jueves, 8 de enero de 2009

EL ESLABON PERDIDO

Que pobre homenaje podríamos ofrecer a nuestros antepasados si tratásemos de hablar de ellos; quizás alguna hazaña fuera de lo común que probablemente no podríamos adjudicar a nadie en concreto ya que si por casualidad la recordáramos por haberla oído de boca de nuestros padres o abuelos, lo mas seguro es que comenzarían diciendo:"No sé si fue bisabuelo o el tatarabuelo de mi bisabuelo..." Esta clase de historias también se pierden a través del tiempo y si alguna perdura solo se debe a que los hechos nos honran. Se recuerdan y a veces pasan de generación en generación. ¿Que mas da quien la hiciese si llevaba nuestro apellido?.

Después de la tercera generación los parentescos y los hechos se desvanecen, salvo como digo, algunos casos excepcionales, en los que recordamos el galardón pero no al galardonado, salvo que los libros de la historia, si el hecho fue muy importante, nos ayuden a recordarlo.

Pero no en todas las familias hay un héroe a recordar, ni un hecho excepcional que merezca tener un puesto en los anales de la historia, ni tampoco todos nuestros antepasados se pueden circunscribir a ese personaje si lo hubiera, limitándose el compendio de sus vidas a la suma de sus días, inmersos en sus penas y en sus ínfimas glorias que nadie recordará, a pesar de sus sinsabores, sacrificios y penalidades; sus pequeñas o grandes alegrías; su felicidad mermada por las necesidades o la gloria inmensa ante el bienestar de los suyos a los que tampoco nadie recuerda o en el mejor de los casos ya a nadie importa, sin siquiera tener en cuenta que nuestra identidad, incluso nuestro bienestar se apoya en los pilares de aquellas vidas, de aquellos hombres y mujeres sin los cuales no habría sido posible nuestra existencia. 

No podemos ser culpables de desconocer a quienes nunca vimos, pero si, salvo algunas excepciones, de no habernos molestado en intentar saber sobre ellos; somos culpables de no haber contado a nuestros hijos y nietos las pequeñas hazañas de nuestros padres y abuelos, de no haber trasmitido también lo que ellos, a su vez, nos trasmitieron de sus sus padres y sus abuelos, y así se hubiera mantenida unida y firme la cadena. Contar esas hazañas tan humildes y cotidianas que nunca pasarán a los libros de la historia pero que también nos pueden honrar, transmitiéndonos un mensaje tan hondo y sublime que puede marcar nuestras vidas como a mi me la marcó esta simple y sencilla historia, que os voy a relatar, en cuya insignificancia radica su grandeza:

 "Siendo prácticamente un niño, podría tener unos doce años, mi padre me mandó a cobrar un cheque a un banco próximo a mi casa. No os extrañéis ya que por aquellos años nadie se hubiera atrevido a asaltar a nadie por la calle, pero esto no viene al cuento. Eran todavía tiempos de necesidad y yo sabia que mi padre andaba muy escaso, por eso, cuando al contar el dinero que me dio el cajero vi que me había dado mucho mas de lo que me correspondía, salí del banco y como una exhalación me presente en casa y le dije a mi padre "mira papá, traigo mucho mas dinero del que tenia que cobrar" Mi padre muy serio me pregunto por qué y cuando le di todas las explicaciones, a pesar de sus apuros, me increpó por mi actitud y me obligó a volver al banco para entregar lo que no me correspondía, tratando de hacerme comprender que estaba muy mal lo que había hecho. Avergonzado, entré en el banco y dirigiéndome a la persona que me había atendido le dije casi susurrando que se había equivocado al darme el dinero y con cierto despotismo, sin escuchar mis explicaciones, me dio a entender que lo sentía mucho pero que debía haberlo contado antes de salir, porque lo mismo podía haberlo perdido y el no tenia ninguna culpa. Cuando le aclaré que no me había dado de menos sino de mas y puse sobre el mostrador todos los billetes al hombre casi le saltan las lágrimas y levantando el tono de su voz y dirigiéndose a sus compañeros dijo: "Mirad a este niño, le he dado dinero de mas y viene a devolvérmelo", ¿Quien es tu padre? me preguntó, y al decirle que mi padre era Juan José Cabrera _Juan José Cabrera le dije, y al oír su nombre respondió: No podías ser menos ya que tu padre es un gran hombre y un verdadero caballero. Me chocó la mano y me dio cinco pesetas. Cuando llegué a casa y le conté a mi padre lo ocurrido, sonriéndose me dijo: "Esas cinco pesetas si que son tuyas, ¿No te sientes mucho mejor así?.
Desde ese día vi de otra forma a mi padre, y a pesar de que siempre, embebido en su trabajo, no se prodigaba mucho con zalamerías, empecé a quererlo mucho mas de lo que ya lo quería. Ese ejemplo de mi padre ha estado siempre presente en todos los actos de mi vida y en cualquier ocasión que he tenido, he actuado como el me enseñó a hacerlo y en cada una de ellas lo he recordado.
¡Que pobre homenaje te rindo, padre mio!, pero en su insignificancia va implícita con esplendorosas luces tu grandeza, tantas veces demostrada a lo largo de tu vida de trabajo y sacrificio, con el único afán de dar una carrera a cada uno de tus cinco hijos.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me alegro de que tú sí que honres a los que te precedieron al contar esta historia. También me alegro de que ayer pudieramos vernos mutuamente a través de la cámara del ordenador a pesar de distar miles de kilometros entre ambos y me alegro de que hayas vuelto a escribir en este blog. FRAN

Txema Rico dijo...

Cómo he visto reflejado en esta historia a mi difunto padre...era incapaz de quedarse con algo que no fuera suyo y ni mucho menos consentirlo a sus hijos...Dónde están ahora esas normas básicas de convivencia?
Por cierto yo tambien recuerdo ir a cobrar un cheque de más o menos un millón de pesetas de los de la época e ir por la calle tranquilamente...Que tiempos aquellos!!!
Saludos desde nuestra querida y cada vez más desdibujada, por los moteros y discotequeros, Almafrá.

Anónimo dijo...

Tomás dijo:
No conocía esa historia, pero la recordaré. La verdad es que hace poco vi en televisión como dos hermanos inmigrantes negros que vendían pañuelos en un semáforo en Barcelona encontraron 3.000 euros en una cartera que alguien perdió en el mismo semáforo donde vendían esos pañuelos, buscaron a su dueño y se lo devolvieron. Este bonito acto lo es mucho más teniendo en cuenta las penurias que pasaban, y realmente me emocionó el gesto de honradez que tuvieron. Salieron en televisión y fueron famosos por unos días, les prometieron un trabajo y pasados unos meses una cadena de televisión volvió a buscarlos en plenas navidades preguntandose que había sido de ellos... Seguían allí, dicen que del trabajo prometido nunca mas supieron, pero que volverían a hacerlo porque asi los habian educado, sus padres, como no. Me alegró mucho saber cómo la gente que paraba por allí conocian la historia, y como muchos de ellos tenían un gesto generoso en sus limosnas conscientes de su honradez.
Hubo un conductor que paró y les regaló una cesta de navidad.Cosas así hacen no perder la esperanza de que todavía hay gente buena en este mundo.

JuanRa Diablo dijo...

Del abuelo Juan guardo esa imágen de trabajador que mencionas. Su despacho me llamaba la atención por lo ordenado y pulcro que lo tenía. También guardo en un álbum de recuerdos manuscritos suyos y notas cariñosas dirigidas a mí.
Juan Luis le llamaba "el General" porque lo veía serio y mandón, pero nosotros conocíamos su otra cara, la que mostraba en sus papeles de Tio Mochilón y Tío Paneque, dandonos pellizcos por debajo de la mesa y preguntando extrañado si pasaba algo cuando pegábamos un brinco por el susto.
Cuando pienso en él me viene a la cabeza la eterna imágen de su Farias apagado entre los labios.