jueves, 19 de junio de 2014

HORACIO "EL DOCTOR"

Todos los días, salvo los domingos y fiestas de guardar, al  caer el sol, derrengado tras toda una jornada de nomadismo por los vertederos de la ciudad, Horacio regresaba a su barraca tras haber empujado desde la amanecida una enorme carreta, mas adecuada para ser tirada por una acémila que por un hombre.

Horacio, heredó de sus padres la barraca y los terrenos adyacentes. Un erial baldío de algo más de una hectárea, que nadie nunca quiso y que con los años había ido quedando emplazado en un lugar de privilegio.

La chatarra con la chatarra, el papel con el papel, los trapos con los trapos..., iba diciendo mientras que con una maña imperturbable iba lanzando cada uno de los objetos de su mísera cosecha al montón que le correspondía.

 Una vez terminado el escrutinio. con solo una ojeada a cada uno de los montones, sabía mas o menos lo que aquello iba a representar en pesetas. Después levantaba los ojos como queriendo verse las cejas y hacia una suma mental que generalmente coincidía con el montante en pesetas que por todo aquello podría recibir.

 Horacio, al que en las chatarrerías  apodaban "El Doctor" porque siempre que alguien se quejaba de alguna dolencia daba su diagnostico, después de distribuir la mercancía en diferentes sacos, debidamente etiquetados, volvía a alojarla ordenadamente en la carreta, para llevarla al día siguiente ultimar su particularisimo  reciclaje al transformar todo aquel desperdicio, como por arte de magía, en dinero.

Tras lavarse la cara, las manos, las axilas y los pies, por este orden, en un barreño de cinc, tan emplomado que ya no le cabía ninguna otra soldadura y que el conservaba con esmero por ser donde a él lo bañaba su madre cuando era un niño, aprovechaba las últimas luces del ocaso para prepararse una frugal cena.

Todo este protocolo no tenia otro fin que ahorrar el fluido eléctrico que de otro modo tendría que gastar si demoraba su regreso y como sus finanzas, aunque le permitían algunos extraordinarios eran escasas, era muy estricto a la hora de reducir sus gastos, no por mezquindad sino por previsión.

Lo que sí era un rito, sin importar el costo que le pudiese acarrear, era oír el noticiero a través del pequeño transistor que como un tesoro lucia en la alacena de la sala y que ya a tientas, conectaba a la hora propicia, siendo indefectible el que al finalizar la emisión, ya a oscuras, lo apagase, se acostase y durmiese como un bendito.

Hubo un tiempo en que tras la muerte de su madre, que fue su verdadera y única compañera, por huir de la soledad de sus noches, buscó la compañía de una mujer, pero su fracaso fue rotundo y ya no repitió el intento.

Los domingos acudía a la iglesia a oír misa en recuerdo de su madre que en su infancia como si de una fiesta se tratara, lo bañaba en el barreño, lo vestía con el traje de los domingos, lo peinaba con la raya a la izquierda y le ponía en el bolsillo unos céntimos para que los depositase en la bandeja de la colecta como si de un hombre se tratara.

En invierno, recogía también las tablas y la leña que encontraba a su paso y antes de cenar encendía una fogata en chimenea, para cenar a su luz estando calentito. Mientras comía y escuchaba las noticias, a la luz de la fogata contemplaba una foto que sus padres se hicieron el día de su boda, que estaba situada en la parte alta de la alacena, al pie de un crucifijo que presidia la sala. ¡Que elegantes y guapos los veía! mientras imaginaba lo felices que debieron ser el tiempo que estuvieron juntos, y aunque su padre murió muy pronto, el aún lo recordaba, sentado frente al fuego liándose un cigarro sonriente, en el mismo sitio en el que él ahora estaba.

El tiempo, que marcha implacable, alegró los campos con muchas primaveras; maduró las mieses en la canícula de los veranos; palideció las hojas hasta hacerlas sucumbir en otros tantos otoños y en las Navidades de su último invierno, completamente acabado, Horacio alzando los ojos hacia el crucifijo que había sobre el retrato de sus padres exclamó:

¡Cuantos años han pasado, Oh Dios, y que viejo y cansado me encuentro!, que pocos méritos vas a hallar en mi el día que me llames y que pocas cosas, si tu me lo permites, voy a poder contar a mis padres que los pueda hacer sentirse orgullosos de mí. Nada sé, ni nada tengo que pueda ofrecerles que no sea mi amoroso recuerdo, aquí, rodeado de tanta basura.

 ¿Qué puedes esperar de mi, Oh Dios?.

Y recorriendo su entorno con la mirada, con toda dignidad iba pensando:

¡Bendita basura!..., que alguna vez me permitiste concebir la esperanza del logro de algún pequeño sueño. Tu siempre eres igual a pesar de los años, mientras que yo, ya ves..., ni ya tengo sueños ni preciso de esperanza.

Mañana me lavaré, me pondré mi mejor ropa, me peinaré como mi madre lo hacia y como siempre pensando en ella, veré si el cura puede ponerme al día algunos asuntillos, por si las moscas...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Los convencionalismos y las normas "sociales" si bien han podido ser útiles para estructurar cierto orden social han hecho también mucho daño en muchos ámbitos. La opinión generalizada es la que prevalecía y prevalece y eso hace que en ocasiones una persona no manifieste su disconformidad ante el trato hacia alguna otra persona repudiada por no sufrir el mismo rechazo social. No somos quienes para juzgar NUNCA, pues ni todos somos iguales , ni tenemos las mismas vidas, ni pasamos por las mismas experiencias. En un país árabe se te puede considerar peor que un drogadicto por beber una cerveza mientras fumar un porro de hachis es socialmente aceptado y aquí sería todo lo contrario, por lo que podemos hacernos idea de cuantos criterios nos vienen dados de forma educacional y transmitidos generacionalmente.

Anónimo dijo...

El comentario anterior no corresponde a esta entrada sino a la de "cosas no contadas de la Elda de mi adolescencia".

Anónimo dijo...

Pobre Horacio!!! Seguramente su madre, como todas las madres, hubiera deseado un futuro mejor para su hijo cuando lo peinaba todas las mañanas, o cuanto menos no tan solitario. La soledad no es buena compañera si se aloja permanentemente en nuestra casa,,,es mejor tenerla sólo de visita. saber que eres el último reducto de una larga evolución y que acaba en ti por esa vía, pues Horacio tuvo un padre, que a su vez tuvo un padre y así sucesivamente hasta el primer hombre y sin embargo él rompe la cadena sin tener un sólo hijo. Bendito sea Horacio por el amor con que recuerda a sus padres que tanto le quisieron y que fué lo único que tuvo que valiera la pena en su vida.