Emplear esta frase en el siglo XXI parece inaudito.
Hoy, que casi es imposible desconocer la noticia, que todo puede someterse a análisis, que tenemos a nuestro alcance toda la experiencia de 20 siglos y que disponemos prácticamente de los medios que pondrían al descubierto los secretos más ocultos y las insidias más espeluznantes, seguimos indefectiblemente condenados a cometer eternamente los mismos errores, por no querer admitir que nos equivocamos, por no soportar reconocer que cometimos un error, porque nos aterroriza poder comprobar que nuestros enemigos tenían la razón, en suma porque nos humilla que se derrumbe ante nuestros ojos y sobre todo ante los de nuestros enemigos, nuestro Ídolo de Barro.
Pero ¿a quién calificamos como nuestro enemigo?
¿Es nuestro enemigo el que pretende el bien común?, o mejor aún, ¿quién podría concebir que existiese un partido político que no anhelase el bien común?. Podría existir una diferencia en cuanto a la forma de tratar de conseguirlo, pero no creo que nadie pueda concebir que exista un programa político en el que se discrimina a unos u otros por razónes de ideología, y mucho menos que una ideología discrimine en sus programas a todas las ideologías con las que crea que debe discrepar.
Porque, llevadas las cosas a esos extremos, yo preguntaría en qué discrepan unos partidos con otros que no sea en cuestión de prioridades o en la forma de llevar a efecto los programas, porque en cuanto el fin último nadie me discutirá que es el mismo para todos.
Nos irrita que nos discutan que para alcanzar una meta la distancia más corta es la linea recta, pero a veces tenemos que reconocer que para conseguir un mejor impulso es más conveniente retroceder unos pasos de la linea de salida. Tampoco es bueno mantener el mismo ritmo a lo largo de la prueba, hay que saber en qué momento tenemos que emplearnos a fondo.
En todo esto podemos discrepar, podemos discutir y podemos cuestionarnos, pero nunca sentirnos enemigos. Olvidémonos de los estereotipos, no seamos esclavos de los convencionalismos trasnochados que tanto se afanan en alimentar los movilizadores de la masa.
No hay un interés empresarial y un interés sindical, solamente hay un interés comun que mejorará por mil razones nuestros intereses particularísimos. ¿Quién duda de que los porcentajes más altos de las personas que se amparan bajo cualquier sigla corresponden a la clase obrera? ¿En qué se diferencia un obrero del P.P. de un obrero del P.C.?
EXPLÍQUENMELO
Salvo en cuestiones puntuales, en las que sabemos exactamente lo que cada partido va a defender, es imposible que todas las medidas dictadas por un partido coincidan con el criterio gereralizado de todos sus integrantes. Siempre habrá discrepancias y siempre habrá descontentos, pero siempre terminarán todos aceptando por razón de disciplina de partido.
¿Quién cree que es imposible que podamos coincidir en muchisimos aspectos , por fuera de esas cuestiones puntuales a las que antes me referia, en las que sabemos exactamente la postura que cada partido va a defender? ¿Acaso no cabe la posibilidad de discrepancia incluso en esas cuestiones puntuales pudiendo ser la suma de todos los criterios coincidentes en unos partidos y otros superior a la obtenida en aras de la disciplina de partido, cuyo resultado no es más que el asesinato de la esencia de la democracia?
Si creemos en la democracia porque pensamos que el criterio de la mayoria es el que debe prevalecer es una incongruencia imponer el si o el no en determinadas cuestiones que por desgracia dejan de imponerse en poquísimas ocasiones, viéndose como lo mas natural el que militantes de un prestigio reconocido sean separados y destituidos por el hecho de dar su verdadera opinión en determinadas circunstancias.
Seamos fieles a nuestros sentimientos y a nuestros criterios y no permitamos que marquen nuestras directrices y hagámoslo pese a quien pese y solo así es posible que algún día podamos realmente estar orgullosos de estar conviviendo en una democracia.
Hoy, que casi es imposible desconocer la noticia, que todo puede someterse a análisis, que tenemos a nuestro alcance toda la experiencia de 20 siglos y que disponemos prácticamente de los medios que pondrían al descubierto los secretos más ocultos y las insidias más espeluznantes, seguimos indefectiblemente condenados a cometer eternamente los mismos errores, por no querer admitir que nos equivocamos, por no soportar reconocer que cometimos un error, porque nos aterroriza poder comprobar que nuestros enemigos tenían la razón, en suma porque nos humilla que se derrumbe ante nuestros ojos y sobre todo ante los de nuestros enemigos, nuestro Ídolo de Barro.
Pero ¿a quién calificamos como nuestro enemigo?
¿Es nuestro enemigo el que pretende el bien común?, o mejor aún, ¿quién podría concebir que existiese un partido político que no anhelase el bien común?. Podría existir una diferencia en cuanto a la forma de tratar de conseguirlo, pero no creo que nadie pueda concebir que exista un programa político en el que se discrimina a unos u otros por razónes de ideología, y mucho menos que una ideología discrimine en sus programas a todas las ideologías con las que crea que debe discrepar.
Porque, llevadas las cosas a esos extremos, yo preguntaría en qué discrepan unos partidos con otros que no sea en cuestión de prioridades o en la forma de llevar a efecto los programas, porque en cuanto el fin último nadie me discutirá que es el mismo para todos.
Nos irrita que nos discutan que para alcanzar una meta la distancia más corta es la linea recta, pero a veces tenemos que reconocer que para conseguir un mejor impulso es más conveniente retroceder unos pasos de la linea de salida. Tampoco es bueno mantener el mismo ritmo a lo largo de la prueba, hay que saber en qué momento tenemos que emplearnos a fondo.
En todo esto podemos discrepar, podemos discutir y podemos cuestionarnos, pero nunca sentirnos enemigos. Olvidémonos de los estereotipos, no seamos esclavos de los convencionalismos trasnochados que tanto se afanan en alimentar los movilizadores de la masa.
No hay un interés empresarial y un interés sindical, solamente hay un interés comun que mejorará por mil razones nuestros intereses particularísimos. ¿Quién duda de que los porcentajes más altos de las personas que se amparan bajo cualquier sigla corresponden a la clase obrera? ¿En qué se diferencia un obrero del P.P. de un obrero del P.C.?
EXPLÍQUENMELO
Salvo en cuestiones puntuales, en las que sabemos exactamente lo que cada partido va a defender, es imposible que todas las medidas dictadas por un partido coincidan con el criterio gereralizado de todos sus integrantes. Siempre habrá discrepancias y siempre habrá descontentos, pero siempre terminarán todos aceptando por razón de disciplina de partido.
¿Quién cree que es imposible que podamos coincidir en muchisimos aspectos , por fuera de esas cuestiones puntuales a las que antes me referia, en las que sabemos exactamente la postura que cada partido va a defender? ¿Acaso no cabe la posibilidad de discrepancia incluso en esas cuestiones puntuales pudiendo ser la suma de todos los criterios coincidentes en unos partidos y otros superior a la obtenida en aras de la disciplina de partido, cuyo resultado no es más que el asesinato de la esencia de la democracia?
Si creemos en la democracia porque pensamos que el criterio de la mayoria es el que debe prevalecer es una incongruencia imponer el si o el no en determinadas cuestiones que por desgracia dejan de imponerse en poquísimas ocasiones, viéndose como lo mas natural el que militantes de un prestigio reconocido sean separados y destituidos por el hecho de dar su verdadera opinión en determinadas circunstancias.
Seamos fieles a nuestros sentimientos y a nuestros criterios y no permitamos que marquen nuestras directrices y hagámoslo pese a quien pese y solo así es posible que algún día podamos realmente estar orgullosos de estar conviviendo en una democracia.
1 comentario:
Tienes toda la razón. Cuando a alguien se le ocurre decir que piensa en el bién de los trabajadores no tiene que pensarse que por ello abraza las teorías del Marsixmo o Leninismo como algunos pretenden hacer querer ver. Eso de que la derecha sólo piensa en el rico y explotar al pobre y que la izquierda es la compañera del humilde trabajador son intereses electoralistas que viene muy bién mantener para captar el voto del iletrado, pero en una sociedad cada vez más al alcance de la información empieza a sonar a un cuento de vieja lianta. Todos quieren el bién de todos los ciudadanos. Hay quien mira más su política pensando sólo en el trabajador, hay quien lo hace pensando en la realidad social en que se vive creando equilibrios sin menospreciar al autónomo y hay otros que piensan sólo en su región implicando toda su energía en política independentista, pero en el fondo ninguno no cree querer nada malo para la sociedad. FRAN.
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