El año 1967 para mi "aciago y explendoroso" me merché a Madrid a abrírme camino. Mi impetú era irrefrenable y mi ilusión quizás mas un sueño que una esperanza. Sabia que si fracasaba iba a sumirme en el estado de depresión del que acababa de salir y seria muy dificil que me recuperase. Intuia que de aquél viaje dependia en gran parte mi futuro y las palabras "viaje a Madrid" llevaban implicitas todas mis esperanzas y mis quimeras. Dejé a Ana, mi esposa con un hijo de algo mas de un año y para que subsistiesen, lo justo para un mes a duras penas. Yo me llevé algo mas de dos mil pesetas.
No tenia ningún programa, ni experiencia en ningun tipo de trabajo, ni preparación suficiente como para solicitar un empleo concreto. Solo disponia de unos conocimientos mas teóricos que prácticos, una gran fé en mi mismo y la ayuda de Dios que se manifestó en mas de una ocasión de forma expontanea y siempre cuando mas lo necesité..
Para ahorrar, cogí mi maleta y me fuí a la carretera a hacer auto-stop, alguien me llevó a lo que por entonces se conocia como "Curva de Santa Barbara" y allí se manifestó Dios por primera vez. Ví acercarse un Renault Dauphine amarillo que paró a mi altura. ¡Que sorpresa tan grande cuando nos reconocimos! El conductor era mi amigo Antonio Vidal Berenguer, que pocos años después se haria monje benedictino en El Monasterio de Silos (Burgos), desde donde creo, aún recordará nuestras andanzas, pero eso es otra historia, lo cierto es que por aquel estonces habiamos pérdido el contacto y no sabiamos nada el uno del otro, lo que sin duda reafirma mi convicción de que nuestro encuentro fué guiado por la mano de Dios. Nuestra sorpresa fué in crescendo cuando descubrimos que ambos íbamos a Madrid, que los dos pretendiamos cambiar de horizontes para abrirnos camino y que la decisión no habia sido premeditada sino siguiendo un impulso que se habia transformado en necesidad. Habiamos decidido salir el mismo día, a la misma hora y habiamos tenido la suerte de encontrarnos, de forma tan inusual,unos segundos despues de haber llegado yo a ese sitio. ¿No son demasiadas casualidades? Que grande fué nuestro mutuo apoyo en todos los abatares que nos acontecieron, que reconfortante la compañia de un fraternal amigo, que sensación de bienestar al no sentirnos solos; los animos que nos trasmitiamos, el generoso y sentido consuelo en los momentos en que la angustia y la impotencia se transformaban en llanto.
Nadie puede imaginar eso si antes no lo ha vivido. Las cartas que enviaba a mi esposa trataban de ser alentadoras pero estaban escritas con lágrimas, sacabamos, no se de donde, fuerzas de flaqueza en nuestra lucha contra reloj, ya que sus medios eran escasamente mayores que los mios y en conjunto una pequeña miseria que decrecia de forma alarmante y el retorno con las manos vacias nos aterraba, a mi especialmente.
Que patético peregrinar por las oficinas de empleo donde a veces nos facilitaban alguna dirección, pero que cuando llegabamos habian decenas de personas para cubrir un miserable puesto de trabajo. De los periodicos tambien obteniamos información, pero siempre habian terribles colas en las que reconociamos a otros muchos que ya habian coincidido con nosotros en otros intentos, con el mismo afán pero con la cara de amargura que, sin duda, nosotros tambien reflejabamos. Por la noche en la pensión escribiamos infinidad de cartas para solicitar los empleos en los que se exigia acompañar el Curriculum Vitae y jamás recibimos respuesta a una sola de ellas. Lo importante era que cualquiera de los dos consiguiera un empleo; viviriamos de ese sueldo mientras el otro encontrase algo también, pero la suerte no nos acompañaba. Por fín "el premio", no pudo llegar mas a tiempo. En la C/. Joaquin Garcia Morato, creo recordar nº 179, la empresa Mecanización de Oficinas nos dio la oportunidad, de trabajar como vendedores de maquinas calculadoras, con un sueldo: Tres mil quinientas pesetas al mes mas comisiones. Esto nos permitió mantener nuestras esperanzas, ya que las comisiones se pagaban inmediatamente después de cada venta y era imprescindible que ingresasemos algo de inmediato. Fichabamos por la mañana y provistos de una calculadora de aquellas de manivela no muy pesada, pero que al mediodia nos parecia un saco de harína, cogiamos cada cual una ruta y nos volviamos a encontrar en la oficina a la hora de fichar. Nos dirigiamos a la pensión a comer y por la tarde la misma operación, contandonos despues todas las incidencias y anecdotas de la jornada y a pesar de nuestros problemas nos reiamos a lo grande con las caidas de Antonio o nos emocionabamos cuando surgia alguna buena posibilidad de venta fuese cual fuese el que la habia conseguido. Yo no quise desaprovechar mis visitas y trás cumplir con mi cometido solicitaba un puesto de trabajo en las empresas que creia que valian la pena.
Un día acudí a una Agencia de la Casa Citröen que mostraba unas magnificas instalaciones, teniendo la suerte de ser recibido por su propietario. No tendria mas de treinta y cinco años y era afable y respetuoso. Que bien me sentí en su despacho tratado con respeto y consideración, cosa no muy frecuente en mi peregrinar que en la mayoria de los casos te recibian de mala gana y con una palpable impaciencia mientras trataba de hacer ver las excelencias de nuestro producto. No le interesó ni la calculadora ni ninguno de los productos que llevaba en catálogo, pero charlamos un buen rato y viendo que mi conversación le agradaba le dije: "Ya vé que soy un malisimo vendedor, pero me encantaria, si fuese posible, trabajar para Vd. en cualquier puesto, que me ofrezca" y entonces llegó la temible pregunta ¿ Y que labor podria realizar? ... ¿.....? Yo era aprendiz de mucho pero maestro de nada. De coches sabia por entonces los mismo que mi hijo o quizás menos. Ni siquiera habia tenido ninguno y del funcionamiento de una Agencia de Automóbiles tampoco tenia la menor idea, pero la Providencia puso en mi boca una frase que le hizo gracia: "Puedo desde barrele las instalaciones a presiderle el Consejo de Administración, dentro de estas dos escalas a Vd. corresponde asignarme el puesto." D. Simón Mamam Péres que así se llamaba, judio y magnifica persona, habia delegado todo el peso de su empresa a uno de esos hombres que se encuentran con lupa; integro, competente, trabajador nato, que llevaba el control de todo de una forma impecable. Estaba asediado de trabajo y mi misión no fué otra que ayudar a ese hombre en su labor. De forma paciente y a un nivel de compañerismo envidiable me fué imponiendo en todos los quehaceres, de tal forma y con tal acierto que llegó el momento en que podia delegar en mi cualquier función que el no pudiera atender, con toda confianza.
Hay algo curioso que me ha pasado en otras ocasiones y que me molesta muchísimo. Recuerdo, datos fechas y nombres que no han sido relevantes en mi vida y en otros casos olvido el nombre de personas que como este caballero encomiable han significado tanto para mi. Por más esfurzos que hago no consigo recordar ni el nombre de Pila de este magnifico señor que con tan buen talante me acogió como un verdadero compañero. Si recuerdo el nombre de Maria del Pilar, una administrativa dulcisima y bondadosa que hablaba muy suavecito y que diariamente gastaba una caja de pañuelitos de papel por una persistente moquita que no le remitia y que la llevaba mártir. Pensabamos que era un resfriado crónico pero al fín supimos que se trataba de una fistula en el cerebro. No sé que habrá sido de ella pero siempre que la recuerdo veo en su cara esa alegria distante y agridulce de los elegidos.
Mi salida de Mecanización de Oficinas prácticamente no me distanció de Antonio Vidal, mi queridisimo amigo, ya que lo unico que cambió fueron las idas y regresos del trabajo que como es obvio, tuvieron desde entonces itinerarios difrentes, pero no dejamos de compartir todo el tiempo libre del que disponiamos. Nos habiamos instalado en la Peníón Falfes, daban bien de comer, estaba limpia aunque sin ningún lujo y sobretodo era muy económica. Un domingo ví en la prensa un anuncio en el que se solicitaba personal para cubrir el Departamento de Cuentas por Pagar de una empresa llamada Midco, S.A.. Era un trabajo que comenzaba a partir de las 7,30 de la tarde, compatible por lo tanto para mi, que terminaba a las siete en la Casa Citröen y que podia redondearme un sueldo que me permitiese traer a Madrid a mi esposa e hijo. Las oficinas estaban situadas en el número 123 de la C/ Gúzmán El Bueno, y casi anexas a unos grandes almacenes de su propiedad llamados AURRERA y situados en los bajos del Edificio Parque de las Naciones, muy cerquita del Palacio de Loterias. Conseguí el puesto, pero tuve que renunciar a la cena porque la media hora de que disponia desde mi salida de la Citröen la consumia en mi desplazamiento hasta Guzmán El Bueno y el trabajo en Midco, S.A. por razones de urgencia nos ocupaba como mínimo hasta las doce y media de la noche y en muchos casos hasta las dos de la mañana.
En la Pensión Falfes atendia la mesas un solteron muy amanerado que tenia todas las trazas de ser marica pero que jamás nos faltó a nadie al respeto y como se percató de que nunca venia a cenar me dijo: "Juan, te vás a morir, estás en los huesos. ¡Dios sabe que harás por las noches! Le conté exactamente lo que me pasaba y de forma exageradamente amanerada me dijo: " Ah no, eso no lo puedo permitir, e instandome a que lo acompañase me llevó hasta una mesa que habia en un rincón, en la que se apilaban los platos limpios y en cuyo angulo, apoyado en la pared habia una lámina enmarcada, con unos galgos tratando de dar caza a una liebre. La separó de la pared y me dijo: "Aquí, en este rinconcito, detrás de este precioso cuadro, te voy a dejar todas las noches la cena. Cuando termines dejas aquí mismo los platos y los cubiertos que yo los retiraré. ¡No quiero que te dejes ni una miguita." Nunca me faltó la cena y a veces incluso me dejaba un vaso de vino. Dios siempre está presente, lo que ocurre es que nunca tratamos de verlo. ¡Bendito sea Pedro, aquél mesero cuya vida es para mi una incognita pero que abrazaria con cariño a pesar de su condición si algún día tuviese la dicha de volver a verlo. Mi pluriempleo si que hizo disminuir casi totalmente mi contacto con Antonio Vidal. Por la mañana teniamos el tiempo justo para asearnos, vestirnos y despedirnos hasta el día siguiente ya que por la noche cuando yo regresaba el estaba dormido. Una mañana se despidió de mi, volvia para Elda, su aventura madrileña habia terminado, ya iniciaria una aventura muchisimo mas sublime, pero antes de marcharse sacó todo el dinero que tenia en la cartera y despues de retirar lo necesario para su viaje de regreso tomo el resto y me dijo, Juan, quiero que aceptes este dinero, yo me voy para casa y allí no voy a pasar ninguna necesidad, tu lo necesitas mas que yo. A pesar de mis protestas no permitió que se lo rechazase. Se lo acepté porque sabia que me lo daba con todo su corazón. Gracias Antonio, sabes muy bien lo que tu gesto significó para mi y quiero que sepas que le dí un muy buen uso a tu dinero. La verdad es que a pesar de estar tantisimo tiempo sin ver a mi esposa, no hubo persona mas fiel que yo ni hombre mas entregado a su trabajo. Nunca busque otra mujer ni gasté un solo centimo para darme el mínimo capricho.
FIN DE LA PRIMERA PARTE
No tenia ningún programa, ni experiencia en ningun tipo de trabajo, ni preparación suficiente como para solicitar un empleo concreto. Solo disponia de unos conocimientos mas teóricos que prácticos, una gran fé en mi mismo y la ayuda de Dios que se manifestó en mas de una ocasión de forma expontanea y siempre cuando mas lo necesité..
Para ahorrar, cogí mi maleta y me fuí a la carretera a hacer auto-stop, alguien me llevó a lo que por entonces se conocia como "Curva de Santa Barbara" y allí se manifestó Dios por primera vez. Ví acercarse un Renault Dauphine amarillo que paró a mi altura. ¡Que sorpresa tan grande cuando nos reconocimos! El conductor era mi amigo Antonio Vidal Berenguer, que pocos años después se haria monje benedictino en El Monasterio de Silos (Burgos), desde donde creo, aún recordará nuestras andanzas, pero eso es otra historia, lo cierto es que por aquel estonces habiamos pérdido el contacto y no sabiamos nada el uno del otro, lo que sin duda reafirma mi convicción de que nuestro encuentro fué guiado por la mano de Dios. Nuestra sorpresa fué in crescendo cuando descubrimos que ambos íbamos a Madrid, que los dos pretendiamos cambiar de horizontes para abrirnos camino y que la decisión no habia sido premeditada sino siguiendo un impulso que se habia transformado en necesidad. Habiamos decidido salir el mismo día, a la misma hora y habiamos tenido la suerte de encontrarnos, de forma tan inusual,unos segundos despues de haber llegado yo a ese sitio. ¿No son demasiadas casualidades? Que grande fué nuestro mutuo apoyo en todos los abatares que nos acontecieron, que reconfortante la compañia de un fraternal amigo, que sensación de bienestar al no sentirnos solos; los animos que nos trasmitiamos, el generoso y sentido consuelo en los momentos en que la angustia y la impotencia se transformaban en llanto.
Nadie puede imaginar eso si antes no lo ha vivido. Las cartas que enviaba a mi esposa trataban de ser alentadoras pero estaban escritas con lágrimas, sacabamos, no se de donde, fuerzas de flaqueza en nuestra lucha contra reloj, ya que sus medios eran escasamente mayores que los mios y en conjunto una pequeña miseria que decrecia de forma alarmante y el retorno con las manos vacias nos aterraba, a mi especialmente.
Que patético peregrinar por las oficinas de empleo donde a veces nos facilitaban alguna dirección, pero que cuando llegabamos habian decenas de personas para cubrir un miserable puesto de trabajo. De los periodicos tambien obteniamos información, pero siempre habian terribles colas en las que reconociamos a otros muchos que ya habian coincidido con nosotros en otros intentos, con el mismo afán pero con la cara de amargura que, sin duda, nosotros tambien reflejabamos. Por la noche en la pensión escribiamos infinidad de cartas para solicitar los empleos en los que se exigia acompañar el Curriculum Vitae y jamás recibimos respuesta a una sola de ellas. Lo importante era que cualquiera de los dos consiguiera un empleo; viviriamos de ese sueldo mientras el otro encontrase algo también, pero la suerte no nos acompañaba. Por fín "el premio", no pudo llegar mas a tiempo. En la C/. Joaquin Garcia Morato, creo recordar nº 179, la empresa Mecanización de Oficinas nos dio la oportunidad, de trabajar como vendedores de maquinas calculadoras, con un sueldo: Tres mil quinientas pesetas al mes mas comisiones. Esto nos permitió mantener nuestras esperanzas, ya que las comisiones se pagaban inmediatamente después de cada venta y era imprescindible que ingresasemos algo de inmediato. Fichabamos por la mañana y provistos de una calculadora de aquellas de manivela no muy pesada, pero que al mediodia nos parecia un saco de harína, cogiamos cada cual una ruta y nos volviamos a encontrar en la oficina a la hora de fichar. Nos dirigiamos a la pensión a comer y por la tarde la misma operación, contandonos despues todas las incidencias y anecdotas de la jornada y a pesar de nuestros problemas nos reiamos a lo grande con las caidas de Antonio o nos emocionabamos cuando surgia alguna buena posibilidad de venta fuese cual fuese el que la habia conseguido. Yo no quise desaprovechar mis visitas y trás cumplir con mi cometido solicitaba un puesto de trabajo en las empresas que creia que valian la pena.
Un día acudí a una Agencia de la Casa Citröen que mostraba unas magnificas instalaciones, teniendo la suerte de ser recibido por su propietario. No tendria mas de treinta y cinco años y era afable y respetuoso. Que bien me sentí en su despacho tratado con respeto y consideración, cosa no muy frecuente en mi peregrinar que en la mayoria de los casos te recibian de mala gana y con una palpable impaciencia mientras trataba de hacer ver las excelencias de nuestro producto. No le interesó ni la calculadora ni ninguno de los productos que llevaba en catálogo, pero charlamos un buen rato y viendo que mi conversación le agradaba le dije: "Ya vé que soy un malisimo vendedor, pero me encantaria, si fuese posible, trabajar para Vd. en cualquier puesto, que me ofrezca" y entonces llegó la temible pregunta ¿ Y que labor podria realizar? ... ¿.....? Yo era aprendiz de mucho pero maestro de nada. De coches sabia por entonces los mismo que mi hijo o quizás menos. Ni siquiera habia tenido ninguno y del funcionamiento de una Agencia de Automóbiles tampoco tenia la menor idea, pero la Providencia puso en mi boca una frase que le hizo gracia: "Puedo desde barrele las instalaciones a presiderle el Consejo de Administración, dentro de estas dos escalas a Vd. corresponde asignarme el puesto." D. Simón Mamam Péres que así se llamaba, judio y magnifica persona, habia delegado todo el peso de su empresa a uno de esos hombres que se encuentran con lupa; integro, competente, trabajador nato, que llevaba el control de todo de una forma impecable. Estaba asediado de trabajo y mi misión no fué otra que ayudar a ese hombre en su labor. De forma paciente y a un nivel de compañerismo envidiable me fué imponiendo en todos los quehaceres, de tal forma y con tal acierto que llegó el momento en que podia delegar en mi cualquier función que el no pudiera atender, con toda confianza.
Hay algo curioso que me ha pasado en otras ocasiones y que me molesta muchísimo. Recuerdo, datos fechas y nombres que no han sido relevantes en mi vida y en otros casos olvido el nombre de personas que como este caballero encomiable han significado tanto para mi. Por más esfurzos que hago no consigo recordar ni el nombre de Pila de este magnifico señor que con tan buen talante me acogió como un verdadero compañero. Si recuerdo el nombre de Maria del Pilar, una administrativa dulcisima y bondadosa que hablaba muy suavecito y que diariamente gastaba una caja de pañuelitos de papel por una persistente moquita que no le remitia y que la llevaba mártir. Pensabamos que era un resfriado crónico pero al fín supimos que se trataba de una fistula en el cerebro. No sé que habrá sido de ella pero siempre que la recuerdo veo en su cara esa alegria distante y agridulce de los elegidos.
Mi salida de Mecanización de Oficinas prácticamente no me distanció de Antonio Vidal, mi queridisimo amigo, ya que lo unico que cambió fueron las idas y regresos del trabajo que como es obvio, tuvieron desde entonces itinerarios difrentes, pero no dejamos de compartir todo el tiempo libre del que disponiamos. Nos habiamos instalado en la Peníón Falfes, daban bien de comer, estaba limpia aunque sin ningún lujo y sobretodo era muy económica. Un domingo ví en la prensa un anuncio en el que se solicitaba personal para cubrir el Departamento de Cuentas por Pagar de una empresa llamada Midco, S.A.. Era un trabajo que comenzaba a partir de las 7,30 de la tarde, compatible por lo tanto para mi, que terminaba a las siete en la Casa Citröen y que podia redondearme un sueldo que me permitiese traer a Madrid a mi esposa e hijo. Las oficinas estaban situadas en el número 123 de la C/ Gúzmán El Bueno, y casi anexas a unos grandes almacenes de su propiedad llamados AURRERA y situados en los bajos del Edificio Parque de las Naciones, muy cerquita del Palacio de Loterias. Conseguí el puesto, pero tuve que renunciar a la cena porque la media hora de que disponia desde mi salida de la Citröen la consumia en mi desplazamiento hasta Guzmán El Bueno y el trabajo en Midco, S.A. por razones de urgencia nos ocupaba como mínimo hasta las doce y media de la noche y en muchos casos hasta las dos de la mañana.
En la Pensión Falfes atendia la mesas un solteron muy amanerado que tenia todas las trazas de ser marica pero que jamás nos faltó a nadie al respeto y como se percató de que nunca venia a cenar me dijo: "Juan, te vás a morir, estás en los huesos. ¡Dios sabe que harás por las noches! Le conté exactamente lo que me pasaba y de forma exageradamente amanerada me dijo: " Ah no, eso no lo puedo permitir, e instandome a que lo acompañase me llevó hasta una mesa que habia en un rincón, en la que se apilaban los platos limpios y en cuyo angulo, apoyado en la pared habia una lámina enmarcada, con unos galgos tratando de dar caza a una liebre. La separó de la pared y me dijo: "Aquí, en este rinconcito, detrás de este precioso cuadro, te voy a dejar todas las noches la cena. Cuando termines dejas aquí mismo los platos y los cubiertos que yo los retiraré. ¡No quiero que te dejes ni una miguita." Nunca me faltó la cena y a veces incluso me dejaba un vaso de vino. Dios siempre está presente, lo que ocurre es que nunca tratamos de verlo. ¡Bendito sea Pedro, aquél mesero cuya vida es para mi una incognita pero que abrazaria con cariño a pesar de su condición si algún día tuviese la dicha de volver a verlo. Mi pluriempleo si que hizo disminuir casi totalmente mi contacto con Antonio Vidal. Por la mañana teniamos el tiempo justo para asearnos, vestirnos y despedirnos hasta el día siguiente ya que por la noche cuando yo regresaba el estaba dormido. Una mañana se despidió de mi, volvia para Elda, su aventura madrileña habia terminado, ya iniciaria una aventura muchisimo mas sublime, pero antes de marcharse sacó todo el dinero que tenia en la cartera y despues de retirar lo necesario para su viaje de regreso tomo el resto y me dijo, Juan, quiero que aceptes este dinero, yo me voy para casa y allí no voy a pasar ninguna necesidad, tu lo necesitas mas que yo. A pesar de mis protestas no permitió que se lo rechazase. Se lo acepté porque sabia que me lo daba con todo su corazón. Gracias Antonio, sabes muy bien lo que tu gesto significó para mi y quiero que sepas que le dí un muy buen uso a tu dinero. La verdad es que a pesar de estar tantisimo tiempo sin ver a mi esposa, no hubo persona mas fiel que yo ni hombre mas entregado a su trabajo. Nunca busque otra mujer ni gasté un solo centimo para darme el mínimo capricho.
FIN DE LA PRIMERA PARTE
2 comentarios:
Lo he visto todo como en una película. Como si leyera un fragmento de La colmena o Viaje a ninguna parte. No quisiera verme nunca en las tesituras en las que has llegado a estar, aunque sé que tu tendrás una visión de la vida más completa en todos los sentidos. Has estado en todos los extremos de la misma, con sus más y sus menos, sus penas y sus dichas. Hay algo que la mamá y tú nos inculcasteis y no debemos olvidar nunca: la fe. En este relato queda patente que es siempre la verdadera tabla de salvación.
Vaya relatos mas aleccionadores de valor, espíritu, decisión, fe y amistad..valores que creo hoy en dia, y por desgracia, están en desuso.
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