domingo, 28 de abril de 2013

MI PADRE

Acudimos casi toda la familia. El féretro de mi madre fue colocado frente a la puerta del mausoleo familiar mientras el sepulturero procedía a la exhumación de los restos de mi padre, ya seis años sepultado.
A todos nos había parecido conveniente, además de romántico, volver a unir sus cuerpos hasta el Juicio Final.

No sé qué ideas vagarían por la mente de cada uno de los presentes, ni por la mía siquiera, mientras los peones procedían a la extracción de la losa que nos separaba de los restos de mi padre. El féretro estaba casi intacto, solo algunas laminillas de su pintura desconchadas.

Un bebistrajo de sensaciones inundó mi alma cuando procedieron a la apertura de la tapadera y ahí estaba, enfundado en su taje negro, como un esbozo de lo que fué pero reconocible por su porte y su serena excelsitud.

El sepultador, que no se habria atrevido a dirigirse a mi padre en vida sin bajar los ojos, con la dignidad  propia de su empleo, rasgó las vestiduras sin ningún pudor, tratando de desmembrar los huesos para así poder acomodar mejor el esqueleto a los pies de mi madre, pero no pudo. Las articulaciones parecian soldadas y ante el temor a dar un espectaculo espeluznante, cejó en su empeño con el beneplacito de todos los presentes, entre los cuales, yo ya habia dado un paso hacia él para impedir tal desacato.

El esqueleto de mi padre fue envuelto en una sábana, casi intacto, entregándomelo para que lo sujetase mientras se abría el féretro de mi madre.

Con mi brazo izquierdo sostenia su esqueleto casi ingrávido, envuelto en su improvisado sudario, mientras que mi mano derecha sostenia su cabeza con una caricia reiterada. Seis años antes, en su agonia, se habia repetido una escena silmilar, cuando con su mano apretada a la mia exhaló su último suspiro...

¡Qué a menudo me acuerdo de ti, padre mio!, que sin duda tienes que estar en el Cielo. Qué miserable me veo al no haberte hecho en cada momento de tu vida, participe de todos los sentimientos que hasta a ti ahora me acercan más y más.

Aún revolotean en mi recuerdo tus sonrisas ante mis preguntas infantiles, que después comentabas con los demás haciéndome sentir importante; cuando me preparabas esos ponches que, según tú, me iban a hacer el hombre más fuerte del mundo y yo los tomaba con toda convicción; cuando al regreso de tu trabajo nos traías, casi a diario, aquellas chocolatinas envueltas en papel de plata, como si fueran botellitas de sidra. Cuando me arropabas en el invierno antes de acostarte; cuando me aconsejabas con esa sabiduría que añoro; cuando me reñías siempre de forma merecida.

Me emociona tu lucha ante la adversidad, tu tesón en el trabajo, tu esfuerzo por dar a todos tus hijos una carrera, tu devoción al hacer la señal de la cruz en el pan que ibas a partir, tu generosidad, tu hombría,  tu resignación y valentia al afrontar con una sola mueca los terribles dolores que tuviste que sufrir cuando estuviste tan enfermo.

De qué forma tan sutil me autorizaste a fumar, dejándome un paquete de cigarrillos en mi mesita de noche, y qué respeto me inspirabas, cuando a pesar de ello, tardé mucho en permitirme a mí mismo fumar en tu presencia.

Nunca fui el hijo que de mí esperabas. El que iba a salvar a la familia como tú decías. El que seria Notario como tu padre, según habías profetizado. Por lo contrario, siempre fuiste tú el que me ayudaste, el que me sacó de los apuros, el que me dio una carrera, el que nunca perdió su fe en mi ...

Ya está todo dispuesto, dijo el enterrador acercándose a mi.

Tratamos de ubicarlo de la mejor forma y tras varios intentos, no nos quedó mas remedio que situar sus restos sobre mi madre, como si fueran a hacer el amor... y yo, volviendo a mis recuerdos muy atrás en el tiempo, no pude evitar esbozar una sonrisa.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Me alegro que fueras capaz de esbozar una sonrisa en ese momento. Mi hermana y yo tuvimos que recoger los restos de mi padre del Cementerio de los Dolores (nuevo de Elda) y, dentro de una funda de plástico, trasladarlos en nuestro vehículo hasta el Cementerio de Santa Bárbara (viejo de Elda). Allí nos esperaba el sepulturero para proceder a unir los restos de mi padre y mi madre. Te puedo garantizar que el cuarto de hora que duró el traslado tuve la sangre helada y una sensació de "yu-yu" indescriptible....
Un abrazo desde nuestra Elda querida.
José Enrique Gálvez