Las áridas laderas, pedregales improductivos cuya tierra apelmazada por los cantos calizos que la aprisionaban, fue domesticada tras ser extraídos, descuartizados a golpe de pico por aquellos hombres de paciencia infinita, se transformaron en albar mullido, después de más de cien pasadas del aladro.
Allí, junto a la vid y el olivo, los hombres sembraron su esperanza..., ganada con sudor y sacrificio.
Las plantas, prendieron sus raíces en aquellos secanos macilentos, teniendo que subsistir, como sus dueños, con lo que de forma natural, mas bien escaso recibían, hasta llegar a ser robustas tras haber sobrevivido a pesar de mil calamidades que las hicieron inmunes, a su pobre sustento, a las plagas, a los hielos y a las terribles sequías bajo un sol de infierno.
Aún lucen algunas de sus frondas en la estación florida, siguiendo protegidas las blanquecinas tierras donde se anclan, por la albarrada de sus ribazos, algunos gigantescos, que piedra sobre piedra escalan las pendientes con la sobria belleza, que se realza, al no haber sido ese el fin que se buscaba.
Por esas albinas tierras, robadas al erial socavado, las albarcas del campesino dejaron cien mil huellas en el transcurrir de los años, por el ir y venir tras de su mulo, atento a que las rejas abrieran las besanas anchas, rectas y profundas mientras chisqueaba con cariño inmenso para que avivase su paso el animal, ya cansado, que seguro cuidó mas que a si mismo por ser su compañía, su única ayuda y su mejor aliado.
Y así, como calcado, generación tras generación, las familias cultivaron esas tierras, criaron a sus hijos y murieron con sus manos encallecidas llevando en ellas el visado seguro para su eternidad anónima, cuya presencia aún permanece en los albares, que aún subsisten, sobre los que se muestran los esqueletos de las cepas, los olivos aún vivos y algún que otro almendro que por los milagros de la naturaleza aún retoña.
Ya ha mucho, todo quedó abandonado por los tataranietos de aquellos titanes, "porque los tiempos cambian" y los jóvenes buscan otros horizontes, pero aún siguen y seguirán protegidos los albares por las fieles albarradas, algunas de ellas desplomadas por la desidia, esperando, inútilmente, aquella mano antigua que vuelva a levantarlas.
5 comentarios:
Joder, cómo describes el paisaje que rodea estas benditas tierras de nuestro querido Vinalopó....ni mi admirado Azorín lo hubiera hecho mejor. Un abrazo.
Qué curioso. Yo también he pensado en Azorín al leerlo. Peró está más bien a la altura de los mejores poetas. Me maravilla ese portento descriptivo que parece salir de tí con tanta naturalidad, como si no costase ningún esfuerzo escribir tan bien.
Y,además, qué profundo lo que dejas escrito.
A mi se me ha venido a la mente al leer este magnífico relato cargado de un vocabulario sublime de nuestra preciosa lengua, la pequeña y vetusta aldea de Alcadima, que por ser pequeña dependía de otra aldea que a su vez pertenecía al pueblo de Monóvar. Me da mucha tristeza visitarla, hoy en completo abandono, y descubrir que las casas y cuadras que yo mismo conocí en pié y que tú un día aún más lejano, conociste habitados y con sus campos como un vergel, aparecen hoy como un cementerio del urbanismo rural. Es asombroso admirar lo que el ser humano hizo con su esfuerzo antaño con tan pocos medios aunque sus autores queden en el anonimato, pero si ese trabajo queda reducido a cenizas es muy triste haber pagado un precio tan alto. Prefiero que el sudor del ser humano permanezca inmutable en obras como las pirámides de Egipto, pero sin duda ese espíritu de entrega está en la piedra de cada ribazo que observamos desmoronado en la ladera de una montaña. FRAN
Qué maravillosas descrpciones! Sigo pensando que sale lo mejor de tí cuando hablas del campo. Es una lástima que se haya abandonado el trabajo de las manos de los hombres, la labor que se levanta en unión con la naturaleza, una forma de vida que carecía de tanta tontería de la que nos rodeamos hoy.
Magnífico escrito, precioso!
Un fuerte abrazo!
Francisco, se que te refieres al Almorquí, aunque distraidamente has puesto Alcadima, probablemente por haberla nombrado en una de mis últimas entradas. Pero aprovecho para decirte que aquellos bancales que tu conoces fueron en otro tiempo vergeles donde a los árboles se les degajaban las ramas por el peso de tantisimo y variadisimo fruto que daban y que entrar en sus huertas rodeadas de frutales no podia compararse mas que con lo que creo que todos imaginamos como el Eden. Ese aroma de las frutas maduras, esos canticos de los pájaros mas extravagantes, ese murmullo de las aguas al deslizarse por las acequias, esas coplas lejanas del labrador con algún que otro cariñoso improperio contra su acemila ante su empecinada querencia a mordisquear los frutos, esos pomulos sonrosados de las mozas que se ponian como las ascuas con solo mirarlas, ahí lo vés, recordando a Rodrigo Caro: "Campos de soledad, mustio collado"
Y yo añado " restos de aquellos lozanos cuerpos consumidos por la vejez o la enfermedad que dieron lo mejor de ellos y que ahora descansan en nichos descuidados sin que sus descendientes, probablemente, recuerden si quiera sus nombre de pila.
Publicar un comentario