sábado, 31 de enero de 2009

EL CRISTO NAZARENO

En la vispera del miércoles de Semana Santa se veia una actividad desacostumbrada en la casa donde vivia con mi familia en la Calle Antonio Maura, nº 16. Nosotros ocupabamos una de las dos viviendas del primer piso, la otra la ocupaban las dueñas del inmueble, dos primas hermanas devotisimas y ya casi ancianas, ambas solteras, que hacian una vida retirada y a las que no solia verse en la calle salvo por cuestiones de pura necesidad. La mayor, Dª Luisa, habia vestido los habitos de monja carmelita hasta que una enfermedad aconsejó su retiro, pero no por ello dejó de hacer una vida casi monastica y era su prima Encarna la que se encargaba de las tareas de intendencia, siendo la unica a la que se le veia de vez en cuando comprando lo impescindible para cubrir sus necesidades. Fuera de esto solo salian los domingos muy temprano para oir la primera misa y luego regresar a su retiro. Entre ambas viviendas habia una puerta que comunicaba con una sala y dos dependencias, una que daba a la calle con un hermosisimo balcón y que utilizaban las dueñas como dormitorio y la otra era una pequeña capilla en la que sobre un altar habia un precioso Cristo Nazareno del tamaño de un hombre que vestido con su túnica morada, sujeta en su cintura por un cordón anudado cuyos extremos terminaban en unas borlas doradas, aguantaba sobre sus hombros encorvados por el peso y la fatiga una tremenda cruz. Por debajo de su túnica podian verse sus pies descalzos descarnecidos y sobre su cabeza, cubierta por una hermosisima melena negra, una corona de espinas que heria su frente por la que corrian regueros de su preciosisima sangre. Su rostro, indescriptible, superaba con creces la perfeción de las mejores tallas de Berruguete o de Salcillo y me atrevo a decir, sin temor a equivocarme, que tambien a las de Miguel Angel, pero no es tan solo a la perfección de las facciones a lo que quiero referirme sino a su expresión. Sus ojos aunque tristisimos no tenian la languidez que solemos encontrar en las tallas religiosas. Le mirases desde cualquier angulo el te seguia con la mirada, no compungida sino interrogante, como preguntandote "¿que quieres de mí? ¿a que has venido? Su aspecto parecia cansado, por encima de la amargura de su suplicio, pero aún estaba presto para apartar su cruz y echarnos una mano si lo necesitabamos. Sus manos, que tantas veces besé eran finas y delicadas a pesar de las heridas sufridas en cada caida, pero se mantenian firmes asidas al madero. Verle provocaba una congoja que no te invitaba a perdirle, sino a darle y en su presencia se empequeñecian todas las angustias.
En la planta baja vivian mi tia Lucia, su esposo Tiburcio, mis tres primas y mis abuelos maternos y ellos, al igual que todos los que habitabamos en aquel caserón, la víspera del miercoles, primera procesión del Nazareno, participabamos en la preparación del evento con una meticulosidad aprendida a través de los años, sabiendo exactamente cada cual lo que tenia que hacer. Mi padre, mi tio, mi abuelo y mi hermano bajaban a Cristo del altar y lo situaban en el amplio descansillo de la escalera mientras mi madre y mi tia hacian una limpieza general de la capilla, tan a conciencia que no quedaba rincón por impenetrable que fuera que quedase con una mota de polvo. Mis primas y mi abuela dejaban hecho un cristal el suelo de la inmensa entrada de la planta baja donde se situaria la imagen durante los siguientes días de Semana Santa, espacio de tiempo que aprovechaban los fieles, cada año para su adoración, ya que finalizados esos días el Cristo volvía a la intimidad de su Capilla. Eran unos días en los que la casa de mis abuelos era un hervidero de fieles y el hecho de que fuese a su casa a donde acudían les hacia sentir cierta notoriedad, siendo mi abuelo el que cada año otorgaba a los mozos el privilegio de llevar las andas de la imagen, cuatro para las dos andas delanteras y otros cuatro para las traseras siendo innumerables las peticiones que recibía cada año y que me imagino otorgaría a aquellos que mejor propina le dieran. El llevar las andas de una imagen, especialmente las del Nazareno era un honor y las mozas se fijaban muy bien en los que ostentaban ese privilegio por lo que no dejaba de haber cierto grado de orgullo personal en lo que en realidad tenia que ser tan solo sentimiento penitencial. Pero Dios nos comprende y perdona, aunque después cada cual presumiera de haber soportado tan terrible peso. Yo iba a la zaga con mi abuelo, pero lo que yo adjudicaba eran las muletas donde se apoyaban las andas en cada parada y aunque siempre era a mis amigos a los que se las entregaba, alguna que otra vez me dejé sobornar por algún chaval caprichoso. Había que adiestrarlos ya que teníamos que estar muy atentos. Cada vez que algún porteador se sentía cansado golpeaba la base del Paso y nosotros debíamos poner inmediatamente y al unísono nuestras muletas en el lugar apropiado y en vertical para que las andas entrasen limpiamente en el semicírculo superior de cada muleta y quedase apoyado todo el peso de la imagen y de su peana sobre nuestros cuatro puntales. No era fácil ser un buen puntalero; si no colocabas la muleta correctamente y de forma vertical el peso se vencía hacia el lugar en que el apoyo estaba ladeado y si los porteadores no estaban atentos podía llegarse a situaciones comprometidas. Mas de uno de nosotros tuvo que ser sustituido por una persona mayor cuando hubo reincidencias, en este aspecto, pero esto fue muy pocas veces.
En una ocasión yo tuve que abandonar la procesión. No había merendado y tenia angustia, y como las farolas de los penitentes se encencian con petroleo y echaban mucho humo, por las calles estrechas y con la colaboración de un vientecillo muy propicio, iba respirando todas aquellas emanaciones gaseosas llegando a aturdirme de tal modo que casi caigo de bruces. De inmediato fui sustituido en mi labor y llevado a mi casa por un conocido, ¡bendita alma caritativa!, que por el camino tuvo que sujetarme la frente varias veces hasta que vomité mi primera papilla.
Como por entonces el pueblo era pequeño y mi familia muy conocida pronto acudieron mis padres al extenderse la noticia de que el hijo de Cabrera había sufrido un desmayo en la procesión. Eran tres días los que salia el Nazareno y a mi ya no me quedaron ganas de sufrir aquel suplicio. Creo que esa fue mi última escaramuza en tales labores a pesar de que yo siempre me había sentido muy orgulloso al considerar que los puntaleros eramos mas importantes que los porteadores. ¡Menuda responsabilidad!.
Doña Luisa y Doña Encarna me tomaron mucho cariño, especialmente cuando se me ocurrió la terrible idea de decir que quería hacerme seminarista por el solo hecho de congraciarme con ellas. Yo ya acudía a menudo al Seminario, pero no al así calificado ortodoxamente, sino a un billar que por ese nombre era conocido. En cierto modo me sentía atraído por la idea de hacerme cura, aunque nunca sabré si era la vocación lo que realmente me seducía, o el creer que con ello tenia garantizado el Cielo. No obstante, cuando mis vecinas, tan devotas, se enteraron, como ya había previsto, me llenaron de preguntas; "si realmente estaba convencido de que era lo que quería", "si era consciente de la responsabilidad que iba a tomar", "si sabia que si me hacia cura nunca podría casarme" y mil cosas mas, pero ante mi terquedad, para no defraudarlas, pensaron que realmente podía tener vocación y me pedían que las acompañase a la capilla del Nazareno para rezar con ellas el rosario todas las tardes, después de salir del colegio. Nunca entré en esa capilla sin sentirme sobrecogido de emoción y de amor por aquel Cristo cuyo destino final desconozco. Dª Luisa murió cuando nosotros todavía vivíamos en esa casa. Dejó en herencia un lote de terreno a mi hermana Cecilia que habia nacido en su presencia y a la que tenia un especial cariño. Algo despues de su muerte nos trasladamos a otro domicilio mas moderno y mejor situado y solo me enteré que tras la muerte de su prima Doña Encarna, sus herederos derribaron la casa y construyeron un edificio de varias plantas. Se dijo que el Cristo había sido llevado a otra capilla; nunca lo comprobé ni sé en realidad que fue de aquel Jesús Nazareno que siempre puso su mano sobre nosotros, aquel al que recé y pedí lo que ya ni recuerdo; pero su rostro, ese rostro en el que a través de sus ojos se podía entrar como por una puerta abierta al infinito, esa boca que nos hablaba con frases de silencio, esas manos delicadas pero firmes y seguras y esos pies descarnados y cansados de tanto seguir nuestros pasos sin llegar nunca a alcanzarnos, todo, todo El, está presente en mi con tanta nitidez que no hay detalle que haya olvidado y ahora que de nuevo está presente en mi recuerdo, vuelvo a sentirme sobrecogido de emoción y de amor por ese Hombre verdadero y Dios verdadero, tallado por no sé que benditas manos, no humillado por el peso de una cruz sino por la carga de nuestros pecados.
No se donde estará; quizás arrinconado en cualquier lugar, cubierto por una lona inmunda, pero sé que desde donde esté aún me protege y ahora, que mi recuerdo está vivo y puedo volver a verme y a verlo, como cuando de niño arrodillado ante su altar, vuelvo a pedirle que me ampare y que después de tantos años de olvido, acepte, renovada, la ofrenda que un día le hice con todo mi corazón.

2 comentarios:

JuanRa Diablo dijo...

Qué hermoso relato éste, papá y qué memoria la tuya a veces para recordar lo que sucedió hace ya tanto tiempo.
Me ha emocionado todo el final sobre todo el punto en el que dices que le pediste cosas que ya ni recuerdas. Te he imaginado de niño rezándole con fervor.
Si tan hermoso era, pienso que seguirá a buen racaudo. No creo que nadie se quisiera deshacer de una talla así.

Io dijo...

¡Qué bonito!

Me ha hecho recordar el Jesús del Gran Poder que teníamos en la entrada de mi casa. Era de azulejo, y tenía una luz que le encendíamos todas las noches. Mi padre siempre nos decía que nos protegía a todos, y yo siempre le creí.

No soy creyente de la religión católica (ni de ninguna), pero en el camino que recorrí desencantándome de ella, me guardé algunas cosas que para mí son sagradas y cuyo simbolismo es absolutamente personal e intransferible:

Una de ellas fue este Jesús del Gran Poder que protegió nuestra niñez.

La semana santa, sobre todo en Andalucía, me recuerda a mi madre,el ser más dulce que hubo sobre la tierra. Ella la vivía desde lo más hondo de su corazón.

La Virgen del Rocío. Ya hace muchos años que no voy. Hice el camino en cuatro ocasiones, y en la última conseguí agarrarme a uno de los varales cuando la paseaban el lunes por la mañana. (El central de su lado izquierdo). Tal vez pensé que sería muy difícil superar eso, o tal vez me desengañó ver la feria en que se había convertido, pero lo cierto es que no volví, no me lo volvió a "pedir" el corazón.

El "Padrenuestro". Nunca rezo, bueno si que rezo, pero no con oraciones de catecismo. Sin embargo, esta oración la rezábamos siempre en Nochebuena, antes de la cena, cuando éramos pequeños y mi padre nos decía que no siempre estaríamos juntos, y que teníamos que aprovechar esos años.

Comprendo la emoción que puede hacer sentir una talla o una imagen porque yo también la he sentido. Por eso me ha gustado tanto este nuevo retazo de tus recuerdos, con aromas a cera derretida sobre la calle, a torrijas y leche frita, con aires de saeta desgarrada y de silencio cargado de plegarias.

Un fuerte abrazo!