sábado, 21 de septiembre de 2013

UNA VERDAD MUY POCO ANALIZADA


Ni siquiera las actividades lúdicas pueden llevarse a cabo sin unas normas que regulen su funcionamiento. Estas normas deben estar escritas y aceptadas por todos los que vayan a entrar en la competición y deberán regir por igual SOBRE TODOS LOS CONTRINCANTES aunque el juego se verifique en distintas mesas, distintos locales, distintas poblaciones, etc.

Siempre debiera haber un por qué, EN TODAS LAS COSAS, pero especialmente debiera haberlo en cuanto a las normas que integran cualquier tipo de reglamento, debiendo quedar recopilada en el mismo toda la información posible sobre los motivos que dieron lugar al establecimiento de cada regla, para que quien lo deseé, pueda conocer a fondo y pueda comprender mejor, los motivos que dieron lugar a determinadas exigencias, siendo aconsejable el que de entre ellas siempre haya una que establezca, como obligatoria, la presencia y libre disposición de estos reglamentos en los lugares en que se practique o vaya a practicarse cada tipo de "DEPORTE".

Si las normas que se establecen para los distintos juegos se han de cumplir, aunque en la confrontación no se contemple ningún tipo de interés o premio que no sea la propia satisfacción personal, es lógico que esa satisfacción solo pueda responder a un éxito que se ha obtenido contemplando y cumpliendo todos los requisitos exigibles, ya que de otra forma carecería de todo mérito y sería absurdo perder el tiempo en algo que de ninguna forma nos puede proporcionar alguna satisfacción.

Lo que estoy tratando de hacer ver es que la norma, la regla, la ley..., imprescindibles para la convivencia, SE RECHAZA, SE POSTERGA Y SE INCUMPLE DE IGUAL MODO QUE LA MULTA, LA SANCIÓN O EL CASTIGO SE REHUYEN, SE RECURREN, SE APELAN O DESCARADAMENTE NO SE PAGA, PASE LO QUE PASE.


Si por sacar tres seises seguidos, según las reglas del Parchís, debemos volver a la salida la última ficha con la que hemos contado, tomamos nuestra ficha y sin más discusión cumplímos con el reglamento. ¿Saben ustedes de algún caso en el que el jugador afectado haya discutido esta cuestión?

¡Que hermoso juego este del Parchís cuyo reglamento nos ofrece tal cantidad de posibles supuestos que algunos de ellos se pueden aplicar a nuestra propia vida. 
SIN EMBARGO, EN LO QUE SE REFIERE AL JUEGO, ESAS NORMAS, ESAS REGLAS O ESAS LEYES SE ACEPTAN  EN TODA SU EXTENSIÓN, SIN RECURSOS Y SIN APELACIONES, A PESAR DE QUE NO COINCIDAN EN MUCHOS CASOS CON NUESTROS PROPIOS CRITERIOS.

SIEMPRE ESTAMOS MÁS PREDISPUESTOS A ACEPTAR AQUELLO QUE NOS AFECTA A TODOS, AUNQUE NOS SEA LESIVO QUE LO QUE FAVORECE A UNOS POCOS, AUNQUE EN ESE GRUPO PUDIÉRAMOS EN EL FUTURO  ESTAR NOSOTROS MISMOS.

Al iniciarse la partida todos tenemos las mismas opciones pero "la suerte" es un factor que influye de forma tan esencial que, ocasionalmente, puede provocar que la partida la gane el menos dotado de todos los contrincantes. Así  ocurre también en la vida real, con la diferencia relativa de que en el juego, tras esa partida vendrán otras en las que podrás obtener la revancha, y dejar además muy bien sentado quién es el mejor de los contrincantes, mientras que en la vida real ciertos estatus alcanzados de una u otra forma pueden llegar a ser inamovibles.

Si seguimos ahondando en las circunstancias que pueden concurrir en este juego, nos daremos cuenta de que en algunos casos, no se puede prosperar aunque se esté jugando bien según el criterio generalizado. En este caso nos encontramos ante una mala COYUNTURA, que en el parchís podría representarse por el "puente" o "barrera" formada por dos fichas del mismo color que nos impide el paso; no nos permite avanzar de acuerdo con nuestras aspiraciones y además nos pone en riesgo ante la cercanía de otras fichas que nos persiguen y que nos pueden matar, pudiendo además contar veinte si se cuenta con alguna ficha que esté en disposición de beneficiarse de ese premio adicional.

 ¿No les recuerda esta situación a la del industrial que por inconvenientes no previstos, al tener cubiertos sus riesgos no puede financiar los pedidos que tiene en cartera, corriendo el riesgo de no generar a tiempo los ingresos con los que podría pagar sus compromisos adquiridos, con las repercusiones consiguientes?

Vayamos ahora a otro supuesto que también se da en el juego, me refiero a ese momento en el que solo puedes hacer dos movimientos: contar el cuatro que señala tu dado con una de tus fichas y ponerte a tiro de un dos de tu contrincante, o contar con la otra, que está a un solo espacio y ponerte a tiro de tres de ese mismo contrincante.

Si el riesgo en el que vas a incurrir pudiera favorecer a fichas de diferente color, siempre se podrian valorar las diferentes posiciones en la que se encontrase cada uno de esos colores, pero ¿qué ocurre cuando por la posición de las fichas no hay ninguna ventaja y sea cual sea el lugar que ocupes no implica un mayor riesgo?

Sea cual sea tu decisión siempre estarás en manos de la suerte, pero como cuando juegas por necesidad sueles perder por obligación, lo más normal es que en cuanto al juego, te pongas donde te pongas, el contrincante sacará un dos o un tres según sea el sitio que hayas decidido ocupar y siempre coincidiendo con el que tú hayas elegido,  mientras que en la vida real podria materializarse esta situación ante el dilema de vender el terreno edificable que tenemos en la Avenida o el que tenemos en la playa. Seguro que el que vendas será el que más se revalorice y el que te quedes será sometido a alguna normativa que lo pueda perjudicar, pero tanto esto, como lo otro, como lo de más allá, lo aceptaremos de una forma deportiva cuando de un juego se trata, por muy absurdas que nos puedan parecer las normas que lo reglamentan, a pesar de que EN ESTE TIPO DE JUEGOS, A VECES LAS APUESTAS SUPERAN  EL VALOR QUE SE PUDIERA ASIGNAR A LOS SUPUESTOS INMUEBLES QUE HE BARAJADO AL PONER CIERTOS EJEMPLOS DE LA VIDA MISMA.

Los hombres aceptamos las consecuencias que nos puedan sobrevenir de nuestras propias decisiones; podemos, ante el error, llegar a suicidarnos, pero siempre acataremos la normas, con dignidad y con entereza, siempre que esa decisión haya sido libre y espontánea, y en este proceder vaya implícito, ante el posible fracaso, un éxito potencial que compense de forma particularisima lo que material o espiritualmente pueda haberse puesto en juego.

Los que nos precedieron se preocuparon por establecer unas normas de conducta tan fáciles de aplicar como las que se aplican en el juego, es más, me atrevería a asegurar que esas normas con mayor o menor rigor siempre han existido, lo que ocurre es que con el tiempo se han ido deteriorando, no en sí, porque los conceptos en los que se apoyan (honor, justicia, templanza, etc.) son indestructibles, pero no ocurre lo mismo en cuanto a su uso, que poco a poco se fue debilitando, hasta llegar al extremo de ya ni siquiera contemplarse en el momento de tener que dirimir.

Como dijo el insigne poeta Manuel Reina: "Triste es todo lo grande, noble y fuerte", pero yo le aplicaría además otro calificativo a tan excelso verso: Triste e "imperecedero", porque a pesar del desuso cada vez más ostensible de aquellas sublimes normas tan vinculadas al honor y que no están tan lejanas en el tiempo, mientras creemos reírnos de lo que consideramos anacrónico, no podemos evitar sentir en nuestro más profundo subconsciente, esa nostalgia de algo que algunos no han vivido pero que de cualquier forma conocemos y que tantas veces inevitablemente nos provoca una añoranza inexplicable que nos oprime y al mismo tiempo, alienta nuestro corazón. 

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