jueves, 28 de abril de 2011

LOS HUMILLADEROS

Al borde de los caminos que daban entrada o salida a los pueblos, solía haber antiguamente, un lugar de devoción con una cruz o una imagen, que recibía el nombre de humilladero, porque tanto los que llegaban desde lejos, como los que pensaban salir por largo tiempo, o simplemente los devotos que por allí pasaban camino de cualquier parte, inclinaban la cabeza y doblaban la rodilla para, entre dientes, invocar a Dios en una personalísima oración.

Había humilladeros circulares o cuadrados, con piso de tierra o empedrados, con columnas o sin ellas, con techo o a cielo raso, con cruz de madera o de hierro o de piedra o sin ninguna de ellas pero sí, con una imagen bendecida. Podían estar a la intemperie más desolada o bajo la sombra de un frondoso árbol; emparrados o cubiertos de techo; con bancada alrededor de su perímetro o formando pequeñas gradas que culminaban en la base de su cruz.
Estos últimos eran los que a mi mas me gustaban, especialmente si estaban en alto, porque se divisaban desde lejos y mitigaban el cansancio, cuando al regreso de una larga jornada, nos anunciaba la cercanía del pueblo.

Yo he conocido estos humilladeros donde ya no existen. El progreso arrambla con todo y no respeta ni las tradiciones más excelsas.

Pero aún hay aldeas y pueblos donde se conservan, como testigos mudos del paso de los años, guardando en su haber tantas plegarias que solo paz debía hallarse en lugares tan santos.

Sin embargo, en los tiempos oscuros de rencillas y odios reprimidos, también sirvieron como lugar de acecho, en la espera paciente del paso del rival vecino, para exigirle las cuentas pertinentes bajo la ley del filo del cuchillo.

También hubo quien iba a ese lugar sagrado, a la hora en que las mozas regresaban de las eras, ya desenfundadas de esos sayones que las protegían en su trabajo rudo, con la intención lasciva de si por un casual alguna de ellas, o tal vez varias, al inclinarse ante la cruz devotas, luciendo ya atuendos mas livianos, huyendo del calor, dejaban entrever sus pantorrillas o parte de sus senos. Y allí, atentos cual objetivo de cámara, al instante, poder captar y grabar en sus retinas la imagen más hermosa, para después tener por mucho tiempo, ante tan virtual recuerdo, un motivo constante de tormento.

En los humilladeros, se solían despedir los duelos. También despedían los padre a los hijos cuando estos partían en busca de nuevos horizontes. Allí hicieron un alto para dar gracias los que regresaron triunfadores y ricos, y allí escondieron su vergüenza los fracasados que afligidos regresaron con las manos vacías; los que volvieron con una profesión aprendida; o los que al menos trajeron la experiencia que tanto vale para vivir la vida.

Pero la mayor desgracia es la de los que nunca volvieron por ingratitud, o por haber acabado muertos en cualquier contienda infame.

Fueron muchos los que declararon su amor a una moza en el humilladero. Pedro, Juan Hipólito, Roberto, Ovidio,... allí se declararon a otras tantas beldades que estuvieron pariendo año tras año, mientras Dios lo quiso, para cumplir el ciclo de la vida que no es poco.

Y de estas rústicas camas, de los pequeños pueblos, surgieron las no menos rústicas cunas que arroparon a la mayor parte de LAS GRANDES FIGURAS DE NUESTRA HISTORIA.

2 comentarios:

JuanRa Diablo dijo...

Madre mía, ultimamente escribes a una velocidad de vértigo. Veo que has publicado cuatro entradas que no he leído, así que volveré para leerlas con calma.
Un abrazo.

Anónimo dijo...

Me encanta cómo escribes papá.
Hubo en Petrer un humilladero a la salida del pueblo en el camino viejo hacia Elda al que todos conocían como "La Creu de Mollà" al haberlo erigido un tal Mollá con parte de su pequeña fortuna. Corrían los años de invasión francesa en los inicios del siglo XIX y viendo este señor que el ejército francés se acercaba al pueblo con intenciones no muy honestas supuso que se podía ver desprovisto de su pequeña fortuna por los saqueos que solían acontecer en tales casos. El hombre cogió todas sus monedas de oro fruto de toda una vida de trabajo y ahorro y se adentró entre bancales de olivos hasta que encontró uno bastante apartado con un buén hueco en su tronco. Allí decidió esconder sus monedas hasta que el ejército francés marchase, con tan mala fortuna que los soldados acamparon en ese campo de olivos alrededor de la olivera que gusrdaba su secreto. Este señor hizo la promesa de que si los gabachos no encontraban su dinero por mucho que orinasen en el tronco donde se hallaba él correspondería erigiendo un humilladero en ese mismo lugar. Y así fué. Estuvo muchisimos años en pié hasta que el "progreso" decidió derribarlo. Por suerte muchos años después se decidió erigir de nuevo más o menos en el mismo lugar que se hallaba el anterior e imitando la forma original. FRAN.