jueves, 4 de julio de 2013

EL GRAN VIAJE

A lo largo de nuestras vidas, dudo que alguien, en alguna ocasión, no haya deseado con ansiedad un determinado viaje; poder tener una experiencia nueva que nos saque de la rutina diaria; comprobar con nuestros ojos las maravillas de las que hemos oído hablar; seguir sendas, a partir del punto en que otros las dejaron, para descubrir lo que ellos nunca vieron; o simplemente, como suele ocurrir, para darnos cuenta de lo insignificantes que somos.

La imaginación nos puede llevar casi sin esfuerzo a cualquier lugar del mundo del que tengamos alguna referencia; esforzándonos un poquito más, también podemos llegar a lugares de los que nada conocemos y que imaginamos tan solo por el exotismo de sus nombres, a riesgo de que si algún día los llegásemos a visitar, suframos una terrible decepción, dada nuestra generosidad a la hora de derrochar belleza sobre todo lo que desconocemos, aunque también entra dentro de lo posible que la realidad supere a la imaginación, como sin duda sucederá a los que tengan la suerte de llegar al Cielo.

He hecho muchos viajes a lo largo de mi vida, descubriendo culturas muy diferentes a las que siempre conocí; costumbres descaradamente opuestas a las mías e idiosincrasias que aún me cuesta trabajo comprender.

Pero siempre ha habido un viaje por excelencia que he preparado muchas veces y que siempre he tenido que posponer cuando ya estaba a la espera en el andén. Las muchas cosas que aún tenia que resolver y sobretodo la voluntad de Dios, siempre me lo han impedido, pero no he cejado en el empeño y lo tengo guardado como un premio final, que acaricio en mi mente siempre que creo estar preparado para tan larga singladura, me refiero a LA MUERTE.

El viaje final por antonomasia, la puerta abierta que vendrá a aclarar todas nuestras dudas, el episodio mas excelso de nuestra existencia, la resplandeciente luz; el final de todos nuestros pesares, el camino de nuestra dicha eterna, el olvido de nuestros rencores, la culminación de todas nuestras aspiraciones, la indescriptible dicha de estar cerca de Dios...

Sé que muchos habrán que puedan hablarme de la posibilidad que yo también me he planteado muchas veces y que descarto, de que tras LA INEVITABLE VISITA DE LA PARCA, solo quede de nosotros el recuerdo de quienes nos quisieron, nos amaron, nos apreciaron o nos odiaron con suficiente fuerza como para poder sobrevivir en su recuerdo. DESPUÉS DE ELLOS NADA QUEDARÁ DE NOSOTROS.

Pero aún así, y aconsejando se alejen de esa posibilidad, los que en ella crean, no sé que exista una mayor paz que la que nos brida el sueño. Lo he comprobado cuando sin saber como, me he dado cuenta de que estaba dormido, sin ya importar, la suerte o la desgracia, el amor o sus sinsabores, la notoriedad o la mas humilde condición.

 ES EL ÚNICO MOMENTO EN QUE TODOS SOMOS IGUALES Y SI NO DESPERTÁSEMOS Y ESE SUEÑO ES ETERNO EN LA INCONSCIENCIA, NO CREO QUE VAYAMOS A ECHAR DE MENOS NADA QUE NO PODAMOS DESEAR, NI QUEDE UN SOLO RESQUICIO EN NUESTRA INEXISTENCIA QUE PUEDA ALBERGAR AL DESENCANTO.

Me apunto pués a ese viaje para cuando Dios quiera y si no fuera porque hay muchas cosas que a este mundo aún me atan y me hacen sentirme obligado para con los demás, estoy seguro que pediría se me concediese la aventura, con la misma ilusión con que también pedía a mis padres me llevaran de excursión a merendar, los días de la Mona de Pascua, al Arenal, al Santo Negro o La Casa de la Tía Gervasia, parajes de mi Elda querida, que ya hace mas de sesenta años que no he vuelto a ver y que seguro que ya no son como lo fueron y que en mi recuerdo quedan.

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