domingo, 12 de mayo de 2013

UNA VISIÓN PSICODELICA

La erosión, primero cortó a pico lo que fueron las irregulares paredes de ambos lados del profundo desfiladero y después las transformó en cárcavas sobre las que volarían las mas poderosas aves de rapiña, hasta que, tras descarnadas las últimas partículas de materia orgánica incrustada en sus sinuosidades, fueron apareciendo como esculpidas, inmensas moles que erigidas como dedos señalando al cielo, formaron verdaderos bosques de monolitos, de los que algunos han quedado indemnes hasta nuestros días.

 Algunos grupos de aquellas descomunales columnas estaban techados por inmensas placas de feldespato, en cuya umbría, las insufribles temperaturas del exterior sucumbían bajo aquellos sombrajes pétreos por donde discurría una insolente brisa. Acá y allá, gigantescos monolitos, sostenían sobre su cúspide, en un equilibrio inexplicable, inmensos conglomerados que como sombreros, los protegían ya inútilmente del inclemente sol, amenazando su carga  resquebrajarse por cualquiera de las innumerables grietas de su erosionada estructura, que de momento, servía de anclaje a Lupinos, Gatuñas, Teparis, Cardones, incluso alguna que otra Tumboa, cuyos nutrientes solo Dios sabe de donde los obtenían. Las resquebrajaduras, también servían como excelentes refugios donde anidaban las no pocas aves que se atrevían a aventurarse por aquellos eriales, a donde acudían a apagar su sed y a bañarse en las oquedades de tan ingentes rocas, algunas de ellas tan profundas que mantenían las aguas estancadas durante todo el año a pesar de los rigores de la canícula. 

El suelo del desfiladero parecía un inmenso tapiz multicolor.

Las pesadas bolas de piedra que las corrientes torrenciales fueron anclando, sobre el fango de su base efímera, dibujaban entre sí, irregulares reductos estancos donde se depositaban las gravas, los guijarros y las partículas de los minerales, a lo largo y ancho del desfiladero, cual si fueran gigantescos joyeros donde se exhibían los verdes del olivino y la malaquita; los pardos y rojos de las piritas; los azules, amarillos, violetas, rojos y rosados de las fluorinas y los cuarzos; los dorados de las calcopiritas; los amarillos del oropimente; los negros de la mica..., formando, cada cavidad y todas en su conjunto, un alfombra iridiscente que aumentaba su esplendor ante el paisaje hostil que la circundaba.

De las hendiduras de aquellos gigantescos pilares de granito, carentes del mas mínimo vestigio de materia orgánica, surgían leñosos arbustos milenarios, en cuyos troncos calcinados, sarmentosos tallos se enmarañaban, formando guirnaldas momificadas, que por esos milagros con los que nos sorprende la naturaleza, tras la lluvia, exhibían sus apretados follajes en los que se intercalaban los pedúnculos de sus hojuelas acorazonadas y dentadas con los de sus flores blancas, azules y violetas.

Al atardecer, casi disipado el vaho de la solana; de los mas insólitos recovecos, surgían los corre-caminos, los mochuelos, las codornices, las alondras, las torcaces quejumbrosas, los grajos y un sin fin de aves que tras desperezar sus alas, tras la obligada y prolongada siesta, surcaban el espacio dando fe de su existencia  incógnita hasta llegar el frescor del atardecer, mientras que sin timidez alguna, los escarabajos, los grillos, las hormigas, las ratas, los erizos, las arañas, las serpientes, las escolopendras, las lagartijas, los alacranes, las musarañas y algún que otro orejudo zorro  también hacían acto de presencia, sin que con anterioridad hubieran dado alguna muestra de su existencia, ya que durante la solana solo las cigarras habían dejado oír sus cantos en las mermadas frondas de algún que otro recoveco, ofreciendo un verdadero recital a las tortugas, que a la sombra de cualquier peñasco permanecían aletargadas y aburridas de tan monótono sonsonete. ya empezaban, con la parsimonia de la que hacen gala, a mordisquear los pétalos de las flores que en el frescor de la tarde volvían a lucir tras su largo enclaustramiento durante los rigores del sol impío. 

Lo que era soledad, en pocos minutos se transformaba en un verdadero tráfago de vida, un bullicioso ir y venir de las mas variopintas  especies en una persecución casi programada. Cada cual buscaba su sustento, siendo a la vez el sustento de su enemigo natural, que a la vez era perseguido por el suyo propio en una cadena que por necesidad debía cubrir las necesidades de todos sin romper el equilibrio que mantuviese a la colonia de forma permanente. De ahí el que las aves limitasen el número de sus huevos o que los mamíferos no se aparearan o redujesen sus camadas, cuando se hacia persistente la sequía, hasta tener asegurado el alimento de su prole con la lluvia vivificadora.

EL SECRETO DE LA SUPERVIVENCIA NO CONSISTÍA EN ACAPARAR, SINO EN SABER COMPARTIR. Romper el equilibrio equivalía a la muerte de todos, porque la desaparición de unos suponía la muerte de otros, que a su vez eran imprescindibles para la supervivencia de los demás y los animales lo sabían y respetaban, de igual modo que todavía conocen y respetan esas leyes imperecederas escritas con  tinta indeleble en los cromosomas de su instinto.   

Las horas para matar o morir eran breves y la noche daba paso a otras especies en ese mismo intento. No había un minuto que perder. Los mas poderosos, también temían por su vida porque sabían que si no lograban su alimento en el corto espacio señalado, tendrían que regresar a su guaridas con el estómago vacío sin posibilidad de alimentar a sus crías, siendo mas difícil ese logro al día siguiente, al estar mermado su potencial físico, pudiendo su debilidad propiciar el ataque de sus inmediatos seguidores en la cadena alimenticia.

Matar o morir sin tener la posibilidad de salir siempre vencedor, ¡Que triste destino!

Esta es la única condición de los animales que me hace dudar de su posible inteligencia, aunque pudiera ser que su sometimiento sea una muestra mas de su superioridad, por lo menos, en lo que se refiere a tolerancia y conformismo ante la adversidad.

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