martes, 3 de septiembre de 2013

RECUERDOS INOLVIDABLES - SEGUNDA PARTE.

La plantilla fija de la finca estaba integrada por un encargado general que atendía la buena marcha de la tierra y sus cultivos, contratando los jornaleros que pudiera precisar para las labores agrícolas, teniendo carta abierta para todos estos menesteres; su esposa tenía a su cargo la limpieza de la mansión, asistida por el personal eventual que en cualquier momento pudiera precisar, y por último había un tractorista que por su buen hacer trabajaba de punta a punta del año con carácter fijo.

 Al incorporarnos al trabajo, mi esposa se hizo cargo de la cocina, siendo su única labor la de preparar las comidas que previamente le sugeria la señora via telefónica, mientras que yo debia ayudarla en lo que estuviera a mi alcance, debiendo estar atento a todo aquello que hiciera más cómoda la estancia de los propietarios los fines de semana y festivos en los que por allí aparecían.

En principio todo era maravilloso, ya que los dueños no se prodigaban demasiado por aquellos lares y tanto mi esposa como yo pasábamos algunos fines de semana como dueños y señores de aquella mansión, con las únicas actividades que nosotros mismos nos imponiamos, repartiéndonos algunos trabajos que, aunque no nos incumbian, considerábamos que alegrarían a los dueños y nos consolidarían como empleados dignos de la confianza que se nos había dado.

Organizamos la gran despensa de la cocina, enceramos todos los pisos de madera de la casa, limpiamos todas las manchas de cemento que habian quedado pegadas al suelo, especialmente en los baños, dejamos inmaculadamente blancas las losas de la explanada, limpiamos todos los cristales de las ventanas, eliminando hasta las más minusculas salpicaduras de pintura que los afeaban, dimos una capa de barniz a la puerta principal que, al estar orientada hacia el sur, estaba resentida por los rigores del sol...

En cada visita que nos hacian, los dueños se percataban de nuestra labor, llegando a no salir de su asombro cuando al llegar vieron sus nombres escritos sobre el cesped que cubria una considerable extensión en los ensanches que habian en el lateral derecho de la casa, con letras de casi dos metros perfectamente delineadas y que además de por su tamaño, por estar a un nivel inferior, permitia que desde la explanada pudieran leerse con extraordinaria nitidez. Fue un trabajo en el que me tuve que santiguar antes de emprenderlo, ya que cualquier error solo podía llevarme al desastre.

Igualé la altura del cesped en toda la parcela vaciando después con la máquina corta cesped cada una de las letras de sus nombres con tal acierto y perfección que ni yo mismo había imaginado que me quedara tan requetebien. Coincidió que en esa visita vinieron acompañados de unos amigos, que elogiaron tanto mi trabajo, que mi ego se subió a las nubes, mientras que Ana, mi esposa, me miraba complacida.

En uno de mis empeños por mostrarme útil, orienté mi trabajo hacia el jardín, podando los rosales, recortando los setos, limpiando la maraña de hierbajos, poniendo arcadas de hierro dulce en las que entrelacé los larguisimos tallos de las enrredaderas y de los rosales trepadores, formando guirnaldas multicolores y como era lógico, seguí con todo cuidado las instrucciones que desde un principio se me habian dado en cuanto a la piscina que siempre, siempre, siempre tenia que estar limpia y transparente sin que ni una sola hoja flotase sobre sus aguas.

Las esporádicas visitas de los dueños no suponían para nosotros ningún trauma, ya que cuando venian, solo les acompañaba su hijo menor, niño de unos doce años que se entretenia haciendo alguna que otra diablura en solitario, pero a partir de la visita del decorador y su esposa, que pasaron a ser convidados permanentes cada fín de semana, las cosas empezaron a cambiar, ya que con cierta reincidencia los amigos de la familia, cual séquito de la misma, acudía muchas más veces de las que tanto mi esposa como yo pudiéramos desear.

Las sencillas comidas que preparaba mi esposa para cinco, incluidos nosotros, se tranformaron en verdaderos festines en los que los comensales en algunos casos completaban la descomunal mesa del comedor. Había que matar animales, depellejarlos, desplumarlos, limpiarlos, trocearlos...

Solamente partir las almendras necesarias para el aperitivo suponia una tarea ingente, ya que bien frititas y con el adecuado toque de sal se las engullian con tal voracidad que cualquier previsión fracasaba irremisiblemente, teniendo que ponerme de nuevo a la tarea que tenía que acompasar con el capricho de comerse el aperitivo en este u otro lugar, que aunque no estuviese muy distante de la casa, suponia tener que llevar los asientos suficientes y las mesas plegables  que se disponian  para este tipo de eventos.

He de reconocer que recibiamos la ayuda de la esposa del encargado y la de su hija, pero aún así, tanto mi esposa como yo no dabamos abasto ante tantas demandas.

Se puso de moda el que viniese gran número de invitados todos los fines de semana, especialmente cuando se levantó la veda, y mientras las esposas contaban sus chismes bajo la sombra de algún frondoso árbol, los esposos, improvisados cazadores, castigaban a las sufridas perdices sin que ninguno de ellos llegase sin alguna de ellas en su morral, a pesar de su inexperiencia, debido a que la finca toda ella cercada era un santuario en el que por muchos años no se habia pegado un solo tiro, y como a ciertas distancias entre sí habia piletas de agua para que no les faltase el liquido elemento, y los cereales que se cultivaban no tenia otro destino que el alimentar a todas y cada una de las especies que allí se habian acomodado, habia días en los que al llegar con mi esposa a la finca teniamos que parar el coche para no atropellar alguna que otra pomposa madre que nos cortaba el paso al atravesar el camino seguida de ocho o nueve perdigotes.

Mientras que los demás se dedicaban a esos menesteres, yo partía las almendras que pasarian a formar parte del aperitivo, mientras mi esposa preparaba el fuerte de la comida que solia ser paella o gazpachos, teniendo que contribuir como era lógico, en el desmenuce de las tortas que, como muy bien saben, es una tarea muy entretenida.

No faltaba de vez en cuando algún emisario que solicitaba se les sirviera un Ricard bien fresquito y cinco minutos después quien comunicaba que preferia un fino la Ina o quien solicitaba más hielo, con lo que la idea que nos habiamos hecho respecto a nuestro tabajo se fue difuminando hasta llegar a convertirse en un esfuerzo que supimos asumir en pro de esa pensión que ya desde hace muchos años viene percibiendo.

Se notaba a simple vista que a mi esposa la apreciaban muchísimo, cosa que no era de extrañar, ya que su prudencia iba acompañada de tal grado de dulzura que era imposible que suscitase la más mínima animosidad contra ella, a pesar de la susceptibilidad de la que hacía gala el matimonio en su propia convivencia.

 En cuanto a mí, parece ser que ese respeto que infundía mi persona, dado mi carácter serio y poco dado a inmiscuirme en los asuntos que no me incumbian, supuso un distanciamiento que no me favoreció a la hora de hacerme acreedor de sus simpatías, viniendo a agravarse mi situación a raíz de que el pequeño, al requerir de su padre el que le explicara algún tema de sus estudios no encontraba respuesta, y el niño, recurria a mi para que le aclarase sus dudas, viendo el padre en mi labor una competencia que ponía al descubierto su supina ignorancia, y aunque al percatarme de mi error, por no decir del suyo, cuando el niño me preguntaba algo en su presencia decía que no sabia la respuesta, el padre, muy cuco, descifraba que mi nueva actitud tan solo se debia a mi educado criterio de no poner en evidencia su propia ignorancia, lo cual propiciaria situaciónes realmente desagradables.

A pesar de ello, supe hacer de tripas corazón aguantando las insolencias que cada vez se hacían más patentes. Ya casi habiamos superado las cotizaciones que mi esposa precisaba para reclamar sus derechos de jubilación y solo nos retenia la proximidad de la paga extra de noviembre, pero a pesar de ello, mi esposa, ante las impertinencias reiteradas de nuestro jefe, vino a ser la que, indignada, le puso en evidencia ante su esposa, la ruindad de espíritu que habia demostrado para con mi persona, sacando a relucir el perverso trato que me habia dispensado sin razón y sin otra causa que lo pudiera justificar que no fuera el odio que le inspiraba el que yo estuviera en posesión de una educación y una cultura que él no había podido comprar con su dinero.

Todos nos quedamos con la boca abierta al ver la elocuencia con la que habia vapuleado a aquella personilla... Hubo un largo silencio, tras el cual, contrariamente a lo que pudieramos esperar, el señor de la casa, NUNCA TAN SEÑOR, se disculpó y reconoció que no se había portado bien conmigo, prometiendo enmendarse en lo sucesivo.
No obstante, tal como lo teniamos ya previsto, mi esposa aprovechó la ocasión para decirles que fuesen buscando otro matrimonio, ya que a final del mes de noviembre, ya próximo, dariamos por rescindido nuestro contrato.

FIN DE LA SEGUNDA Y ÚLTIMA PARTE.

J.R. CABRERA AMAT.

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