sábado, 6 de julio de 2013

EL COFRE

Desde el Siglo IX, los Señores Feudales ejercieron su poder a lo largo y ancho de vastos territorios, sometiendo a sus siervos a toda clase de desmanes; los campesinos sufrían la plaga de las clases privilegiadas, relacionadas entre sí por los lazos del vasallaje, recibiendo la protección del Señor Feudal, representada por su fuerza militar que no era otra que la leva obligatoria de los propios campesinos y demás siervos a los que teóricamente tenia la obligación de proteger y que terminaban en una incongruencia total al convertirse en el amparo de sus teóricos protectores.

 La autoridad del Rey no intervenía en las decisiones de los Señores Feudales en todo el territorio de sus feudos, llegando a ser tan alto su poder que cuando se dirigían al monarca para tratar asuntos que podian afectar a su soberana, solían encabezar sus escritos de la forma siguiente: "Nos, que somos tanto como Vos y juntos mas que Vos..."

En este estado de cosas, los reyes se veían obligados a mantener muy buenas relaciones con estos Caballeros si no querían verse desprovistos de su apoyo en los momentos en que se precisaba la colaboración de todos para la buena marcha del Reino, otorgándoles títulos nobiliarios y otras prebendas que cada vez fortalecían mas sus estatus.

Como quiera que por aquellos tiempos estaba establecida a raja tabla la ley del Mayorazgo, los primogénitos varones de estos nobles eran los que heredaban los títulos, tierras y demás fortuna de la familia, mientras que los demás hijos, a los que se daba el apelativo de "segundones desheredados," no tenían más remedio que seguir la carrera militar o religiosa, como único medio de alcanzar una posición respetable que hiciese honor a su casta.

A principios del siglo XIII, el primogénito de una de las familias privilegiadas de uno de esos Feudos,  renunció a los bienes materiales que le pudieran corresponder y cediéndolos en favor de su hermano, abandonó las que podían haber sido sus tierras para acompañado de otros jóvenes que sentían sus mismas inquietudes dedicar sus vida, por verdadera vocación, al servicio de Dios.

Salieron de sus casas vestidos con harapos, dando ejemplo de pobreza, dedicándose a predicar sobre la hermandad entre todos los seres y cosas del universo, ayudando a los campesinos en sus tareas, conviviendo con ellos y arreglando los desperfectos que la desidia había ocasionado en las ermitas que encontraban a su paso, algunas de ellas al borde de la total ruina.

En cierta ocasión oyó una voz que le decía, es hora de que empieces a reparar mi iglesia que está calleándose a pedazos.

No creo que haga falta que me extienda demasiado para que ya hayan deducido que me estoy refiriendo a San Francisco de Asís, y quiero hablar de él porque hay algo que desde siempre me ha inquietado. Me refiero a las conclusiones equivocas en las que solemos caer cuando alguien por los motivos que solo a Dios incumben, adopta una actitud contraria a la que los demás siguen, aunque dicha actitud por los sacrificios en ella inherentes, sea digna de encomio.

Siempre habrá quien diga o piense: "algo persigue ...; es un peligro para...; trata de embaucarnos y así...,
EXPRESIONES ESTAS QUE TANTO SE OYERON A LO LARGO DE LA VIDA DE TAN HUMILDE SANTO. 

He querido poner el ejemplo de San Francisco de Asís porque después de transcurridos casi ocho siglos desde su muerte, no creo que ni en el la mente mas retorcida pueda haber un ápice de duda sobre su buena fe en todo lo que trató de transmitirnos, ni en cuanto al alto alcance de sus enseñanzas, por lo que tomando a este insigne personaje como ejemplo, sin tratar de hacer comparaciones, manteniendo las distancias y buscando tan solo hallar algunos rasgos de similitud, en cuanto a honradez sin tacha, total y fiel entrega a su servicio y nulas pretensiones materiales, creo que podemos hallar tantísimos ejemplos de virtud que quedaríamos sorprendidos y avergonzados ante las insidias, calumnias y deméritos  que en el presente, en el pasado y aún hoy mismo en los libros de la "historia", se han obviado, quedando en entredicho muchísimas personas y personajes a quienes siempre debíamos haber estado agradecidos.

No culpo a nadie de estos prejuicios porque si en cuanto a bondad no reconocida podemos hallar miles de ejemplos, se pueden contar por cientos de miles los que nos embaucaron persiguiendo unos fines particularismos, terminando siendo un peligro y a veces causa de grandes males.

No es hora de lamentarnos por los unos ni soliviantar a nadie por los otros, pero si quiero aportar mi granito de arena tratando de que en lo sucesivo seamos mas cuidadosos a la hora de juzgar y sobretodo romper una lanza para que NUESTROS INSIGNES HISTORIADORES CRIBEN LA PARVA y bajen de sus pedestales a los que no merecen otro galardón que los califique que el de EMBAUCADORES y reivindiquen a los que injustamente fueron  INJURIADOS, poniendo A CADA CUAL EN SU SITIO, para que al menos, los hombres vean que hay una justicia terrenal y puedan constatar sin ya lugar a dudas que con mas motivo ha de haber una justicia divina.

Y como empecé hablando de una época y un personaje, voy a terminar hablando sobre lo mismo, para reforzar si cabe el por qué elegí a este humilde Santo.

En la impedimenta que acarreaba tan insigne alma de Dios a lo largo de todos sus viajes, se dice..., que siempre llevaba un cofre de medianas dimensiones que cuidaba con especial esmero. Todos sus allegados sabían lo que en el había pero ante los demás corría la sospecha de que en él guardaba dinero y joyas que al salir de su casa conservó para asegurar su supervivencia ante cualquier emergencia, así como las dádivas de mas valor que había ido acumulando a lo largo de sus innumerables peregrinajes.

Cuando San Francisco murió se cuenta..., algunos comparecientes a su entierro exigieron que en presencia de todos se abriese el Cofre que tanto había dado que hablar y para sorpresa de los mas mal pensados, en él hallaron las herramientas de albañilería que había utilizado en su primera etapa de servicio, arreglando las casas de los mas pobres campesinos y las ermitas deterioradas que encontraba a su paso: Una plomada, una llana; un palustre, una piqueta, un martillo, algunos clavos y dos manojos de cuerda.

Ese fue el tesoro que San Francisco, con sus manos estigmatizadas pudo ofrendar a Dios.

SIMILARES OFRENDAS LE HABRÁN SIDO PRESENTADAS, POR MANOS ENCALLECIDAS O BIEN CUIDADAS, SIN ANTES HABER SIDO EXPUESTOS SUS TESOROS ANTE SUS ENEMIGOS, PARA ACALLAR SUS SOSPECHAS, SUS ANTIPATÍAS Y SUS ODIOS, SURGIDOS SIN MAS BASE QUE LA DE NO HABER SIDO SEGUIDORES DE SUS DOCTRINAS O DE SUS EXCELENCIAS.




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