martes, 17 de febrero de 2009

RELATOS QUE PUDIERON SER CIERTOS n° 8 "PEREGRIN"

Peregrin, nombre por el que se le conocia, después de su aseo personal, lo primero que hacia en la aurora de cada amanecer, era limpiar y asear el pequeño huerto que habia tras la barraca que le servia de cobijo. Este era el precio que pagaba a D. Emiliano, dueño de aquella pequeña parcela, por el disfrute de su rudimentaria vivienda y D. Emiliano a su vez, hombre generoso, compartia con el los frutos de aquella huertecita. Como si fuera la manecilla de un reloj, tanto en la distribución de su tiempo como en la orientación de su recorrido, pasaba después a la alqueria de su vecino D. Melquiades, donde sin mediar mas que un breve saludo, ordeñaba las tres vacas que habia en el establo, lo limpiaba y despues de poner nueva cama a las bestias las aprovisionaba de alimento en sus pesebres. De allí, sin perder un minuto se acercaba a la casa de su yerno que, participe de los beneficios de Peregrin en este quehacer, ya tenia enganchado el carro con el que recogia a los niños y niñas que le esperaban en la plaza de la aldea y los trasladaba al colégio situado en el pueblecito vecino a no mas de seis kilometros de la aldea pero que por tener parte de su recorrido a través de una carretera general imponia a los padres de las criaturas cierto respeto y era Peregrin el que bajo su cuidado evitaba a los niños el cansancio de tan reiterada caminata y los riesgos que pudieran acaecerles dada su corta edad.


Casi a marchas forzadas acudia después a la tienda de D. Gaspar, la única de la aldea, coincidiendo su llegada con las horas de mas movimiento y en ella, mas que atender, acercaba hasta el dueño los productos que pedian los clientes, para no tener, este, que ir de aquí para allá. Tambien movia los fardos mas pesados y los trasladaba a los carros de los clientes aparcados en la puerta y a menudo acompañaba hasta sus casas a las buenas clientas que habian hecho una pesada compra. Esta última actividad le ponia un poco nervioso pero como generalmente le suponia una propina adicional tampoco se rehuia cuando se solicitaba su colaboración. Pasadas las horas de mayor movimiento en la tienda y hasta la hora de recoger de nuevo a las criaturas, repartia las pocas cartas que desde hacia años recogia, tras dejar a los niños en el colegio, de la oficina de correos del pueblo, como cartero rural honorario, lo que le suponia la propina de correos según el número de cartas y la siempre segura moneda de sus destinatarios. Trás esto, empezaba otra vez su recorrido a la inversa con la única diferencia de que en su regreso iba además cobrando las propinas que recibia por aquellos servicios. Nunca quiso Peregrin abrir cuentas ni aceptó aplazamientos y requeria diariamente el pago a sus servicios, generalmente con precio convenido, salvo las propinas que eventualmente recibia por trasladar las compras a determinadas señoras, que eran las que decidian, según su generosidad, la moneda a entragar para su gratificación.


Ya en su casa, aprovechando la fresca previa al anochecido, plantaba para ir renovando la huerta nuevas hortalizas y tras ello, se iniciaba el momento mas feliz para él en cada día. El recuento. Digo el recuento porque era raro que al contar hubiese algún error y salvo alguna propina rara vez olvidada, siempre coincidía el montante con lo que el ya llevaba calculado para sus adentros. Pero no era la cantidad recaudada lo que mas le incentivaba, sino el reparto; el destino de cada una de esas monedas. En una alacena con robustas puertas, selladas por tres robustos candados, tenia distribuidos en cada estante todos sus ahorros. En el frontal de cada balda, había un rotulo de papel pegado con harina en el que podía leerse: "Para mi hija Eulalia cuando yo muera"; "Para mis nietos Juan y Asunción y para los que vengan de igual manera"; "Para cualquier imprevisto, sease por ejemplo una enfermedad"; "Para que no me falte para comer"; Habia una quinta y última balda sin rotulo. Siempre lo había tenido pero como lo había cambiado ya muchas veces debido a que el destino que le había programado una y otras veces, con los años se fue haciendo incompatible con su edad y su predisposición, decidió dejarlo en blanco para llegado su momento aplicarlo a lo que mas pudiese convenir.


Cada anaquel era un primor: estaban apiladas las monedas de forma perfecta, montones de monedas de la misma cuantía hasta donde el equilibrio permitía, formando varias filas que llegaban casi al borde del estante. Los billetes de papel de igual modo, por montoncitos que se elevaban mas o menos según su importe, llegando algunos a cubrir el espacio que había entre dos entrepaños. Tal era la frenética obsesión de ahorro que había tenido a lo largo de su vida.


En la aurora de una mañana de invierno, Peregrin, en vez de saltar de su jergón como un resorte, tal como era su costumbre, sintió la necesidad de quedarse un último minuto más en el calor de aquella cama destartalada, pero consciente de sus obligaciones se incorporó, sintiendo a lo largo de todo su espinazo un frió intenso, casi doloroso; su notable agilidad estaba mermada y sus fuerzas también disminuidas. Se dio un aseo muy superficial; mas que arreglar la huerta la observó y sacando fuerzas de flaqueza se dirigió a la alquería del D. Melquiades. Ordeñó las tres vacas teniendo que apoyar su cabeza en la barriga de los animales, casi extenuado, echó la nueva cama a las reses sin retirar la basura del día anterior y como pudo trasladó a los niños al colegio. Aquel día no recogió el correo y tuvo que excusarse ante Don Gaspar a la tercera vez que quedó traspuesto sentado sobre un saco de trigo. Nunca había estado enfermo, jamás había sentido pereza ante ningún trabajo y ahora solo deseaba tumbarse en su jergón. Recogió a los niños y ante la extrañeza de todos omitió pedir el pago de sus servicios, teniendo que requerirle algunos para que lo tomase y ya en su casa se sentó en el vetusto sillón de mimbre que tenia en el cobertizo, junto a la huerta, en la que fijó su vista ensimismado en no se que pensamientos mientras sus ojos se humedecían; sintió que sus brazos se desplomaban mientras por todo su cuerpo le recorría un frió que le hacia temblar.


Cerró los ojos, meditó un momento y en el segundo intento consiguió levantar su cuerpo del asiento dirigiéndose a la alacena; sus manos le temblaban y abrir los candados fue una empresa agotadora, arrancó una hoja  de un pequeño block, escribió un rotulo y lo pegó con harina al borde de la quinta repisa de la alacena, en el que al día siguiente todos pudieron leer: PARA MI ENTIERRO. 

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Me pregunto para qué estaría destinado ese dinero en un principio. Me refiero a la misteriosa nota que rompió... Me puedo hacer una idea de cómo se siente una persona mayor por cómo me siento cuando enfermo: ese cansancio extremo, queriendo estar recostado todo el tiempo sin fuerzas ni mucho apetito... debe ser muy triste darse cuenta de que el cuerpo ya no te responde ante las cosas más sencillas por mucho que queramos. FRAN.

pichiri dijo...

Querido hijo: Parte del intringulis de este relato, como intuyes, descansa en esa cuartilla llena de apuntes que habia ido tachando a través de los años. Que cada cual imagine sus ilusiones fustradas, sus sueños rotos,sus deseos relegados ya imposibles de realizar por el paso de los años. Seguro que lo que ponga vuestra imaginación siempre será mas sublime que lo que yo pudiera imponeros, por eso lo he dejado ahí envuelto en la niebla.
El hombre, a lo largo de su vida,conforme vá haciendo su balance, tiene que ir desechando proyectos que solo podrian haber sido llevados a cabo en otras etapas de su vida y así nos vamos despojando de ilusiones que ya nunca podremos realizar. Solemos dejar las cosas para otro momento, que nunca llega, y cuando reiniciamos la andadura, amargamente, nos damos cuenta de que el tren de esa ilusión ya pasó para nosotros, estando tan lejos que ya nunca lo podremos alcanzar y lo peor es que tampoco volverá.

JuanRa Diablo dijo...

Tu contador de entradas ya suma 71 !! Setenta y un escritos que guardan verdaderas maravillas.
Me gusta lo que cuentas y cómo lo cuentas y de todo extraigo bonitas y profundas enseñanzas.
Estoy decidido a guardar todo esto en papel, como un libro que se llame AL BORDE DEL ABISMO y lleve tu nombre.
Me encanta!!

pichiri dijo...

En vuestras manos dejo mi espiritu.

Io dijo...

Es tan real como descorazonador.

Toda la vida trabajando, toda la vida soñando, toda la vida haciendo planes, y sólo hubo tiempo para lo primero.

A veces me siento mal cuando dedico tiempo a la parcela de mis sueños y no a la de mis quehaceres, porque no me sobra el dinero. Pero necesito vivir, y necesito alimentar también esa parcela, aunque sea una ilusión, un espejismo, una nebulosa que nunca alcanzará dimensión material.

No podría llevar una vida como la suya. Moriría mucho antes que él, moriría de sed. El espíritu lo es todo. Hay que darle de comer de vez en cuando.

Un fuerte abrazo!

Io dijo...

Pichiri, escribiamos a la vez.

Qué curioso que hayamos mencionado el espíritu al mismo tiempo...

Anónimo dijo...

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