domingo, 19 de mayo de 2013

EL VIEJO ZORRO

El viejo zorro, había salido airoso en todas sus escaramuzas. No era responsable de ninguna camada porque desde ya hacia años había dejado de competir con sus congéneres para conseguir una hembra. Su última compañera murió en las fauces de un lince sin que el pudiera hacer nada para socorrerla. En su único intento, el lince, sin soltar su presa, de un zarpazo le había sacado un ojo de su órbita, desgarrando también parte de la piel que la circundaba y ahora ese pellejo seco y retorcido, colgaba por debajo de su cuenca vacía como un trozo de lienzo desgajado.

Su pelambre otrora brillante y espesa, estaba mermado y deslucida, enmarañada por los tallos resecos de los arbustos espinosos que se enredaban en sus pelos al frecuentar los pasajes en ellos abiertos por los pequeños mamíferos que elegían esos inhóspitos reductos en busca de mayor seguridad y a los que el zorro acudía cuando no había conseguido hallar ninguna presa accesible en los espacios abiertos.

En otros tiempos, mientras él zarandeaba la maraña de bejucos espinosos, su hembra se agazapaba en el lado opuesto del zarzal no tardando en salir despavoridos de aquellos laberintos, los inquilinos menos expertos, terminando por lo menos uno de ellos en las fauces de la zorra, volviendo de inmediato juntos a su guarida donde disfrutaban del festín. Ahora, el solo, tenia que aventurarse con todo sigilo por aquellos vericuetos, por los que a duras penas cabía, habiendo momentos en los que le resultaba muy difícil retroceder en aquellos pasillos por donde ya era impracticable su paso, mientras escapaban por las salidas de emergencia completamente indemnes, las que podían haber sido sus posibles presas. 

El tener un solo ojo y la vejez que no perdona, lo hacían mas vulnerable ante sus enemigos naturales y menos efectivo en su capacidad depredadora, habiendo tenido que recurrir últimamente en muchas ocasiones, a variar su dieta, alimentándose de insectos, pequeñas culebras y  huevos o pollos cuando tenia la suerte de encontrar algún nido entre las grietas que estaban a su alcance.

Algunas veces, sus pequeñas presas le plantaba cara, teniendo que emplear todo su ingenio para evitar mordeduras o picotazos que podrían haber sido letales y siempre muy dolorosos, llegando a ser un maestro en cuanto al donde, como y cuando debía atacar, para evitar el contacto con sus temibles queliceros, generalmente provistos de veneno y capaces, por el mas mínimo error, de haberlo dejado fuera de combate por una buena temporada, lo que podría ser sinónimo de muerte.

En la madrugada, había un corto espacio de ajetreo en el que los que no habían saciado su hambre  en la víspera, se aventuraban a salir de sus guaridas. Los demás esperaban con paciencia infinita.

Al regreso del zorro de uno de sus escarceos matutinos, encontró frente a la puerta de su guarida una zorra en avanzado estado de gestación que husmeaba el entorno. Permaneció inmóvil camuflado tras unos arbustos, observando el ir y venir de la zorra, que al final, con timidez manifiesta se acomodó en el interior de la guarida entornando los ojos jadeante. La torcaz herida que había sido su presa, habría saciado su hambre, pero lejos de comerla, el zorro, con gran cautela, fue a depositara a la entrada del recoveco, desde cuyo interior la zorra le mostraba sus colmillos con fingida agresividad.

Se retiró a una distancia prudencial y se acostó entornando los ojos como muestra de amistad y casi de inmediato la zorra recogió el presente entre sus fauces y lo fue deglutiendo con rapidez pasmosa. Terminado su desayuno se incorporó, se acercó al zorro, lo olisqueo y tras una tímida lamida en su hocico, volvió a acomodarse en el refugio.

El zorro, resignado, a través de la mirada de su único ojo dejó entrever su preocupación ante la inesperada carga que se le avecinaba, sabiendo que tendría que multiplicar sus esfuerzos para mantener a esa hembra hambrienta y a los zorreznos que estaba a punto de parir. El con poco había ido superviniendo, pero ahora....

Cortando en seco sus "irracionales" especulaciones, como empujado por un resorte, se puso en pié, dirigió una mirada a la hembra en la que iba implícito el compromiso adquirido y se marchó, mientras la zorra se acomodaba más tranquila y segura en la madriguera, sabiendo que ya no estaba sola.

Después de algún tiempo, cuando con mas dureza apretaba el sol del mediodía, mientras el zorro dormitaba, la zorra parió cuatro preciosos zorreznos que no tardaron en agarrarse a sus tetas. El tuerto mostraba en la mirada de su único ojo un entusiasmo pueril, moviendo con solemnidad su cola, mientras la madre, además de amamantar a los cachorros, los lavaba con su lengua peinando su pelambre como si después de mamar los fuese a llevar de paseo.

Consciente de su responsabilidad el zorro se irguió, desperezó su cuerpo tanto como daban de sí sus cortas patas y rompiendo los cánones que regían para todos aquellos seres irracionales, salió bajo el ardiente sol, dispuesto a no volver si no era con un buen botín.

Seria largo y triste el relato de todas las penalidades que tuvo que sufrir el viejo zorro para sacar adelante a su nueva familia y me quedo con las ganas de hacerlo por lo mucho que tiene de aleccionador, pero prefiero  no cansarles y dejar que sean ustedes los que imaginen las vicisitudes que tendría que atravesar ese pobre animal, viejo y tuerto, para sacar adelante a su hembra y a toda la camada en un entorno tan miserable, teniendo en cuenta que cuando estaba solo, a duras penas podía subsistir.

Lo que no quiero que les pase por alto, por ser lo que a mi mas me emociona de esta historia, tan real como repetida en los mas apartados rincones de nuestro planeta, no es el como enfrentó el animal el problema, sino el por qué lo asumió. Incógnita esta que nos debe dar mucho que pensar.

Ya adultas, las crías se disgregaron siguiendo su instinto natural. La zorra fue fiel a su compañero y juntos sobrevivieron practicando en la cacería las estratagemas que el zorro había empleado con su antigua compañera, hasta que un atardecer, cuando el zorro agitaba con sus patas la maraña de arbustos donde tantas veces lograron su alimento, el poderoso lince que tan malos recuerdos había dejado en su vida, acabó con ella, mientras el zorro, a merced de las garras y los colmillos de su eterno enemigo, en su agonía, movía con incomprensible docilidad su cola. 

No hay comentarios: