, no sabe cuanto me honra la confianza que me dispensa al ofrecer su hija a mi cuidado. Sé que lo hace porque ve en mi la seriedad y honradez que Vd. desea para su hija y es precisamente por ello por lo que no puedo aceptar que se quede conmigo de inmediato. Necesitamos conocernos más a fondo hasta que ambos sepamos que podemos dar ese paso sin temor a equivocarnos."


Le di un billete de 50.000,- Bolívares (unas 3000 pesetas), que aquí es una cantidad importante (con con la que ahora no podrias comprar ni un bocasillo) y le dije que me pondría en contacto con ellas de inmediato, y tras una buena comida nos despedimos. Esta aventura os puede hacer ver que a pesar de mis veleidades estoy actuando con cordura.

Y volvemos de nuevo al BBVA.

La novia del amigo de El Piña era una belleza fuera de serie: 18 años, bella, culta, esbelta blanquísima, rubia y con unos ojos color miel que sabían hablar todas las lenguas y todos los dilectos sin que su preciosa boca dijese una sola palabra. Su simpatía desbordante me había impactado desde el primer día que la vi, pero como la consideré inaccesible, nunca quise ni imaginar un posible encuentro con ella. El Piña estaba enamoradisimo de ella, pero también lo mantenía en silencio y solo a mi me lo había dicho en prueba de confianza.
  
Me preguntó como me habían ido las cosas y le conté a grandes rasgos lo ocurrido con Yoneida, omitiendo los motivos de nuestra ruptura; le dije lo solo que me encontraba y lo necesitado que estaba del calor de una mujer, no perdiendo la ocasión para manifestarle lo enamorado que había estado de ella y mi lógico silencio sabiéndola enamorada de otro hombre, joven y apuesto, con el que ni en sueños podía competir. 

Muy lejos de sorprenderse, me respondió que siempre había intuido lo que yo sentía por ella; que su relación con su novio no funcionaba y que no se había separado todavía porque no sabia como decírselo, pero que iba a hacerlo. Conforme hablaba, mi experiencia traducía sus palabras con tal acierto, que la conversación terminó en la habitación de mi hotel donde pasamos dos horas inolvidables, fumando ambos un cigarrillo al final como en las películas.

Estuvo visitándome hasta que me vine a Colombia. Por cierto no me despedí de ella. Lo que hizo con su novio, después podía haberlo hecho conmigo.

SI EL PIÑA, SE ENTERASE DE QUE SU ÍDOLO HABÍA ESTADO CONMIGO TANTAS VECES, LE DARÍA UN ATAQUE.

Y ahora os digo: " Si en aquellos momentos en los que estaba totalmente solo; que no tenia ánimos ni para comer; que entraba y salía del hotel cien veces porque fuera no tenia donde ir y dentro me consumía, no hubiese tenido alguna que otra aventura como aquellas ¿Qué habría sido de mí? Bien sabe Dios que yo buscaba un ángel, pero ¿dónde podría encontrarlo?


CONTINUARÁ.


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