lunes, 19 de enero de 2009

RELATOS QUE PUDIERON SER CIERTOS nº 2

Era un hombre callado, cuando andaba e incluso cuando estaba sentado, miraba a lo lejos como si su vista la apoyase en algún punto lejano, igual que cuando, nosotros, ocasionalmente, tenemos la mirada perdida sin fijarnos en nada concreto, sumidos en cualquier pensamiento y cuando nos preguntan que miramos o que pensamos respondemos con sinceridad "en nada" porque no hay nada concreto que responder por ser un cúmulo de cosas las que volaban por nuestra mente, pero sin saber exactamente cual fué la idea que centraba nuestra atención. Solo concentraba su vista, cuando te hablaba, mirandote a los ojos, inciciativa poco frecuente, ya que no solia prodigarse en palabras si no era requerido para ello ante alguna pregunta, que siempre se esforzaba en responder del mejor modo, con gran solicitud. Tambien se le veia atento y concentrado cuando observaba si las yemas de los árboles, la floración de los olivos, o el brote de la siembra anunciaba buena o mala cosecha. Hacia ya mucho tiempo que habia delegado cualquier iniciativa en manos de su esposa, una santa mujer, fuerte, con dotes de mando y con criterios inamovibles que hacia imposible cualquier razonamiento que se apartara de los canones que no sé por que genes tenia tan arraigados. Mientras siguió sus propios criterios, en los primeros años de su matrimonio, tuvo que sufrir por cualquier tráspiés las críticas reiteradas de su esposa, por no haberle consultado o por no haber hecho lo que ella le aconsejaba, por eso, con los años se limitó a hacer lo que ella decia, no porque estuviese convencido de que era lo mejor sino por evitar tener que oirla renegar. Así, poco a poco, llegó a ser practicamente un cero a la izquierda en cualquier decisión que se fuera a tomar y tanto sus hijos como los jornaleros que en algunas ocasiones se contrataban, que siempre solian ser los mismos, acudian a la patrona para recibir las órdenes.
Nunca le molestó, al menos en apariencia, ocupar el lugar al que, él mismo, se habia relegado porque esto le ahorraba cantidad de disgustos y como nunca reprochó a su esposa los errores que ella cometia, muy pocos por cierto, pudo llevar una vida mas o menos apacible realizando las labores que le eran encomendadas por su consorte, sin discutirlas, ni analizarlas, tal como corresponde a un buen peón. Las pocas veces que se le invitaba a una conversación inteligente, demostraba tal cantidad de valores y de conocimientos que sorprendia a sus contertulios por mucha cultura que tuviesen, pero como este tipo de cosas sucedia muy a las largas, no era dificil cruzarse con él, absorta la mirada y moviendo los labios como si fuese hablando consigo mismo.
Un día de crudo invierno, a finales de Febrero, periodo ideal para podar los sarmientos de la vid, la esposa envió a su marido a unas piezas de viña que tenian a muchos kilometros de la casa; el tiempo estaba inseguro, pero como ella así lo habia decidido se encaminó, a pie, casi amaneciendo, a aquellas bancales que por ser parte de una finca que tuvieron sus padres le traian muy entrañables recuerdos. La finca se repartió entre todos los hermanos, pero el caserón estaba a disposición de todos y como suele ocurrir en estos casos nadie lo utilizaba. Como la casa era de todos, ninguno se preocupó nunca de hacer las debidas reparaciones y con los años era ya casi una ruina, húmeda y triste.
Ya en las viñas comenzó tu trabajo de inmediato. No invitaba el tiempo a reposar ya que hacia un frio que helaba la moquita. El suelo estaba cubierto de escarcha que crujia al andar y los sarmientos ateridos, perdida la elasticidad, hacian mas dificil la labor, ya que esta no consistia en l cortar los sarmientos, sino hacerlo dejando solamente dos yemas. Así se lo habian enseñado sus padres y así el se lo repetia en voz alta " hay que dejar dos yemas por si una no cuajase y si las dos cuajan ya quitaremos la mas debil cuando broten," se decia a si mismo y así una a una hasta podar una interminable fila para empezar con la paralela en sentido contrario.
No paró para almorzar por temor a enfriarse. El viento empezó a sentirse, primero como una brisa helada, después de forma mas severa, llevando en suspensión pequeñas particulas que emblanquecian el rostro y que no eran mas que gotitas del chiri miri congeladas. Su afán era por lo menos terminar aquella pieza antes de que se desencadenase la tormenta que se avecinaba. Solamente le quedaba la mitad del bancal mas grande y era una pena tener que volver otro día para terminarlo. Tenia que llevar los ojos prácticamente cerrados porque el viento ya fortisimo desprendia la escarcha de los sarmientos que llegaban a su rostro como agujas que lo lastimaban e incluso lo herian pudiendose ver en su cara y manos pequeños puntitos rojos de la sangre que brotaba por tan diminutos cortes. De pronto, lo que hasta entonces habia sido solo chispear, se transformó en lluvia intensa; las gotas de agua casi helada pronto empaparon sus ropas, la cortina de lluvia hacia ya casi imposible distinguir a mas de un metro a su alrrededor, pero como el conocia aquellos parajes como la palma de su mano se encaminó hacia la casa, unico reducto donde podia encontrar al menos un techo para cobijarse. Mientras llegaba le asaltó un temor; la casa estaria cerrada y habria sido vano su intento, pero el sabia que su madre, cuando vivian allí, solia dejar una llave en la gatera por si alguno de ellos llegaba y se encontraba la puerta cerrada, pero de esto hacia ya tantisimo tiempo...; su pobre madre ya hacia muchisimos años que habia muerto; cualquiera la podia haber utilizado en alguna ocasión y era poco probable que aún estuviera allí. En esas cavilaciones, el viento y la lluvia lo dejaban avanzar muy poco, pero por el tiempo que llevaba en el intento la casa no deberia estar muy lejos. Ante la poca visivilidad casi se dió de cara contra el muro y apoyado en el fué recorriendo su fachada hasta llegar al portón; en la gatera estaba su posible salvación porque empapado de agua helada y con un frio sin duda muy por debajo de los 0º sus músculos estaban tumefactos y sus pies y sus manos le dolian intensamente; tambien le dolian muchicimo la nariz y las orejas que no se atrevia a tocar por temor a que se rompieran entre sus dedos que verdaderamente no eran ya mas que verdaderas garras sin sensibilidad. No sé a quien se invocaria porque creo recordar que no era creyente, pero estoy seguro que en el momento en que metió su mano en la gatera no tendria mas remedio que acordarse de Dios cuando tropezó con la llave que por tantisimos años estuvo allí esperando este momento.
Ya bajo techo, protegido del agua, se sintió aliviado, pero el frio lo tenia aterido, los dientes le castañateaban y las piernas le temblaban, los dedos le dolian y su cuerpo completamente helado estaba al borde del colápso. El el cobertizo del patio habia un inmenso montón de sarmientos secos, casi descompuestos por los años, pero con ellos se podia encender y mantener el fuego por mas de un día. Como pudo, llevó hasta la chimenea unas cuantas brazada de ellos y broza seca para disponerse a encender una gran fogata, pero tanto su caja de fosforos como su cajetilla de tabaco estaban completamente empapadas de agua y era inutil ningún intento, el tiempo implacable iba en su contra porque ya cualquier movimiento le resultaba penoso, la congelación iba progresando y no tenia fuerzas ya ni para arrastar sus pies. Apoyó sus manos en la repisa de la chimenea para poder sostenerse porque sabia que si se echaba ya nunca se levantaria y como un lamento silencioso se reprochó el no haberse dado cuenta nunca de lo importante que podian ser las cosas mas insignificantes: Un baso de agua para un sediento, una goma para hecer un torniquete, y en su caso un foforo para no morir congelado y mientras divagaba en esos, ya absurdos pensamientos se dió cuenta de que sus dedos inconscientemente estaba jugando con algo que habia en la repisa de la chimenea, era alargado y mas grueso por una punta, era un fosforo dejado allí por alguien no sabia desde cuando, sus rostro se iluminó y apagó de inmediato, era imposible que ese fosforo aún sirviera, la casa era fria y humeda y los años no pasan en balde incluso para un fosforo y lo mas seguro era que en el primer intento se descabezara. Lo cogió con el mayor esmero, eligió el lugar mas idoneo para frotar su cabeza, aspiró y espelió el aire de sus pulmones varias veces y casi con los ojos cerrados friccionó con fuerza sobre la losa viendo con agradabilisima sorpresa que aquella cerilla que alguien dejó alli olvidada iba a salvarle la vida. La broza seca prendió enseguida y tras ella los sarmientos iluminandose la habitación que pronto se caldeó. Se quitó la ropa y la acerco a una respetable distancia de la lumbre mientras desnudo absorvia y recuperaba el calor perdido. Ya repuesto y vestido con sus ropas secas dispuso un buen aprovisionamiento de sarmientos y de cepas viejas junto a la chimenea, sacó de la bolsa su pan, su fiambrera y su barrilito de vino y sentado en una vieja pero cómoda silla de anea se dió el mas suculento banquete, apartando los ojos de las brasas solo cuando empinaba el barrilito para saborear el explendido vino de su cosecha. Despues fumó con el mayor placer uno de sus cigarrillos ya secos y nunca, nunca más, ambicionó nada que tuviese valor pero no tuviese utilidad.

2 comentarios:

Io dijo...

Pichiri, chapeau!!!

El desarrollo del relato es extraordinario. Toda la descripción de la evolución de las inclemencias climatológicas mientras se encuentra en la viña es impresionante. Su situación cuando decide buscar la casa sin saber si existe aún una llave crea una gran tensión. Y la última parte, sin saber si ese fósforo llegará a encenderse, me tuvo en vilo. Respiré de alivio cuando lo consiguió, y sentí el frío helado en su cuerpo en todo momento.

El mensaje final es una de esas verdades cotidianas que generalmente pasamos por alto, y que, como en este caso, puede llegar a ser una cuestión de vida o muerte.

Me ha parecido un relato fantástico, me he metido de lleno en la historia y me ha dejado con una sonrisa en los labios. Más no se puede pedir.

Enhorabuena! Y gracias por compartirlo.

Un fuerte abrazo!

JuanRa Diablo dijo...

Qué alivio. Creo que he sentido el calor de ese fuego que le devolvía a la vida.
¿Sabes lo que hubieras hecho tu (y yo también) al ir entrando en calor? ¿No?
Pues empezar a frotarnos las manos y decir "Matildita, Matildita, Matildita..."
Muy buen relato papá.