sábado, 22 de mayo de 2010

DIVAGACIONES


Cuando empecé a ser consciente de los sacrificios que mi padre tuvo que hacer a lo largo de su vida para que mi familia pudiera vivir dignamente en un status que por tradición nos correspondía pero que, por los azares del destino, no podiamos costear, empecé a sentir temor de hacerme mayor por no tener que cargar sobre mis espaldas la responsabilidad de una familia.

Pueden figurarse, con un sueldo de funcionario de la postguerra, los pluriempleos que tuvo que buscar mi pobre padre para poder darnos estudios a cada uno de los cinco hermanos, además de pagar el alquiler, llenar nuestros estómagos, vestirnos y darnos los domingos unas pesetas o unos duros, según la edad, para que pudiesemos salir a pasear sin hacer el ridículo ante nuestros amigos.

Todas las mañanas, a lo largo de los trescientos sesenta y cinco días del año, mi padre dejaba sobre la mesita de noche de mi madre el dinero presupuestado con el que tenía que hacer los equilibrios habidos y por haber para cubrir todas las necesidades de la casa por ese día. Los gastos extraordinarios, alquileres, servicios públicos, colegios, libros, médicos, farmacia y amortizaciones varias, de las ropas y enseres comprados a plazos eran atendidos por mi padre aparte, teniendo que trabajar en algunas etapas en que las deudas estaban sobrecargadas, hasta las díez, incluso hasta las doce de la noche, en los trabajos mas insospechados, cobrando recibos, cortando forros para el calzado, haciendo particiones de herencias, (mi padre habia sido oficial primero en la notaria de su padre hasta que murió mi abuelo), que después firmaban los abogados como hechas por ellos, dándole a mi padre una pequeña parte de sus honorarios; incluso escribiendo artículos para los periodicos, que en muchas ocasiones le publicaban.
Pero no es esto lo que pretendia contarles, ya habrá otra ocasión en la que hablaré de mi padre sin tratar de otra cosa más que de él como muy bien se merece.

Evoco estos recuerdos para que puedan ustedes hacerse cargo de las inquietudes que ante el espejo de mi padre me asaltaban, buscando en mí la voluntad, la garra y la incansable predisposición que él tenia y que en mí brillaban por su ausencia ya que incluso sentía pereza para estudiar los temas diarios del colegio. ¡Quién iba a decirme que con los años llegaría a parecerle-y mucho- en ese aspecto!, pero en mi adolescencia fuí un vago redomado que justificaba mi apatía queriendo convencer a los demás de que el mundo se iba a acabar en poco tiempo, en una guerra nuclear.
Ya después, puestos un poco más los pies en la tierra, pero aún convencido de que nunca podría llegar a ser un trabajador ejemplar, soñaba con dedicarme a aquellas cosas en las que creía que, con cierto grado de perfeccionamiento podría llegar a triunfar y aunque no era muy abultado mi bagaje, siempre me quedaría el recurso de marcharme a Hollyvood, donde sin duda algún director descubriría mi talento.

Mi compañero de fatigas en estas incursiones a la fantasía era mi amigo Antonio Vidal, ya hace muchísimos años Monje en el Monasterio de Silos, pero por aquellos tiempos un chaval de doce o trece años con una imaginación poco común como puede desprenderse de una frase que se dejó caer por aquellos tiempos y que se me quedó grabada para siempre:
"Quisiera llegar a tener muchisimo dinero para no tener ninguno luego", frase con una profundidad y un mensaje lleno de enigmatica verdad y de estoica resolución.

El tiempo va poniendo cada cosa en su sitio, y, dependiendo de la educación recibida y de las compañias que hemos frecuentado, ese sitio varia para unos y otros, habiendo tenido yo la suerte de codearme con toda clase de individuos, aprendiendo de sus errores y de los míos hasta anclarme en una linea de conducta de la que siempre me he sentido muy orgulloso.

Pero vuelvo a desviarme del asunto que me impulsó a escribir esta entrada y voy a pasar a ello sin mas rodeos.

No quiero generalizar porque no sé si a los demás les ha pasado como a mí, pero me atrevería a afirmar que debemos ser muchos los que vivimos en nuestra adolescencia una etapa que podemos calificar como "Forjadora de Sueños", un verdadero catálogo en el que se resumen nuestros afanes, nuestras esperanzas, nuestras ilusiones, en definitiva... nuestros sueños.

Se empeñan muchos filósofos en asegurar que el tiempo no existe, pero desde que tengo uso de razón el tiempo ha sido mi más cruel verdugo.
Ha hecho larguísimas mis angustias y no me ha dejado gozar apenas mis relativas dichas, pero además, me ha impusto su ley no permitiendo que lograra lo más insignificante sin sufrir el suplicio de la espera.
Siempre hay una fecha que indefectiblemente señala el momento de conseguir un logro. Incluso para que se te inflinja un castigo se marca una fecha.
Tiene otra cosa mala el tiempo y es que la espera, no te asegura la realización del sueño. Impide que se realice antes, pero no garantiza su realización. El factor tiempo me desespera y lo desterraría si estuviese en mi mano.

Y volví a salirme del tiesto. ¿Por qué tendré que divagar?.

En la Etapa Forjadora de Sueños nos empapamos espiritualmente de todo aquello que quisieramos realizar en la vida. Algunas cosas se ven cercanas en el devenir, casi las podemos tocar con la punta de los dedos, pero el tiempo se interpone como una barrera insalvable que impedirá su realización hasta que las agujas del reloj marquen la hora señalada.
En esa espera que para alguno de nuestros sueños puede durar casi toda una vida vamos cubriendo las diversas etapas gozando de nuestros logros y sufriendo el desencanto de que algunas esperanzas ya no podrán realizarse porque el tiempo para su realización se agotó y nuestra naturaleza ya no responde al esfuerzo que se precisaba para lograrlo, pudiendo considerarse que nuestra felicidad puede ser inversamente proporcional al número de sueños incumplidos a lo largo de nuestra vida, aunque a veces un solo sueño logrado pueda paliar el que todos los demás se hayan desvanecido y en este aspecto cada cual sabrá cual es la ilusión que de no lograrse le habría marcado para siempre como un fracasado. Esta ilusión presiento que será sin duda, la que le baste para sentir que vivir ha valido la pena.

Es tristísimo, para el que ya está haciendo su balance final, ver como se han cubierto las etapas de nuestra vida dejando incumplidos afanes que ya serán irrealizables y es por eso sin duda por lo que los que aún podemos hacer algún pinito, cometemos locuras intentando aparentar lo que ya no somos para cumplir, aunque sea fuera de tiempo y sin garantia de autenticidad, algún que otro capricho, que puede no ser recíproco.
Este tipo de espectáculo ¿quién no lo ha visto? y ¿a quién no le ha parecido grotesco?, pero si escrudiñamos con sinceridad nuestro fuero interno ¿no creen que también nos provoca alguna envidia?
Yo sé que cualquier joven podrá decir que esos logros auspiciados por el papel moneda no tienen ningún valor y en verdad puede haber mucha razón en esa opinión, aunque también existen muchas excepciones en las que surje una llama verdadera.
Pero cuando en el intercambio sólo se busca disfrutar un capricho, el vejestorio adinerado no se sentirá jamás engañado por no recibir lo que nunca pretendió, mientras que el jovenzuelo locuaz sí que puede estar siendo la víctima del engaño de su enamorada, que en algún que otro momento podría estar entregada a los "ENCANTOS" de quien le triplica la edad.

En la guerra y en el amor todo esta permitido, y si el hombre puede vender su alma por poseer a una mujer ¿por qué no ha de poder comprarla con la plata ganada con su esfuerzo? Otra cosa será enamorarla, que todo se andará.
Lo evidente es que si estando enamorada del galán, llega a brazos del anciano, aún fingiendo un amor que no le ha sido requerido, siempre será el galán el que salga peor parado en este supuesto trio.
Más modestia jovencitos, más modestia.

Me decía mi hermano en una ocasión después de contarle una de mis desfasadas aventuras: "¿No crees que esa chica de la que me hablas quizás nunca te quiso?"
"Lo más probable - le contesté - pero tampoco me quiere esta manzana tan preciosa que tengo en la mano y no sabes lo a gusto que me la estoy comiendo".

Y definitívamente se me fue el hilo de lo que pretendía contar, ya lo haré en otro momento.
Y es que hay tantas cosas que considerar antes de dar una opinión que, sin querer, divago.

1 comentario:

JuanRa Diablo dijo...

Me gusta esa forma que tienes de salirte del camino para volver a retomarlo una y otra vez, que bien sabemos todos que no son porque pierdas el hilo, sino por la forma en la que se desarrollan siempre las reflexiones, con esos saltos hacia atrás y adelante en nuestra memoria y por los vaivenes de las divagaciones.

Hay una frase de Victor Hugo que dice "El alma tiene ilusiones como el pájaro tiene alas; es lo que la sostiene"
Lo que escribes hoy es sencillamente esta verdad.