Desde aquel día en que en la taberna habia habido un conato de pelea que hubiera llegado a mas de no haber sido por la intervención de Don Ramón, dueño de la abaceria situada dos esquinas mas abajo, que por casualidad por allí pasaba, guiados por la gratitud primero y seducidos por el bienestar y comodidad que allí se disfrutaba después, Don Senén, Don Julian y Don Malaquias frecuentaron a diario la Abaceria de Don Ramón que tuvo que abastecerla, muy complacido, de todo lo que ellos normalmente desayunaban, ya que además de un ingreso adicional ganaba una grata compañia. Aunque su horario de encuentro siempre era el mismo nunca llegaban todos a su hora y mientras esperaban los que habian llegado puntualmente, ayudaban a Don Ramón en sus tareas cotidianas, abatojando las legumbres, limpiando los granos podridos de la calagraña, despellejando las mazorcas.... Ya todos reunidos, se sentaban en una mesa camilla junto a un ventanal que daba a la calle y no interferian en lo mas mínimo en el buen funcionamiento de la tienda, atendida por Don Ramón las primeras horas y después por su esposa una vez terminados los quehaceres de la casa, oportunidad que aprovechaba Don Ramón para unirse, de vez en cuando a la tertulia en la que siempre habia algo nuevo que tratar, eso sí, no dejando jamás al margen los temas locales que daban para mucho en todas las tertulias.
Cuando entraba algún cliente bajaban el tono de voz, incluso callaban, según el grado de confianza que les mereciera el intruso, por lo que a lo largo de toda la mañana hasta la hora de la comida, en que se despedian, se intercalaban muchos minutos de silencio absoluto, pareciendose mas aquel rincón una reunión de conspiradores que una charla de amigos.
Doña Blasa, esposa de Don Ramón, que le sacaba punta a todo, a pesar de su voluntad para inhibirse, no podia reprimirse en alguna ocasión y hacia algún que otro comentario, hablando para si misma pero levantando el tono, para que llegase al oido de los contertulios, que ya no le hacian caso, a los que apodaba los sastres por los buenos trajes que cortaban cada día a la victima de turno.
No eran mala gente, incluso en sus críticas eran condescendientes y siempre buscaban alguna escusa para justificar ciertas malas acciones, pero mover la lengua les apasionaba y al fín y al cabo en aquella aldea aburrida y sin nada que hacer por sus ya avanzadas edades, era el único deporte que los gratificaba.
No sé de que forma les llegaria tanta información pero reflexionando llego a la conclusión de que no solo eran ellos los que le daban a la lengua,ni era ese un deporte privativo de la tercera edad, porque para informarse, otros tendrian que haber hablado y siguiendo la pista se deducia que en aquella aldea todos conocian los mas y los menos de cada cual, siendo ese cada cual el único ignorante de las críticas que sobre el se vertian. Mucho peligro tuvieron en otros tiempos este tipo de cosas, porque a veces los bulos dañaron muchas reputaciones y fueron causa de terribles consecuencias, pero en el tiempo al que refiero, mas prudentes, solo se comentaban los casos comprobados que eran casi de dominio público, por lo que en la tertulia de Don Senén, Don Julian y de Don Malaquias, se iba mas lejos que del simple comentario y se especulaba sobre el cuando, como, donde, y por qué, discutiendo posibles implicaciones de terceros o terceras que pudiesen haber influido y que además posiblemente se hubiesen beneficiado, en fín, una distracción como cualquier otra, en la que sin duda, aunque solo haya sido una vez en la vida, me imagino que todos hemos participado y que en algunos casos, expuesto el hecho en tono de humor, nos hemos reido, olvidando el malestar que sufren todos aquellos a los que les afecta.
Como la verdad siempre sale a la luz y en la rueda de la fortuna o de la calamidad todos vamos girando llegó el momento en que Don Senén y Don Julian se enteraron de algo muy grave en la vida de Don Malaquias, que a su vez con Don Julian supieron de D. Senén y este con Don Malaquias de Don Julian, con lo que habia entre los tres un secreto a voces que cada cual conocia de los demás, ignorando cada cual el que los demás conocian de si mismo, por lo que cuando surgia por parte de alguno de ellos un comentario similar al que se imputaba al que hablaba, los otros, se miraban en complicidad y sonreian disimuladamente, dejando a veces perplejo al informante ante la falta de atención de su audiencia en sucesos tan trascendentes, teniendo los contertulios que inventar cualquier escusa para justificar sus sonrisas solapadas. Nadie caia del burro ante esas escenitas reiteradas en las que el turno de perplegidad pasaba de unos a otros casi a diario, hasta que como si todos se hubieran puesto de acuerdo, una noche, buscando en solitario una explicación a la reciprocidad de tanta sonrisita, pensaron cada cual los motivos que se las provocaban a él y eso les vino a aclarar el motivo por el que él se las provocaba a cada cual, por lo que tras esta conclusión, reflexionaron con la almohada y dieron un repaso general a sus vidas, pensando que si algo se sabia de ellos, mejor seria que no se supiese todo lo demás. Al día siguiente ninguno de los tres aparecieron por la abaceria de Don Ramón, que se quedó con los desayunos preparados, abañando simientes con toda paciencia, mientras esperaba la llegada de quienes ya jamás volverian.
Cuando entraba algún cliente bajaban el tono de voz, incluso callaban, según el grado de confianza que les mereciera el intruso, por lo que a lo largo de toda la mañana hasta la hora de la comida, en que se despedian, se intercalaban muchos minutos de silencio absoluto, pareciendose mas aquel rincón una reunión de conspiradores que una charla de amigos.
Doña Blasa, esposa de Don Ramón, que le sacaba punta a todo, a pesar de su voluntad para inhibirse, no podia reprimirse en alguna ocasión y hacia algún que otro comentario, hablando para si misma pero levantando el tono, para que llegase al oido de los contertulios, que ya no le hacian caso, a los que apodaba los sastres por los buenos trajes que cortaban cada día a la victima de turno.
No eran mala gente, incluso en sus críticas eran condescendientes y siempre buscaban alguna escusa para justificar ciertas malas acciones, pero mover la lengua les apasionaba y al fín y al cabo en aquella aldea aburrida y sin nada que hacer por sus ya avanzadas edades, era el único deporte que los gratificaba.
No sé de que forma les llegaria tanta información pero reflexionando llego a la conclusión de que no solo eran ellos los que le daban a la lengua,ni era ese un deporte privativo de la tercera edad, porque para informarse, otros tendrian que haber hablado y siguiendo la pista se deducia que en aquella aldea todos conocian los mas y los menos de cada cual, siendo ese cada cual el único ignorante de las críticas que sobre el se vertian. Mucho peligro tuvieron en otros tiempos este tipo de cosas, porque a veces los bulos dañaron muchas reputaciones y fueron causa de terribles consecuencias, pero en el tiempo al que refiero, mas prudentes, solo se comentaban los casos comprobados que eran casi de dominio público, por lo que en la tertulia de Don Senén, Don Julian y de Don Malaquias, se iba mas lejos que del simple comentario y se especulaba sobre el cuando, como, donde, y por qué, discutiendo posibles implicaciones de terceros o terceras que pudiesen haber influido y que además posiblemente se hubiesen beneficiado, en fín, una distracción como cualquier otra, en la que sin duda, aunque solo haya sido una vez en la vida, me imagino que todos hemos participado y que en algunos casos, expuesto el hecho en tono de humor, nos hemos reido, olvidando el malestar que sufren todos aquellos a los que les afecta.
Como la verdad siempre sale a la luz y en la rueda de la fortuna o de la calamidad todos vamos girando llegó el momento en que Don Senén y Don Julian se enteraron de algo muy grave en la vida de Don Malaquias, que a su vez con Don Julian supieron de D. Senén y este con Don Malaquias de Don Julian, con lo que habia entre los tres un secreto a voces que cada cual conocia de los demás, ignorando cada cual el que los demás conocian de si mismo, por lo que cuando surgia por parte de alguno de ellos un comentario similar al que se imputaba al que hablaba, los otros, se miraban en complicidad y sonreian disimuladamente, dejando a veces perplejo al informante ante la falta de atención de su audiencia en sucesos tan trascendentes, teniendo los contertulios que inventar cualquier escusa para justificar sus sonrisas solapadas. Nadie caia del burro ante esas escenitas reiteradas en las que el turno de perplegidad pasaba de unos a otros casi a diario, hasta que como si todos se hubieran puesto de acuerdo, una noche, buscando en solitario una explicación a la reciprocidad de tanta sonrisita, pensaron cada cual los motivos que se las provocaban a él y eso les vino a aclarar el motivo por el que él se las provocaba a cada cual, por lo que tras esta conclusión, reflexionaron con la almohada y dieron un repaso general a sus vidas, pensando que si algo se sabia de ellos, mejor seria que no se supiese todo lo demás. Al día siguiente ninguno de los tres aparecieron por la abaceria de Don Ramón, que se quedó con los desayunos preparados, abañando simientes con toda paciencia, mientras esperaba la llegada de quienes ya jamás volverian.
3 comentarios:
Papá, tienes un talento que no es normal. ¿Por qué no presentas estas cosas a todos los concursos literarios habidos y por haber? En internet hay muchos y algunos publican no sólo al ganador sino a los finalistas. Este relato, como tantos otros tuyos, merecería quedar para la posteridad escrito sobre papel al abrigo de un bonito libro.
Definitivamente estoy de acuerdo con Juan. Todo esto debe imprimirse y encuadernarse. Es más, luego hay que hacer copias y distribuirlo entre la gente que realmente sabe apreciarlo. FRAN
Apoyo la moción de Juan.
Tus relatos son muy buenos. Me considero una privilegiada por ser una de las pocas que tiene acceso a ellos. Pero me parece injusto. Porque tus historias contienen moralejas muy aplicables al comportamiento. Harías bien en presentarlos a varios certámenes. Tu ganarías, tus lectores ganarían, todos ganarían.
Es una pena que nadie más que los que por aquí rondamos sepa la clase de hombre que eres...
Un fuerte abrazo!
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