Cuando yo era pequeño, muy pequeño, recuerdo que si mi madre amasaba, era para mi como una fiesta. Yo la contemplaba absorto mientras hacía la masa, espolvoreando lo justo de harina para que la masa fuese sobándose adecuadamente. Mientras, literalmente, yo metía la nariz en el tarro donde guardaba la levadura cuyo olor era un aroma que me extasiaba.
Cuando ya tenía sobada la masa y se disponía a modelar las barras y los panes, me daba un pequeño trozo para que yo también modelase mi panecito, que después ponía a cocer sobre la plancha de hierro de la cocina de leña que solía encender en el invierno para, además de guisar, mantener calentito el entorno. Otra cosa era en el verano, durante el cual la cocina de leña permanecía apagada y sólo podia cocer mi pan en la pletina del hogaril de carbón, donde mi madre guisaba y donde lógicamente, mi panecito no se cocía adecuadamente, quedando por unos lados semicocido y por otros chamuscado, sin que ello fuera óbice para que me lo comiera despues de rascar de su corteza las partes carbonizadas, dejando en el ambiente un aroma casero, a pan tostado, que para mi siempre ha sido entrañable.
Mi ingreso en Las Carmelitas supuso mi primer contacto con los niños que muchos años después serían mis definitivos amigos de pandilla, aunque en el periodo carmelitano nuestra amistad fue muy superficial y más bien me incliné por otros amigos de los que conservo inolvidables recuerdos.
No haria honor a la verdad si negase que indiscutiblemente mi mejor amigo de aquella etapa fue Paquito Bellot hijo de uno de los hermanos Frascos muy conocidos y queridos en Elda y de Milagros, una señora gruesa que lucía su pelo blanco recogido en un moño muy caracteristico en la mayor parte de las mujeres de aquellos años y cuyo semblante, adornado por unos bellisimos ojos azules me recordaba la imagen que yo creía que debían tener las hadas buenas de los cuentos. Siempre estaba sentada frente a su máquina de aparar y me preguntaba si Paquito era aplicado, encargandome que cuidase de él, a pesar de que ambos éramos de la misma edad, sólo que él era un poco mas bajito. Estas recomendaciones que me daba su madre a mi me llenaban de orgullo y me infundían un sentido de responsabilidad digno de encomio.
Muy amigo de Paquito, y por lo tanto también amigo mío, era Joaquinito Cantó cuyos padres tenian una panadería a la entrada de la calle San Roque, frente a la casa de la abuela de José Maria Amat Amer, en el suelo de cuyo salón jugué algunas veces a las guerras con los soldados de plomo de José Maria, anécdota esta que dudo recuerde mi querido amigo ya que nuestra edad por aquel entonces era de las del primer babatel.
Pasada la panadería de Joaquinito había un callejón que conducía a la Placeta de Santa Ana y allí vivía mi amigo Paquito en una TERCERA PLANTA, motivo quizás del enclaustramiento de su madre que por su gordura y por el terrible asma que padecía no recuerdo que saliera nunca a la calle salvo el día de su entierro.
Algo más alejado vivia mi amigo Rafael Maestre que al permanecer en el Colegio de las Monjas más tiempo del conveniente, como a mí también me sucedió, le pusieron el sobrenombre de "El Monyo", mote que nunca aceptó, no por él, sino por el agravio que pudiera corresponder a la sagrada institución a la que el mote involucraba.
Mi amigo Rafael, incluso de niño, siempre fue apacible y bondadoso y no recuerdo haberle visto ninguna acción reprobable. Además procuraba que nos enmendásemos cuando no íbamos por el buen camino haciéndonos unas consideraciones con tal fundamento que aunque creo que jamás le hicimos caso, siempre me quedó por ello cierto remordimiento.
Por lo que yo lo conocí le daría un sobresaliente a pesar de que no tuve con él mucho trato cuando dejamos de ser niños, pero algo me quedó de su recuerdo que me emociona al revivirlo, aunque nunca fuera el amigo más divertido. Fue director teatral durante muchos años y ya hace también muchos años que murió. Sirva mi recuerdo como humilde homenaje.
De los amigos que formamos con los años la Peña Los Chispos seleccionaron las monjas a un grupo en el que me incluyeron a mí para hacer un cuadro en una función teatral que promovió el colegio. Creo recordar, si no me falla la memoria, que: Vestidos de monaguillos con un improvisado traje de papel de seda azul, empezaba apareciendo yo por una esquina del pequeñísimo escenario cantando: "Con permiso de ustedes ¿pueden pasar unos cuantos monagos para cantar?" _ y de inmediato salia Santiago Mellado diciendo; Ya está aquí Rompe Esquilas y Vinagreras y nuestro inolvidable Luis Cremades q.e.p.d. aparecía entonando" Y también ha llegado el apaga velas""Podéis pasar, podéis pasar," decíamos los tres a coro y asomándose José Maria Amat, José Miguel Sastre, nuestro también inolvidable Jorge Bellot q.e.p.d., José Maria Marí, los Enriques Almodóvar y Planelles y quizás alguno más que no recuerde, todos con una cara de bordes que habrían sido el terror de cualquier sacristía, a coro decían "CON SU PERMISO" y nosotros contestábamos "LOGRADO ESTA" y después de invadir el mini escenario cantábamos a coro la canción de los monaguillos.
No he de decir que fue un éxito impresionante teniendo en cuenta que nos habían retirado el chupete hacía poco tiempo.
La casa que hacía esquina frente al Colegio de las Monjas, tenía instalada una tienda donde se vendían exclusivamente alpargatas de todas las formas y colores, todas ellas de muy buena calidad.
Tanto de la casa como de la tienda eran copropietarias tres o cuatro hermanas, todas ellas solteras y físicamente poco agraciadas, a las que se las conocía por "Las Guapas".
Las vísperas de la Pascua por esa tienda pasaba todo el pueblo ya que la tradición era calzarse esos días con alpargatas y esa tienda era merecidamente la más famosa del pueblo.
Antes de abrir el establecimiento, las hermanas se turnaban para acudir a la peluquería y en pleno apogeo de la venta era gracioso ver, a todas ellas, estrenando vestido; el pelo de permanente y maquilladas a su mejor criterio, atendiendo al público en un derroche de profesionalidad y con unas ganas de vivir que movía montañas. Sin embargo, ni aún así, hubo incentivos suficientes para que al menos una de ellas fuese solicitada por alguno de sus clientes para algo más que para que le vendiera un par de alpargatas, que yo sepa. Y puedo asegurar que no me hace gracia el que algunas personas tengan que renunciar al bien más supremo con que Dios inmerecidamente nos ha premiado, sea cual sea el motivo que les impida acceder a ese bien, para mi tan preciado.
Frente a las "Guapas", por la entrada de la calle San Roque, habia una pequeña plazuela y en su centro una fuente.
Las fuentes estaban repartidas por toda la población ya que a pesar de que en las casas había agua, ésta era de mala calidad y familiarmente la llamabamos agua del canto, vaya usted a saber por qué, mientras que el agua de las fuentes públicas era potable y además de muy agradable tomar. Provenia de un nacimiento local llamado Nacimiento de Santa Bárbara, que surgía en el paraje conocido por ese nombre, precisamente junto a una de las muchas curvas que por allí hacía la carretera general que conducía a Madrid por aquellos tiempos y donde en una ocasión intemporal tuve un encuentro providencial con mi amigo Antonio Vidal, del que hablé en mi entrada titulada "Mi Aventura Madrileña".
Del nacimiento de Santa Bárbara hasta una casa cuya última propietaria fue Esperancita Alonso - mi madrina-, casa ya hace mucho tiempo desaparecida de la calle Antonio Maura, debido al derribo de la misma para poder prolongar la calle Nueva hasta la carretera de Monóvar, fue instalado un conducto de agua del diámetro de un real de plata para premiar la lealtad demostrada al rey Felipe V por uno de mis antepasados, que al ser requerido por el monarca para que le pidiese lo que pudiese desear, éste, ni corto ni perezoso le pidió tener agua potable en su casa, conformándose con que el chorro no fuera mas grueso que el diámetro de un real de plata. Y como por aquellos tiempos y en el de las hadas la palabra dada la cumplian hasta los reyes, a su casa llegó el chorro deseado, quedándose su familia con el mote de "los del real de plata", pudiendo ser testigo de la presencia de aquel inapreciable bien, hasta que se demolió la casa por el motivo antes mencionado, pudiendo declarar bajo juramento que ese chorro de agua se vertía a una balsa que regaba las huerta de la casa mencionada, donde entre otras instalaciones habia una almazara, a la que acudí muchas veces con mi padre siendo niño, pudiendo jugar a los barcos en la balsa y beber del caño que estuvo vertiendo sus aguas ininterrumpidamente por más de trescientos años.
Pero nos habíamos quedado en la plazoleta de las Monjas, frente a "Las Guapas" y vuelvo a ella, para en ella terminar esta entrada.
En la esquina que emparejaba con la calle San Roque, había una casa muy hermosa de dos o tres plantas que sólo daba muestras de vida a través de una de las puertas de su gran portón que era el único hueco de la casa que se abría a la calle de vez en cuando. El resto de las puertas y ventanas siempre las recuerdo cerradas.
En un lateral del portal de esa casa, solía sentarse un hombre que cuando los guardias municipales le obligaban a asearse, se mostraba como muy agraciado, lo que podríamos decir, un hombre guapo, pero normalmente iba más bien desarrapado, sucio y con una barba desaliñada, aunque nunca perdiera su arrogancia.
Estoy hablando del Azafranero, un personaje culto y de hablar distinguido procedente de una familia sin duda venida a menos y al que sólo le quedaba algún que otro hermano que como era obvio prefería mantenerse en el anonimato. Solia trabajar por las mañanas en el Mercado de Abastos, reconociéndosele como buen trabajador pero sin ambiciones, ya que cuando juntaba una determinada cantidad ya no volvía a trabajar hasta que no le fuese preciso.
Llevaba siempre, en invierno y en verano, varias chaquetas superpuestas, haciendo que su torso ya de por sí ancho de espaldas, pareciese el de un superdotado. He querido mencionar a este eldense porque me era necesario para hacer una estampa completa de este pequeño rincón de mi pueblo, aunque ya haya hablado de tan insigne personaje en alguna otra ocasión y quizás vuelva a hacerlo si algún día se terciara.
Cuando ya tenía sobada la masa y se disponía a modelar las barras y los panes, me daba un pequeño trozo para que yo también modelase mi panecito, que después ponía a cocer sobre la plancha de hierro de la cocina de leña que solía encender en el invierno para, además de guisar, mantener calentito el entorno. Otra cosa era en el verano, durante el cual la cocina de leña permanecía apagada y sólo podia cocer mi pan en la pletina del hogaril de carbón, donde mi madre guisaba y donde lógicamente, mi panecito no se cocía adecuadamente, quedando por unos lados semicocido y por otros chamuscado, sin que ello fuera óbice para que me lo comiera despues de rascar de su corteza las partes carbonizadas, dejando en el ambiente un aroma casero, a pan tostado, que para mi siempre ha sido entrañable.
Mi ingreso en Las Carmelitas supuso mi primer contacto con los niños que muchos años después serían mis definitivos amigos de pandilla, aunque en el periodo carmelitano nuestra amistad fue muy superficial y más bien me incliné por otros amigos de los que conservo inolvidables recuerdos.
No haria honor a la verdad si negase que indiscutiblemente mi mejor amigo de aquella etapa fue Paquito Bellot hijo de uno de los hermanos Frascos muy conocidos y queridos en Elda y de Milagros, una señora gruesa que lucía su pelo blanco recogido en un moño muy caracteristico en la mayor parte de las mujeres de aquellos años y cuyo semblante, adornado por unos bellisimos ojos azules me recordaba la imagen que yo creía que debían tener las hadas buenas de los cuentos. Siempre estaba sentada frente a su máquina de aparar y me preguntaba si Paquito era aplicado, encargandome que cuidase de él, a pesar de que ambos éramos de la misma edad, sólo que él era un poco mas bajito. Estas recomendaciones que me daba su madre a mi me llenaban de orgullo y me infundían un sentido de responsabilidad digno de encomio.
Muy amigo de Paquito, y por lo tanto también amigo mío, era Joaquinito Cantó cuyos padres tenian una panadería a la entrada de la calle San Roque, frente a la casa de la abuela de José Maria Amat Amer, en el suelo de cuyo salón jugué algunas veces a las guerras con los soldados de plomo de José Maria, anécdota esta que dudo recuerde mi querido amigo ya que nuestra edad por aquel entonces era de las del primer babatel.
Pasada la panadería de Joaquinito había un callejón que conducía a la Placeta de Santa Ana y allí vivía mi amigo Paquito en una TERCERA PLANTA, motivo quizás del enclaustramiento de su madre que por su gordura y por el terrible asma que padecía no recuerdo que saliera nunca a la calle salvo el día de su entierro.
Algo más alejado vivia mi amigo Rafael Maestre que al permanecer en el Colegio de las Monjas más tiempo del conveniente, como a mí también me sucedió, le pusieron el sobrenombre de "El Monyo", mote que nunca aceptó, no por él, sino por el agravio que pudiera corresponder a la sagrada institución a la que el mote involucraba.
Mi amigo Rafael, incluso de niño, siempre fue apacible y bondadoso y no recuerdo haberle visto ninguna acción reprobable. Además procuraba que nos enmendásemos cuando no íbamos por el buen camino haciéndonos unas consideraciones con tal fundamento que aunque creo que jamás le hicimos caso, siempre me quedó por ello cierto remordimiento.
Por lo que yo lo conocí le daría un sobresaliente a pesar de que no tuve con él mucho trato cuando dejamos de ser niños, pero algo me quedó de su recuerdo que me emociona al revivirlo, aunque nunca fuera el amigo más divertido. Fue director teatral durante muchos años y ya hace también muchos años que murió. Sirva mi recuerdo como humilde homenaje.
De los amigos que formamos con los años la Peña Los Chispos seleccionaron las monjas a un grupo en el que me incluyeron a mí para hacer un cuadro en una función teatral que promovió el colegio. Creo recordar, si no me falla la memoria, que: Vestidos de monaguillos con un improvisado traje de papel de seda azul, empezaba apareciendo yo por una esquina del pequeñísimo escenario cantando: "Con permiso de ustedes ¿pueden pasar unos cuantos monagos para cantar?" _ y de inmediato salia Santiago Mellado diciendo; Ya está aquí Rompe Esquilas y Vinagreras y nuestro inolvidable Luis Cremades q.e.p.d. aparecía entonando" Y también ha llegado el apaga velas""Podéis pasar, podéis pasar," decíamos los tres a coro y asomándose José Maria Amat, José Miguel Sastre, nuestro también inolvidable Jorge Bellot q.e.p.d., José Maria Marí, los Enriques Almodóvar y Planelles y quizás alguno más que no recuerde, todos con una cara de bordes que habrían sido el terror de cualquier sacristía, a coro decían "CON SU PERMISO" y nosotros contestábamos "LOGRADO ESTA" y después de invadir el mini escenario cantábamos a coro la canción de los monaguillos.
No he de decir que fue un éxito impresionante teniendo en cuenta que nos habían retirado el chupete hacía poco tiempo.
La casa que hacía esquina frente al Colegio de las Monjas, tenía instalada una tienda donde se vendían exclusivamente alpargatas de todas las formas y colores, todas ellas de muy buena calidad.
Tanto de la casa como de la tienda eran copropietarias tres o cuatro hermanas, todas ellas solteras y físicamente poco agraciadas, a las que se las conocía por "Las Guapas".
Las vísperas de la Pascua por esa tienda pasaba todo el pueblo ya que la tradición era calzarse esos días con alpargatas y esa tienda era merecidamente la más famosa del pueblo.
Antes de abrir el establecimiento, las hermanas se turnaban para acudir a la peluquería y en pleno apogeo de la venta era gracioso ver, a todas ellas, estrenando vestido; el pelo de permanente y maquilladas a su mejor criterio, atendiendo al público en un derroche de profesionalidad y con unas ganas de vivir que movía montañas. Sin embargo, ni aún así, hubo incentivos suficientes para que al menos una de ellas fuese solicitada por alguno de sus clientes para algo más que para que le vendiera un par de alpargatas, que yo sepa. Y puedo asegurar que no me hace gracia el que algunas personas tengan que renunciar al bien más supremo con que Dios inmerecidamente nos ha premiado, sea cual sea el motivo que les impida acceder a ese bien, para mi tan preciado.
Frente a las "Guapas", por la entrada de la calle San Roque, habia una pequeña plazuela y en su centro una fuente.
Las fuentes estaban repartidas por toda la población ya que a pesar de que en las casas había agua, ésta era de mala calidad y familiarmente la llamabamos agua del canto, vaya usted a saber por qué, mientras que el agua de las fuentes públicas era potable y además de muy agradable tomar. Provenia de un nacimiento local llamado Nacimiento de Santa Bárbara, que surgía en el paraje conocido por ese nombre, precisamente junto a una de las muchas curvas que por allí hacía la carretera general que conducía a Madrid por aquellos tiempos y donde en una ocasión intemporal tuve un encuentro providencial con mi amigo Antonio Vidal, del que hablé en mi entrada titulada "Mi Aventura Madrileña".
Del nacimiento de Santa Bárbara hasta una casa cuya última propietaria fue Esperancita Alonso - mi madrina-, casa ya hace mucho tiempo desaparecida de la calle Antonio Maura, debido al derribo de la misma para poder prolongar la calle Nueva hasta la carretera de Monóvar, fue instalado un conducto de agua del diámetro de un real de plata para premiar la lealtad demostrada al rey Felipe V por uno de mis antepasados, que al ser requerido por el monarca para que le pidiese lo que pudiese desear, éste, ni corto ni perezoso le pidió tener agua potable en su casa, conformándose con que el chorro no fuera mas grueso que el diámetro de un real de plata. Y como por aquellos tiempos y en el de las hadas la palabra dada la cumplian hasta los reyes, a su casa llegó el chorro deseado, quedándose su familia con el mote de "los del real de plata", pudiendo ser testigo de la presencia de aquel inapreciable bien, hasta que se demolió la casa por el motivo antes mencionado, pudiendo declarar bajo juramento que ese chorro de agua se vertía a una balsa que regaba las huerta de la casa mencionada, donde entre otras instalaciones habia una almazara, a la que acudí muchas veces con mi padre siendo niño, pudiendo jugar a los barcos en la balsa y beber del caño que estuvo vertiendo sus aguas ininterrumpidamente por más de trescientos años.
Pero nos habíamos quedado en la plazoleta de las Monjas, frente a "Las Guapas" y vuelvo a ella, para en ella terminar esta entrada.
En la esquina que emparejaba con la calle San Roque, había una casa muy hermosa de dos o tres plantas que sólo daba muestras de vida a través de una de las puertas de su gran portón que era el único hueco de la casa que se abría a la calle de vez en cuando. El resto de las puertas y ventanas siempre las recuerdo cerradas.
En un lateral del portal de esa casa, solía sentarse un hombre que cuando los guardias municipales le obligaban a asearse, se mostraba como muy agraciado, lo que podríamos decir, un hombre guapo, pero normalmente iba más bien desarrapado, sucio y con una barba desaliñada, aunque nunca perdiera su arrogancia.
Estoy hablando del Azafranero, un personaje culto y de hablar distinguido procedente de una familia sin duda venida a menos y al que sólo le quedaba algún que otro hermano que como era obvio prefería mantenerse en el anonimato. Solia trabajar por las mañanas en el Mercado de Abastos, reconociéndosele como buen trabajador pero sin ambiciones, ya que cuando juntaba una determinada cantidad ya no volvía a trabajar hasta que no le fuese preciso.
Llevaba siempre, en invierno y en verano, varias chaquetas superpuestas, haciendo que su torso ya de por sí ancho de espaldas, pareciese el de un superdotado. He querido mencionar a este eldense porque me era necesario para hacer una estampa completa de este pequeño rincón de mi pueblo, aunque ya haya hablado de tan insigne personaje en alguna otra ocasión y quizás vuelva a hacerlo si algún día se terciara.
4 comentarios:
Un excelente ejercicio de la memoria, papá.
Aquí quedan registrados aquellos recuerdos de tu niñez y me alegra conservarlos. Algunos de ellos los recordaba vagamente contados por ti alguna vez.
Bellisima narración de tu infancia, con ese toque literario tan propio que te caracteriza. Leí recientemente en algún lugar, que si una persona tenía la suerte de superar la infancia, ya tenía tema para escribir el resto de sus días. yY es que verdadera mente la intensidad con que se viven infancia y adolescencia, salvo contadas excepciones, no se vuelven a experimentar en el resto de fases de nuestra existencia. Un abrazo: Tu hijo Fran
Bellisima narración de tu infancia, con ese toque literario tan propio que te caracteriza. Leí recientemente en algún lugar, que si una persona tenía la suerte de superar la infancia, ya tenía tema para escribir el resto de sus días. yY es que verdadera mente la intensidad con que se viven infancia y adolescencia, salvo contadas excepciones, no se vuelven a experimentar en el resto de fases de nuestra existencia. Un abrazo: Tu hijo Fran
No te sabía de nuevo por estos lares, y ahora descubro un montón de historias por leer...qué estupendo! Tu memoria es extraordinaria...
Un beso.
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