Mis padres nunca tuvieron vocación de propietarios. Siempre vivieron pagando un alquiler. La guerra habia marcado su sino tras la muerte de mi abuelo paterno, de cuya Notaria era mi padre el Oficial Primero, por lo que trás tan terrible pérdida, en una posguerra de necesidad y ya sin empleo, cubria a duras penas las necesidades de su familia, sin ahorrar el mas mínimo esfuerzo, llevando algunas contabilidades, cobrando recibos, desplazandose a Alicante para realizar gestiones a terceros o cualquier actividad que honradamente le ayudase a paliar sus necesidades.
Gracias a su prestigio reconocido, obtuvo un cargo en el Ayuntamiento que vino a darnos una mayor estabilidad económica, lo que nos permitió trasladarnos desde la C/. Tropas Gallegas a la C/. Antonio Maura, teniendo a partir de entonces, además de una vivienda mas digna, la compañia de nuestros abuelos maternos y de mi tia Lucia, que con su esposo Tiburcio y mis primas, Maruja, Carmen y Lucia, vivian en la planta baja de la vivienda que nosotros fuimos a ocupar.
Por aquel entonces podria yo tener unos seis o siete años.
Al lado de nuestra casa habia un caserón inmenso, descuidado por sus dueños, en el que desde no se cuando, se habian ido instalando, familias e individuos a los que les habia dado la espalda la fortuna, encontrando en aquel reducto el santuario que les daba cobijo y protección en su indiscutible necesidad.
En la planta baja habia una entrada amplisima, cuyos portones, siempre abiertos, permitian con toda impunidad que cualquiera pudiera pasearse por su interior ya que allí todos estaban de prestado y nadie podia erigirse en dueño, reservandose el unico derecho de hacer respetar el recinto que ocupaban como vivienda. Pero aún quedaban huecos y habitaciones con las puertas abiertas, o sin ellas, para cualquier desgraciado que no tuviese otro sitio donde ir.
El porche lo ocupaba un matrimonio. Paco y Caridad, que vivian con la madre de esta y sus hijos, Pepe " el cojo" y Paco, de siete y cinco años respectivamente. Pepe habia nacido con una malformación en un pié y cojeaba, de ahí el mote, que como sabeis, en los pueblos y más, antiguamente, era algo casi inevitable.
Una parte del primer piso lo ocupaba un matrimonio, muy pulcro y formal, cuyos nombres no recuerdo, con su hija unica de unos catorce años que se llamaba Amor. El resto de la primera planta estaba inhabitable. En la planta baja, siguiendo un orden a partir de la entrada, la ocupaban: El tio Angel, apodado "El barriguilla" que en la habitación que daba a la calle habia instalado una rudimentaria barberia, con una muy mermada clientela, por lo que la mayor parte del día lo pasaba sentado comodamente en su sillón de barbero, leyendo novelas del Oeste del por entonces famosisimo escritor español Marcial Lafuente "Estefánia"; lindando con él, habia un cuarto sombrio cuyo huesped era un personaje de fábula, dificilisimo de ver; un viejo que tenia la cara de un duendecillo en un cuerpo largo, delgado y lúgubre, o por lo menos a mí en aquella edad así me lo parecia, que para abrir o cerrar la puerta empleaba mucho tiempo, tal era la cantidad de cerrojos y candados que la protegian. Esa era la unica ocasión que nos brindaba para poder observalo. Despues se recluia en su ordenadisimo antro y cerraba los cerrojos por dentro pasando allí infinidad de horas, sin mas muestra de su permanencia que la de ver que no estaban puestos los candados de afuera. Terminada la entrada habia una escalera que subia a la primera planta y al porche y un amplio pasillo, que a su izquierda no tenia ninguna dependencia siendo a la derecha donde se ubicaban algunas habitaciones desocupadas, sin ventilación, oscuras y malolientes. Una de estas habitaciones algo mas alegre y ventilada por su proximidad al huerto estaba ocupada por El Antonio el Vigilante, que hacia la ronda nocturna por las calles de aquel contorno, y ya en el huerto, en una casita de cuento entre los árboles, vivia la Madrecita, con su hija Consuelo y su nieto Angelito "El Cuco" de mi edad, del que guardo un especial recuerdo.
Sobre los pormenores de la vida de estos personajes siempre existiran incognitas que solo ellos y Dios sabe, pero tambien hay cosas de dominio público que aunque puedan ser tristes, tambien son aleccionadoras y es por ello por lo que las quiero relatar.
Empecemos por los habitantes del Porche: Paco, el esposo de Caridad era un mañoso albañil al que no le faltaba trabajo, por su laboriosidad, buen hacer y comedidos honorarios. Era querido y solicitado en el barrio, por eso corrió la voz inmediatamente que se supo el accidente que causó su muerte.
La fosa septica de la posada que habia dos manzanas mas allá de su casa estaba a rebosar. Le encargaron que la vaciase y el eligió un domingo para llevarlo a cabo. Hizo palanca en la losa, metió dos ganchos atados a unas cuerdas y solicitó ayuda para que dos hombres tirasen de las cuerdas mientras el suguia apalancando en posición de cuclillas. Inmediatamente después de que la losa fué levantada, los gases acumulados, lo hicieron desvanecerse cayendo de cabeza sobre aquel putrefacto fango que lo engulló en pocos segundos. Fueron vanos los intentos de sacarlo con vida. Su familia que, aunque humildemente, sobrevivia con cierto decoro gracias al trabajo del padre quedó completamente desvalida, sin embargo, Caridad supo sacar adelante a su madre y a sus hijos lavando ropa y limpiando casas y escaleras. Era una viuda aún joven y atractiva que provocó la lascivia de los hombres, que la asediaban, pero se mantuvo firme en sus principios hasta que mirando mas por sus hijos que por si misma unió su vida a la de un maduro ya entrado en años pero bien situado, que hizo posible que sus hijos llegaran a tener un buen porvenir.
Los del primero llevaron una vida impecable a lo largo de los años y aún adolescente, Amor, la hija única a la que tanto querian, quedó embarazada de un chulo, sinverguenza poseido de su atractivo. ¡Que tipo mas bien formado! ¡Que guapisimo! según decian las mujeres. El padre de la niña intervino y hubo boda, pero la pobre chica fué tan desgraciada con aquel pedazo de carne bien torneado que a lo largo de los años se fué consumiendo y marchitando como una flor. ¡Pobre Amor!
El barriguilla era un hombre alegre y locuaz, pero no era de fiar. Se dice que Angelito "el cuco", mi amigo, era el fruto de un ultraje que perpetró a Consuelo una noche de borrachera. Debia ser cierto porque era su mismo retrato. La pobre Consuelo era tan pobre de espiritu, tan callada, tan sometida que nunca denunció aquella viloación y como su madre habia perdido la cabeza, hacia ya muchisimos años, era como si estuviese sola. Los amigotes del Barriguilla, aún a veces, de forma festiva, lo acusaban del ultraje y el reia abiertamente aunque nunca lo confirmó. Supongo que acabaria los días en la cama de algún hospital porque un día no abrió la puerta de la barberia y ya no la volvió a abrir jamás.
Algo parecido debió ocurrirle al duendecillo. Por muchos años permaneció cerrada aquella puerta hasta que un día aparecio reventada y el cuarto devalijado. Que pena me dió recordar, el pulcro orden con que lo mantenia el viejo, cuando lo ví devalijado y mancillado.
El vigilante era un misantropo triste y amargado. Supongo que sus recuerdos fueron en algún tiempo tan dulces y tan bellos que cuando perdio todas las esperanzas de volver a vivir aquellas evocaciones, no quedó en su corazón mas cabida que la que permitiera alojar en él, su permanente amargura.
La Madrecita, habia sido la esposa de un buen abogado muerto en la guerra. Habia pasado de un envidiable bienestar, en un matrimonio feliz con una hija encantadora, a la mayor miseria. No habia podido salvar ningún bien de su patrimonio al tener que desplazarse precipitadamente de su entorno y la familia del marido la habia engañado y repudiado. Sola, con la carga de su hija aún pequeña, sin ningún oficio y sin la predisposición que surge de las personas que han sufrido, cosa que para ella hasta entonces habia sido una incognita, fué perdiendo la razón mientras su instinto la llevaba a hacer lo unico que estaba a su alcance, recoger papeles, cartones y trapos que despues vendia para poder llevar a su boca y a la de su hija un pedazo de pan. Consuelo inmediatamente que pudo ayudó a su madre limpiando en las casas casi por la comida y se hizo mujer mostrando siempre, siempre, os lo juro, una sonrisa tan dulce que recordarla me sobrecoge. Era mas bien alta, delgadisima, el pelo lacio y sin brillo, la tez palida, la voz suave; su contextura debil y su cabeza, que solia inclinar hacia el suelo, parecia que de forma permanente estuviera a la espera de una sentencia que podria ser fatál. Sin embargo, siempre sonreia. Jamás regañó a Angelito, mi amigo, con soberbia sino con una dulzura que mas que regaño parecia una caricia. Un buen día no se como ni por qué, cuando fuí al huerto a buscar a mi amigo, bajo la sombra de un arbol encontré a un hombretón mas viejo que maduro con una hendidura grandisima que nacia en el centro de sus cejas y se prolongaba por su frente hasta llegar por el parietal hasta su oreja. La cicatriz estaba recubierta por una piel rugosa y encallecida pero podia perfectamente meterse un dedo hasta la primera falange a todo lo largo de ella. La primera impresión era de fealdad, pero si se le miraba atentamente tenia algo que agradaba. Llegué a tener cierta amistad con el y supe que cobraba una buena pensión por un terrible accidente de trabajo y que además habia recibido una importante indemnización por parte del Estado ya que trabajaba en Obras Públicas. Yo ya podia tener catorce años y ví complacido como aquel hombre, noble y afable, tan a falta de cariño como la mujer a la que pretendia, se unió sentimentalmente a Consuelo, que salió de su infierno y empezó a vivir levantando la cabeza. Angelito que a pesar de tan triste infancia, heredó todo lo bueno de su madre, a pesar de su falta de preparación quiso abrirse camino en la vida y lo intentó de mil formas. En mi último contacto con él, viviendo yo en Benidorm, supe que estaba de bargman, en una barra de mala muerte, sirviendo hamburguesas y perros calientes y que no le iban muy bien las cosas. Estaba casado y tenia dos hijos y como suele suceder, la relación con su esposa no era envidiable a causa de la situación económica. No tuve ni siquiera el gesto de ayudarle aunque solo hubiera sido con lo poco que pudiera y me despedí sonriente con el consabido " ¿te acuerdas de...?, mientras el me sonreia con la misma dulzura que su madre. Creo que este es uno de mis mas grandes pecados y cada vez que lo recuerdo me revelo con ira conmigo mismo por haber sido tan miserable con un amigo de mi infancia.
Gracias a su prestigio reconocido, obtuvo un cargo en el Ayuntamiento que vino a darnos una mayor estabilidad económica, lo que nos permitió trasladarnos desde la C/. Tropas Gallegas a la C/. Antonio Maura, teniendo a partir de entonces, además de una vivienda mas digna, la compañia de nuestros abuelos maternos y de mi tia Lucia, que con su esposo Tiburcio y mis primas, Maruja, Carmen y Lucia, vivian en la planta baja de la vivienda que nosotros fuimos a ocupar.
Por aquel entonces podria yo tener unos seis o siete años.
Al lado de nuestra casa habia un caserón inmenso, descuidado por sus dueños, en el que desde no se cuando, se habian ido instalando, familias e individuos a los que les habia dado la espalda la fortuna, encontrando en aquel reducto el santuario que les daba cobijo y protección en su indiscutible necesidad.
En la planta baja habia una entrada amplisima, cuyos portones, siempre abiertos, permitian con toda impunidad que cualquiera pudiera pasearse por su interior ya que allí todos estaban de prestado y nadie podia erigirse en dueño, reservandose el unico derecho de hacer respetar el recinto que ocupaban como vivienda. Pero aún quedaban huecos y habitaciones con las puertas abiertas, o sin ellas, para cualquier desgraciado que no tuviese otro sitio donde ir.
El porche lo ocupaba un matrimonio. Paco y Caridad, que vivian con la madre de esta y sus hijos, Pepe " el cojo" y Paco, de siete y cinco años respectivamente. Pepe habia nacido con una malformación en un pié y cojeaba, de ahí el mote, que como sabeis, en los pueblos y más, antiguamente, era algo casi inevitable.
Una parte del primer piso lo ocupaba un matrimonio, muy pulcro y formal, cuyos nombres no recuerdo, con su hija unica de unos catorce años que se llamaba Amor. El resto de la primera planta estaba inhabitable. En la planta baja, siguiendo un orden a partir de la entrada, la ocupaban: El tio Angel, apodado "El barriguilla" que en la habitación que daba a la calle habia instalado una rudimentaria barberia, con una muy mermada clientela, por lo que la mayor parte del día lo pasaba sentado comodamente en su sillón de barbero, leyendo novelas del Oeste del por entonces famosisimo escritor español Marcial Lafuente "Estefánia"; lindando con él, habia un cuarto sombrio cuyo huesped era un personaje de fábula, dificilisimo de ver; un viejo que tenia la cara de un duendecillo en un cuerpo largo, delgado y lúgubre, o por lo menos a mí en aquella edad así me lo parecia, que para abrir o cerrar la puerta empleaba mucho tiempo, tal era la cantidad de cerrojos y candados que la protegian. Esa era la unica ocasión que nos brindaba para poder observalo. Despues se recluia en su ordenadisimo antro y cerraba los cerrojos por dentro pasando allí infinidad de horas, sin mas muestra de su permanencia que la de ver que no estaban puestos los candados de afuera. Terminada la entrada habia una escalera que subia a la primera planta y al porche y un amplio pasillo, que a su izquierda no tenia ninguna dependencia siendo a la derecha donde se ubicaban algunas habitaciones desocupadas, sin ventilación, oscuras y malolientes. Una de estas habitaciones algo mas alegre y ventilada por su proximidad al huerto estaba ocupada por El Antonio el Vigilante, que hacia la ronda nocturna por las calles de aquel contorno, y ya en el huerto, en una casita de cuento entre los árboles, vivia la Madrecita, con su hija Consuelo y su nieto Angelito "El Cuco" de mi edad, del que guardo un especial recuerdo.
Sobre los pormenores de la vida de estos personajes siempre existiran incognitas que solo ellos y Dios sabe, pero tambien hay cosas de dominio público que aunque puedan ser tristes, tambien son aleccionadoras y es por ello por lo que las quiero relatar.
Empecemos por los habitantes del Porche: Paco, el esposo de Caridad era un mañoso albañil al que no le faltaba trabajo, por su laboriosidad, buen hacer y comedidos honorarios. Era querido y solicitado en el barrio, por eso corrió la voz inmediatamente que se supo el accidente que causó su muerte.
La fosa septica de la posada que habia dos manzanas mas allá de su casa estaba a rebosar. Le encargaron que la vaciase y el eligió un domingo para llevarlo a cabo. Hizo palanca en la losa, metió dos ganchos atados a unas cuerdas y solicitó ayuda para que dos hombres tirasen de las cuerdas mientras el suguia apalancando en posición de cuclillas. Inmediatamente después de que la losa fué levantada, los gases acumulados, lo hicieron desvanecerse cayendo de cabeza sobre aquel putrefacto fango que lo engulló en pocos segundos. Fueron vanos los intentos de sacarlo con vida. Su familia que, aunque humildemente, sobrevivia con cierto decoro gracias al trabajo del padre quedó completamente desvalida, sin embargo, Caridad supo sacar adelante a su madre y a sus hijos lavando ropa y limpiando casas y escaleras. Era una viuda aún joven y atractiva que provocó la lascivia de los hombres, que la asediaban, pero se mantuvo firme en sus principios hasta que mirando mas por sus hijos que por si misma unió su vida a la de un maduro ya entrado en años pero bien situado, que hizo posible que sus hijos llegaran a tener un buen porvenir.
Los del primero llevaron una vida impecable a lo largo de los años y aún adolescente, Amor, la hija única a la que tanto querian, quedó embarazada de un chulo, sinverguenza poseido de su atractivo. ¡Que tipo mas bien formado! ¡Que guapisimo! según decian las mujeres. El padre de la niña intervino y hubo boda, pero la pobre chica fué tan desgraciada con aquel pedazo de carne bien torneado que a lo largo de los años se fué consumiendo y marchitando como una flor. ¡Pobre Amor!
El barriguilla era un hombre alegre y locuaz, pero no era de fiar. Se dice que Angelito "el cuco", mi amigo, era el fruto de un ultraje que perpetró a Consuelo una noche de borrachera. Debia ser cierto porque era su mismo retrato. La pobre Consuelo era tan pobre de espiritu, tan callada, tan sometida que nunca denunció aquella viloación y como su madre habia perdido la cabeza, hacia ya muchisimos años, era como si estuviese sola. Los amigotes del Barriguilla, aún a veces, de forma festiva, lo acusaban del ultraje y el reia abiertamente aunque nunca lo confirmó. Supongo que acabaria los días en la cama de algún hospital porque un día no abrió la puerta de la barberia y ya no la volvió a abrir jamás.
Algo parecido debió ocurrirle al duendecillo. Por muchos años permaneció cerrada aquella puerta hasta que un día aparecio reventada y el cuarto devalijado. Que pena me dió recordar, el pulcro orden con que lo mantenia el viejo, cuando lo ví devalijado y mancillado.
El vigilante era un misantropo triste y amargado. Supongo que sus recuerdos fueron en algún tiempo tan dulces y tan bellos que cuando perdio todas las esperanzas de volver a vivir aquellas evocaciones, no quedó en su corazón mas cabida que la que permitiera alojar en él, su permanente amargura.
La Madrecita, habia sido la esposa de un buen abogado muerto en la guerra. Habia pasado de un envidiable bienestar, en un matrimonio feliz con una hija encantadora, a la mayor miseria. No habia podido salvar ningún bien de su patrimonio al tener que desplazarse precipitadamente de su entorno y la familia del marido la habia engañado y repudiado. Sola, con la carga de su hija aún pequeña, sin ningún oficio y sin la predisposición que surge de las personas que han sufrido, cosa que para ella hasta entonces habia sido una incognita, fué perdiendo la razón mientras su instinto la llevaba a hacer lo unico que estaba a su alcance, recoger papeles, cartones y trapos que despues vendia para poder llevar a su boca y a la de su hija un pedazo de pan. Consuelo inmediatamente que pudo ayudó a su madre limpiando en las casas casi por la comida y se hizo mujer mostrando siempre, siempre, os lo juro, una sonrisa tan dulce que recordarla me sobrecoge. Era mas bien alta, delgadisima, el pelo lacio y sin brillo, la tez palida, la voz suave; su contextura debil y su cabeza, que solia inclinar hacia el suelo, parecia que de forma permanente estuviera a la espera de una sentencia que podria ser fatál. Sin embargo, siempre sonreia. Jamás regañó a Angelito, mi amigo, con soberbia sino con una dulzura que mas que regaño parecia una caricia. Un buen día no se como ni por qué, cuando fuí al huerto a buscar a mi amigo, bajo la sombra de un arbol encontré a un hombretón mas viejo que maduro con una hendidura grandisima que nacia en el centro de sus cejas y se prolongaba por su frente hasta llegar por el parietal hasta su oreja. La cicatriz estaba recubierta por una piel rugosa y encallecida pero podia perfectamente meterse un dedo hasta la primera falange a todo lo largo de ella. La primera impresión era de fealdad, pero si se le miraba atentamente tenia algo que agradaba. Llegué a tener cierta amistad con el y supe que cobraba una buena pensión por un terrible accidente de trabajo y que además habia recibido una importante indemnización por parte del Estado ya que trabajaba en Obras Públicas. Yo ya podia tener catorce años y ví complacido como aquel hombre, noble y afable, tan a falta de cariño como la mujer a la que pretendia, se unió sentimentalmente a Consuelo, que salió de su infierno y empezó a vivir levantando la cabeza. Angelito que a pesar de tan triste infancia, heredó todo lo bueno de su madre, a pesar de su falta de preparación quiso abrirse camino en la vida y lo intentó de mil formas. En mi último contacto con él, viviendo yo en Benidorm, supe que estaba de bargman, en una barra de mala muerte, sirviendo hamburguesas y perros calientes y que no le iban muy bien las cosas. Estaba casado y tenia dos hijos y como suele suceder, la relación con su esposa no era envidiable a causa de la situación económica. No tuve ni siquiera el gesto de ayudarle aunque solo hubiera sido con lo poco que pudiera y me despedí sonriente con el consabido " ¿te acuerdas de...?, mientras el me sonreia con la misma dulzura que su madre. Creo que este es uno de mis mas grandes pecados y cada vez que lo recuerdo me revelo con ira conmigo mismo por haber sido tan miserable con un amigo de mi infancia.
4 comentarios:
Tienes una memoria prodigiosa, y muy visual. Leer tus recuerdos invita a allanarlos, a entrar en ellos sin pedir permiso y revivirlos contigo.
Es gracioso pensar en nuestra crisis actual leyendo acerca de la supervivencia en otras épocas. Tantas personas compartiendo un presente descorazonador y un futuro tan incierto, y sin psicólogos!
Nadie debería envidiar haber vivido una época como aquella, pero hay algo que yo siempre envidiaré, que os hizo fuertes. Igual soy tonta, y debería darme con un canto en los dientes porque la vida me ha sonreído lo sufuciente como para ser dulcemente débil.
Angelito. Esas cosas pasan. Todos tenemos cuentas pendientes que saldar, cuentas pendientes con nosotros mismos, porque a lo que más afectó fue precisamente a la opinión sobre tí mismo. A Angelito tal vez no le hubieses solucionado gran cosa, pero tu conciencia habría dormido mejor durante años.
Sin embargo, yo creo que esos pecados imperdonables que todos llevamos a cuestas, aunque no todos los confesemos como haces tú, son una utilisima herramienta en nuestras vidas, una luz roja que permanece parpadeando sin cesar, para que no lo volvamos a hacer, para que seamos conscientes de que podemos fallar, fallarle a otros y a nosotros mismos, y no volver a repetirlo. De otro modo, tal vez iríamos por la vida con un exceso de cofianza en nuestras propias bondades.
Yo creo que se aprende de los errores, que hacer siempre lo justo no contiene ninguna enseñanza, que tenemos que saber cuál es nuestro peor perfil para saber cuál es el mejor y potenciarlo.
Me aportas mucho, Juan, a través de tus recuerdos puedo apropiarme indebidamente de enseñanzas por las que tú pagasta un precio y que para mí son gratuitas.
Gracias por regalarnos este inmenso tesoro que es tu vida.
Un abrazo muy fuerte.
Me parece haber visto una película al leer esta entrada. Io tiene razón, ha sido muy visual, como una antigua película en blanco y negro que retratara las míseras vidas de un grupo de personas que lucha por sobrevivir.
Me acuerdo que una vez, hablando de Bill Gates y de Paul McCartney, fantaseábamos imaginando qué haráimos si fuéramos millonarios. Y los dos coincidimos en que sería una satisfacción sin igual dedicar esas rentas diarias que producen las grandes fortunas en buscar a familias pobres, necesitadas, desesperadas y solventarles la vida, o como poco sacarlas del pozo.
Cuántas historias terribles de lucha y amargura debió haber (y seguirá habiendo)en el mundo.
Hoy nos has despertado las conciencias
Todo un documento literario e histórico digno de un buen escritor. Literario porque no lees un documento cualquiera sino buena literatura que hace recrear a cada persona, cada rincón y cada sentimiento. Histórico porque la historia no son sólo los grandes eventos sino que la hacemos todos ,pues si una sóla persona de aquellas no hubiera existido posiblemente muchas cosas ahora serían diferentes. No hay nada más digno que contar la historia, aunque sea la de uno mismo, pues nuestras vidas se entrelazan con infinidad de otras vidas. De la misma forma, no hay nada más rastrero que intentar borrar la historia: como hicieron los Talibanes para borrar el pasado budista de Afganistan o como se hace en la misma España derribando figuras del pasado. FRAN.
Tomás dijo:
Este articulo tiene una calidad literaria absoluta, me ha encantado leerlo, como hablar de personas normales y de su rutina diaria me ha dejado enganchado al texto. Si hilbanases una historia con ellos con ese don para contarlo no tendría nada que envidiar a algun clasico de la novela española. Me ha encantado.
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