miércoles, 10 de julio de 2013

DE LOS OLVIDADOS - El Paticas Manicas.

Debemos estar agradecidos a nuestros historiadores locales, que con el rigor impuesto por su cometido, han dejado constancia de personas y acontecimientos que estaban condenados a quedar en el olvido si su mano no los hubiera trasladado al papél.

Pero hay otra historia cotidiana que no se suele tener en cuenta por estos eminentes paisanos a los que admiro y respeto, y es por ello, por lo que sin otro animo que no sea dejar algún vestigio de "los olvidados," de vez en cuando hablo de alguno de ellos para que no queden en el total anonimato.

El Paticas Manicas era un singular personaje, que no creo que pesase mas de veinticinco kilos. No le faltaba ningún miembro, ni le afeaba ningún muñón, siendo su único defecto el que todo en él estaba proporcionado con el tamaño de su cuerpo, del que podrán tener una idea cuando les diga que se trasladaba de un sitio a otro sentado en la plataforma de un patinete, de los que utilizan los niños para jugar, sin mas aditamento que un minúsculo cojín en el que apoyaba sus también minúsculas posaderas, mientras descansaba sus piernecitas encogidas en el resto de la tabla. Lo conducía el mismo, apoyadas sus manos en las empuñaduras del manillar, mientras que con una vara cuya punta se ajustaba a una muesca de la base en la que iba acomodado, el desocupado de turno, por una propina, empujaba con tiento el improvisado carruaje.

Tenia un muy mal genio, el hasta ahora para vosotros desconocido personaje, del que daba muestras cuando su acompañante, al perder el compás, separaba la vara de la muesca y al tratar de reincorporarla a su debido lugar, por error, empujaba el cojín donde iba sentado el impedido. Llegando a ser insufribles sus improperios cuando en vez de el cojín eran sus posaderas las que sufrían el impacto.

En alguna ocasión por circunstancias que desconozco, se trasladaba a cosqueretas, como si fuera una lapa sujeta a la espalda del que lo llevaba, amarrando sus brazos en el cuello del sufrido acompañante, que con sus manos, para que no se escurriese, sujetaba la pequeña carga que desde lejos parecía ser una pequeña mochila.

Su cuerpo era delgado y muy proporcionado a su tamaño y su aspecto que era agradable, lucia un rostro agraciado y un pelo, mas bien rubio, peinado con una onda como estaba a la moda, pudiendo verse en él cierta distinción que infundía respeto.

Era maestro y ejercía media jornada, dedicando la tarde a sus hobbys, entre los que sobresalía su afición al fútbol; no perdiéndose ningún partido, ni siquiera los entrenamientos del Club Deportivo Eldense y en su defecto, iba a La Granja, Cafeteria Bar venida a menos, a jugar al dominó o a la garrafina hasta la hora convenida con su "porteador", que después, con todo sometimiento, tenia que esperarlo hasta las tantas sin atreverse a rechistar.

Era un temible contrincante y jugar con él como pareja era casi garantía de éxito, pero como cualquier error lo exasperaba, por temor a sus desconsideradas críticas, a veces se le daba de lado por los que no estaban dispuestos a soportar sus, generalmente, desmedidos insultos, acostumbrado como estaba a la inmunidad que le daba su deficiencia.

De vez en cuando encaminaba los pasos de su acompañante a la "Casa de las Josefinas", prostíbulo muy afamado en Elda y sus alrededores, en el que siempre me pregunté que coño haría si su miembro tenia las proporciones que le correspondían de acuerdo con el tamaño de su cuerpo.

Ahora encuentro algunas respuestas a esa pregunta que me hice y teniendo en cuenta sus circunstancias, aún me sonrió, NO POR CONMISERACIÓN SINO POR LA SIMPATÍA QUE ME INSPIRA EL QUE NO SE INHIBIESE ANTE AQUELLAS HERMOSISIMAS MUJERES A PESAR DE SUS SUPUESTOS DISMINUIDOS ATRIBUTOS.

En alguna de esas tardes en que no había encontrado compañero para el dominó, me invitó desinteresadamente a jugar un mano a mano, y con el tiempo, tras tomarme cierto afecto, a la par que corregía mis errores, me contaba chascarrillos de unos y otros, aconsejándome, "generalizando", mientras con la mirada me indicaba el rastro..., en quien podía o no confiar, llegando a conocer por su boca interesantes historias, cuyos protagonistas siempre dejó en el incógnito, aunque no las pistas que los delataban, de las cuales, me temo que nunca se sabrá, porque los cronistas las ignoraron y yo, por la promesa que le hice, jamás las pondré al descubierto.





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