miércoles, 19 de junio de 2013

EL CUERPO Y EL ALMA DE LAS COSAS

A veces, las cosas materiales dejan de serlo para pasar a formar parte de nuestros mas sublimes recuerdos. Esta impronta que se fija en la memoria  no se generaliza, sorprendiéndonos de que al aludir a las que en nosotros están gravadas a fuego, quien  nos escucha, habiendo estado presente en el mismo evento, se encoge de hombros, admirándose a la vez de nuestro estupor, porque no comprende,  ni recuerda por mucho que lo intente, a las personas, las cosas o los hechos a los que nos referimos.

De las cosas materiales cuya contemplación siempre me cautivó, destaca un precioso haz de espigas de trigo maduro, de color dorado, cuya argaña larguísima se iba ensombreciendo a partir de la base, hasta llegar casi al negro al final del filamento.

 Ese manojo de espigas estaba expuesto en un bello jarrón de cristal finamente tallado, con amplia base, ancho seno, largo y espacioso cuello y amplia boca ovalada , en el que con gusto exquisito, se habían acomodado los largos tallos del cereal, que sobresaliendo por encima del amplio gollete en mas de treinta centímetros, se arqueaban por el peso de su fruto como sumidos en la apacible siesta de una tarde de verano, dando al ambiente un aspecto campesino que hacia intuir inmensos trigales bajo la tenue luz del atardecer.

Tanto su belleza real como la imaginada me seducían, dándole mayor esplendor, si cabe, la doble imagen que se reflejaba en el espejo que tras el jarrón servia de cabecera, a la espaciosa repisa de madera que adosada a la pared, servia de expositor a esa naturaleza aparentemente inerte, que rebosaba latente vida.

El rincón al que aludo, estaba en el recibidor de la casa de mi inolvidable amigo David Rico Rico q,e,p.d.

No se si aún permanecerá impávido a los años, a pesar de la ausencia de aquellas dulces manos que lo mimaban.

Quizás tus espigas apolilladas a falta del cuidado de D° Adelína se desmembrasen y extinguida tu belleza te destronasen de aquel lugar de privilegio para ir a parar a un inhóspito vertedero donde los roedores hicieran buena cuenta de tu último esplendor, pero también podría ser, porque todo cabe, que algunas de las semillas de tus ultrajadas espigas, salvadas por milagro de la masacre, en un heroico esfuerzo de supervivencia germinasen en lugar apropiado para lucir de nuevo tan altas y lozanas como las que conocí, adornando entre las amapolas las cunetas de cualquier camino, en las tediosas tardes del estío.

Si no, sabed que nunca moriréis mientras que yo perviva. 

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