sábado, 1 de junio de 2013

UN FINAL FELIZ

Empezaba a destellar el sol por el horizonte. La lluvia que poco antes había caído a lo largo del valle aún mostraba sus vestigios, en la humedad de la tierra que pisaba; en los charcos que cubrían a rebosar los hoyos y pequeños socaves que tenia que sortear; en las pequeñas duchas endilgadas de improviso por el follaje de las ramas bajas que rozaba con mi sombrero; en la frescura del aire que respiraba...

Mezclados con la tenue brisa del amanecer se diluían los gorjeos de las Tutuvias, los Jilgueros, los Verderones, las Cogujadas; el arrullo de las Tórtolas; el titear de las Perdices; el ulular de los Mochuelos, ya de retirada y allá a lo lejos por las cañadas el guarrido de los jabalíes que rebudiaban en sus incruentos enfrentamientos.

Creía que había sido el mas madrugador de la Aldea, hasta encontrarme con algún que otro paisano bien  acopiando leña para sus hogar, o bien buscando por entre la maleza Chonetas y Serranos para la posible futura paella de algún día de fiesta.

Estos encuentros fortuitos, requerían como era costumbre en el lugar, pararse, desasirse de la impedimenta y entablar un pequeño dialogo, que raras veces iba mas allá de lo concerniente al tiempo.
¡Buen agua para el almendro! - ¡Y que lo diga!; ¿Volverá a llover? - Con esta brisa no creo que tarde mucho en escampar. - ¿Y los suyos? ¿Están todos bien? - Si gracias... el abuelo un poco tocao. - ¿Y cuantos años tiene? - Ya mas de ochenta - Pues que se cuide.

El recoger de nuevo el morral significaba el término de la conversación, con un  " Vaya usted con Dios o Quede usted con El, según quien tomase la iniciativa en la despedida.

Solía hacer estas excursiones mañaneras siempre que no estuviera lloviendo, incluso a veces me aventuraba bajo el chirimiri.

No importando el punto cardinal al que dirigiera mis pasos, en la primera bifurcación me detenía para decidir que camino de la encrucijada iba a seguir, ya que eran muchos y cual mejor, los rincones dignos de recorrer, en díez kilómetros a la redonda.

Aquel día encaminé mis pasos hacia el Monte Coto, lugar al que solía acudir a mediados de invierno en busca de Guiscanos. Estábamos en Junio y ya hacia seis meses que no deambulaba por esos parajes y me dejé llevar por la querencia que solía ser mi mejor consejera.

Al llegar al manantial de L'Almorquí, tuve la oportunidad de retirar los envisques que alguien había dejado preparados el atardecer del día anterior, liberando los pajaritos y otras  pequeñas aves que ya habían quedado pegadas en los espartos y bejucos impregnados con la liga, limpiándoles el pegamento que habia quedado adherido a sus patas y plumas en las mismas aguas que al bajar a beber habían propiciado su cautiverio. Me imagino las caras que pondrían los frustrados furtivos y los insultos que proferirían sus bocas contra el desconocido que había impedido sus perversas maquinaciones.

Salí de allí lo mas rápido posible tratando de evitar el desagradable encuentro más que las posibles represalias y tomando el camino que había detrás del nacimiento me encaminé a unas tierras de mi propiedad linderas al monte Coto, para desde allí iniciar la subida al mismo por un lugar que yo conocía, cuya pendiente no era muy pronunciada.

Bajo un hermoso pino que formaba parte de un frondoso paraje alfombrado por millones de hojas aciculares allí acumuladas, busqué el respaldo de una parte de su tronco desprovista de resina, con el propósito de tomar un refrigerio con parte de las viandas de que iba provisto, cuando en un santiamén me vi rodeado por dos jóvenes y un hombre de mediana edad, que por sus caras de pocos amigos me hicieron pensar que esa mañana podía ser la última de mi vida al intuir en la dureza de sus miradas que se trataba de los furtivos que habia burlado, que no habían sabido encajar su frustración.

Lo primero que me vino a la cabeza es que me habían visto y seguido hasta ese lugar en el que era improbable la existencia de otra presencia que no fuera la nuestra, dispuestos a propinarme una gran paliza o quizás a algo mas si su cabreo había excitado sus peores instintos.

Me incorporé como empujado por un resorte y empuñando el garrote que siempre me acompañaba cuando salia al campo, sin adoptar una postura de agresividad, pero sin perder la vista a ninguno de los tres, con una sonrisa que no se de donde me salió, dí los buenos días y procurando disimular el nerviosismo que a todas luces delataría mi temor, después de carraspear un par de veces, les invité, si les apetecía, a compartir mi almuerzo.

Empezaron preguntándome que hacia por aquel lugar yo solo, contándoles sobre mi afición, mientras les señalaba cuales eran mis propiedades, pero eludiendo el que para llegar allí había pasado por el manantial, por si no estaban muy seguros de que era yo el que había hecho la hazaña, se abstuvieran de linchar a un "posible inocente". Después me preguntaron mi nombre y como una exhalación les dí toda mi filiación, incluyendo creo, lo de hijo de Juan José y Francisca y cuando uno de ellos echó mano a la mochila quedé petrificado al pensar que de ella iba a sacar el arma homicida, con la sorpresa de que lo que sacaba era un bloc en el que llevaba anotados los nombres de los propietarios lindantes con el bosque en el que nos hallábamos.

Hechas las comprobaciones oportunas se identificaron como colaboradores voluntarios de la Diputación de Alicante que estaban cubriendo esa zona, para impedir en lo que estuviera a su alcance la proliferación de incendios que por estas fechas y hasta pasado el mes de Agosto solía haber por todo el contorno.

Saqué la bota de vino y olvidándome de las normas de educación me dí un largo trago para hacer bajar toda la presión que me oprimía, les pasé la bota pidiéndoles perdón por haber iniciado yo la ronda y ya tranquilo les expresé con efusión mi mayor agradecimiento por esa labor encomiable en defensa de los lares y alrededores que tanto amaba, pasando a contarles el temor que me habían infundido ante la sospecha de que fueran los que gracias a Dios no eran.

Las risas suscitadas por mi alocución y los simpáticos comentarios que de ella surgieron, me invitaron a que sacara todas mis provisiones y las compartiéramos como buenos amigos, saliendo después a despedirme hasta pasado L'Almorquí, para evitarme cualquier encuentro no deseado, a pesar de haber tratado de eludir con insistencia tan simpático ofrecimiento.

Lástima que yo no les pidiera también sus nombres ya que no os podéis imaginar lo que me gustaría buscarlos en facebook, para ver si se acordaban de la anécdota.






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