martes, 9 de julio de 2013

¡LO QUE SON LAS COSAS DE LA VIDA!

Cuando tiempo atrás, ni había pasado por mi imaginación cambiar mi residencia y menos fuera de mi querida provincia de Alicante, a veces, al pensar en el eterno reposo de los muertos, quizás influido por algún gen heredado de algún ancestral antepasado egipcio, me inquietaba el frío que debían sentir en las larguísimas noches del crudo invierno y en las no menos frías y tardías madrugadas de la fría estación, en las que se me antojaba que los pobres difuntos no podrían conciliar el sueño en aquellas fosas, huérfanas del mas mínimo calor.

Solía dedicarme a estas tétricas conjeturas, cuando mas calentito y confortable me encontraba en mi casa, disfrutando del fuego de la chimenea, que además de brindarme su calor, me distraía con las sinuosas figuras que modelaban las fulgurantes llamas, que se desvanecían y volvían a surgir, como comparsas de un interminable desfile, al ritmo de las inauditas melodías del silencio, solo perturbado por el chisporroteo de la leña, que cuando llegaba el fuego a lo mas profundo de sus entrañas, dejaban escapar como si fueran gritos, los últimos vestigios de su aún latente vida.

Me entretenía lucubrando en aquellas veladas la forma de asegurarme un reposo eterno, no perturbado por esos helores tan temidos por mí y concebía con un manifiesto infantilísmo, impropio de un hombre ya maduro, rudimentarios proyectos que pudieran paliar esos fríos que yo aún recordaba de mis tiempos de estudiante, cuando en Salamanca, en la Calle del Prior, que era una verdadera nevera, la casa de sillares de granito donde me alojaba, se mantenía congelada desde sus cimientos varios grados por debajo de cero hasta bien entrada la primavera.


Juro que lloré muchas noches por el dolor que me producía el frío al meterse en mis huesos mientras me castañeteaban los dientes, emulando al inolvidable Stan Laurel en alguna escena de terror. 

Solo pude combatir estos rigores, añadiendo a la ropa de mi cama: mi abrigo y el del Sr. Zandueta, navarro cincuenton y soltero que estuvo beneficiandose a la patrona, mayor que él, hasta que ésta estuvo de buen ver, según me dijeron.

Que hermoso era el abrigo del Sr. Zandueta, Tenia todas las trazas de haber pertenecido a algún alto mando del ejercito en las campañas en la estepa rusa. Era de piel. Grueso, y mas liviano de lo que aparentaba, pero una verdadera barrera para cualquier tipo de inclemencia. La píél era suave y brillaba como si a menudo fuera cepillada con reiterada dedicación. 


Tenia que ser el último en acostarme para descolgarlo de la percha del comedor donde solía dejarlo aquel hombretón al que muy poco vi reír, y lógicamente, para volver a ubicarlo en su debido lugar, tenia que ser el primero en levantarme para no ser decubierto.

Es muy cierto que con el abrigo del Sr. Zandueta solventé casi, mi problema salmantino, pero en lo que se refiere a mi descanso eterno, jamás encontré una solución racional, y en mi inquietante quebranto en mas de una ocasión clamé al cielo, recitando un verso de Gustavo Adolfo Bequer que decía; ¡Señor, que solos se quedan los muertos!, pero añadiéndole tres palabras, que de por si, dejaban al descubierto mi preocupación, quedando así el verso: ¡Señor, que solos "y que fríos" se quedan los muertos.

Ahora vivo en Barranquilla (Colombia) en plena zona tropical con una temperatura casi constante de 32º centígrados. En las noches de calma chicha el calor se hace insoportable si no pones en marcha el aire acondicionado o el abanico. El destino ha hecho que de mi se borre aquella terrible inquietud; "Lo que son las cosas de la vida". Lo que me apremiaba no puede estar mas lejos de mi actual realidad, y en estas tierras calientes, lejos de los fríos  que me inquietaban entonces, pensando en los muertos, solo cabe ahora intuir que para su mejor descanso, pedirán en todo caso " un soplo de brisa " en los achicharrantes calores del mediodía.

He aquí otro motivo que me obliga de nuevo a pensar..., y así lo estaré haciendo hasta que, espero que nunca, por cualquier designio del destino, para mi mal, vengan a decirme y me convenzan, de que los muertos, no gozaron nunca, ni gozan, ni gozarán jamás, de esa sensación impagable que, creo que todos alguna vez hemos gozado, de "saberse dormido cuando duermes apaciblemente".


Ya veis que poco es y no sabeís la paz que me infunde. Casi, casi, es ya un motivo para poder morir en paz. Y no quiero que jamás venga nadie a decirme que vivo en un error, si es que en el estuviera, aunque quedase plenamente comprobado científicamente, que ni en el pelo, ni en las uñas, ni en lo mas profundo de nuestros huesos, ni en el polvo de sus cenizas, quedará jamás en los muertos, un vestigio de potencial y latente vida.

3 comentarios:

JuanRa Diablo dijo...

La experiencia de Salamanca te debió marcar mucho para que hayas tenido en cuenta esos pensamientos durante tanto tiempo.

Espero que aún seas capaz de decir lo que nos decías cuando subíamos al coche en dias en los que el calor pegaba fuerte.
"No, no os agobiéis, relajaros y decir: Ahh, qué calor tan bueno"

Jajaja, desde entonces a mí me sigue funcionando.

pichiri dijo...

En mi turbada y sorprendente vida, acostumbrado a que mis logros fueran efímeros y mis proyectos se derrumbasen por las causas menos imaginables, llegué a pensar y aún pienso seriamente, que habia una fuerza sobrenatural, un karma que destruia y descalificaba todo lo que yo intentaba realizar.
Yo siempre estaba atento para afrontar cualquier descalabro, que inusitadamente tenia que surgir de forma inevitablemente fatal.
Por eso,pensando que todo se debia a un castigo divino, a forma de oración, casi constantemente, ya no pedia a Dios que levantase su mano para librarme de aquel mal, sin duda merecido, sino que le rogaba que "mis fracasos acaeciesen de cara al verano", porque siempre fué mucho mas duro, para mi, afrontar mis penurias de cara al invierno. Vemos pués, que algo hay en el calor que me dá fuerza. Por eso lo soporto mejor que los propios caribeños y en mas de una ocasión, como en tu comentario me recuerdas, les he dicho: ¿Como podeis quejaros de un calor tan bueno?...

Anónimo dijo...

Muchas veces he recordado tus palabras al respecto del frío. En una ocasión me dijiste: Si me muero un día de éstos méteme unas buenas capas aislantes del frío en mi nicho, que esté calentito.
Por ese motivo pensé ya hace mucho que ese pensamiento podía haberse borrado de tu memoria por el cambio de ubicación. Lo bueno de vivir en España es el poder esperar a que llegue el frío en invierno cuando te asas de calor en verano y cuando te hartas de tener los pies fríos en invierno siempre sabes que llegará el verano.Bonito vaiven el que nos ofrecen las estaciones por estas latitudes. FRAN.