Si contempláramos el funcionamiento de una nación como si de una gigantesca y sofisticada máquina se tratase, y quisiéramos dar un diagnóstico válido ante un supuesto mal funcionamiento, utilizando la terminología aplicable a este tipo de supuesto, tendríamos que buscar un buen mecánico.
Cuando la avería correspondiese a una especialidad que no dominase el citado mecánico, habría que recurrir al asesoramiento de un técnico especializado en la función averiada, y a partir de la localización del desperfecto, procederíamos a la reparación del mismo, IDENTIFICANDO PREVIAMENTE LOS MOTIVOS QUE HABÍAN OCASIONADO LA AVERÍA.
SI NOS LIMITAMOS A SUSTITUIR LA PIEZA AVERIADA SIN RESOLVER LOS MOTIVOS POR LOS QUE ESA PIEZA SE AVERIÓ, GENERALMENTE, EL ÚNICO RESULTADO DE LA REPARACIÓN SERÁ, SIN REMISIÓN, QUE VUELVA A AVERIARSE LA MISMA PIEZA POR EL MISMO MOTIVO.
Una lámpara que se haya fundido por el intermitente cortocircuito que se produce al rozarse dos cables mal protegidos, por muchas veces que se cambie, volverá a fundirse por el mismo motivo, tantas veces como esos cables vuelvan a rozarse, por lo que sería absurdo aplicar esa solución, si previamente no se han sustituido también los cables deteriorados.
Si continuamos este análisis político, comparándolo con la mecánica, observaremos que si el mal funcionamiento de la máquina se debe a que un determinado engranaje de enlace tiene un diente roto, inmediatamente habrá que cambiar esa pieza ya que de lo contrario ese mal funcionamiento degeneraría en el rompimiento de los engranajes adyacentes en el momento en que se produjera una trabazón, con el consiguiente colapso generalizado.
No es muy gratificante descubrir que nuestra participación en el funcionamiento de esa ingente máquina, traducida a la nomenclatura de los elementos de este tipo de estructuras, se pueda traducir a lo que pudiera ser un soporte, un muelle, un tornillo, o una vulgar arandela, pero si tenemos en cuenta que estos humildes elementos son los que en su conjunto forman parte de una pieza y ésta a su vez es indispensable para la buena marcha de la máquina en su conjunto, es obvio que nunca habrá un solo elemento que se pueda desmerecer a la hora de valorar los resultados por ella obtenidos.
Siendo evidente que el instinto de agrupación del hombre, es la respuesta, más o menos soterrada, a su constante instinto de superación, que va un paso por delante al de su propia evolución, cuyo fin último, aunque sea de forma inconsciente, es llegar a la perfección, no nos queda mas remedio que reconocer, como ya dije al hablar de la cédula..., que al agruparse, persigue una mejora que justifique las renuncias y obligaciones que a nivel individual tenga que afrontar en bien de la comunidad de que forma parte, con la pretensión, también posiblemente inconsciente, de que ese conjunto llegue a alcanzar la perfección que para sí, de forma particular anhela.
La diferencia que existe entre los hombres y los distintos elementos o piezas de una máquina, radica en que el hombre puede actuar por sí mismo, valiéndose además de la máquina para cubrir sus propias limitaciones, mientras que las máquinas, por muy sofisticadas que sean, siempre dependerán del hombre, que es el que establecerá los cánones que la máquina indefectiblemente tendrá que cumplir, aunque en muchísimos casos sus prestaciones puedan superar a las que el hombre pudiera conseguir por sí solo.
Esta superioridad del hombre respecto a la máquina es la que da al traste, hasta el momento, con esa hipotética máquina humana que podría funcionar en un mundo verdaderamente civilizado, en el que no cupiera ningún tipo de corrupción; en el que las ideas se valorasen por su bondad y no por quien las pudiera proponer; en el que el día a día fuese la escuela que nos enseñase los caminos que teníamos que seguir y cada cual se esmerase en corregir sus posibles defectos, ayudados precisamente por esas máquinas que jamás nos engañan y por último, en un mundo en el que, de los integrantes del conjunto, nadie se quisiera destacar de los demás por fuera de las competencias que el conjunto le hubiese atribuido, sin que en ellas hubiese ambigüedades que pudieran crear la más mínima polémica.
De este modo, la maquinaria política funcionaria como nuestro propio cuerpo, que la mayor parte de sus problemas los resuelve por sí mismo, comunicando de inmediato cualquier anomalía o deficiencia a los adecuados órganos, para que ellos, remedien de una forma u otra, sus carencias o sus excedentes según convenga.
Salvo por incapacidad, todos sabemos cuando estamos cumpliendo con nuestra obligación, y si todos y cada uno de los elementos que formásemos parte de esa máquina funcionáramos de acuerdo con las perspectivas que de nosotros se espera, la máquina en conjunto tendría que funcionar a la perfección.
La inexistencia de ese mundo propuesto que de algún modo debiéramos conseguir y la inobservancia de esas normas, que no sé por qué en nuestro mundo no se imponen, da lugar a la necesidad, teóricamente imprescindible, de la presencia de instituciones, agrupaciones, consejos y colectividades que supervisen la buena marcha de otras instituciones, agrupaciones, consejos y colectividades, lo cual encarece, y en muchos casos arruina, nuestras reservas, como hemos podido comprobar en más de una ocasión.
¿De qué nos sirven pues, ciertas instituciones que lejos de cumplir las tristes exigencias que les encomendaron, no solo las desatienden sino que incurren en los mismos vicios que tenian que perseguir, poniendo además tantas trabas como les es posible, para que el que se atreva a hacer lo que debieran hacer ellos, fracase en aras a quién sabe qué intereses?
Limpiemos de una vez ya esa parva y dejemos actuar exclusivamente a quienes consideremos dignos de nuestra confianza. PERO NO UNA CONFIANZA HEREDADA DE NUESTROS ANCESTROS O BASADA EN UN ESNOBISMO TRASNOCHADO, SINO FRUTO DE LO QUE LA HISTORIA NOS ACONSEJA A TRAVÉS DE LOS EJEMPLOS QUE NOS PERMITEN CONTEMPLAR UN BUEN HACER DEMOSTRADO Y UNA HONESTIDAD CONTUNDENTE.
Recuerdo algunos artículos que de forma festivamente exagerada, hacían alusión a algunos de los motivos que impiden el buen ritmo de la economía de un país y de ellos hay uno que hablaba sobre el último censo de la población, del que una vez descontados los niños, los incapacitados, los jubilados, los enfermos, los políticos, los guardias municipales, los policías, los jueces, los fiscales, el ejercito, la marina, las órdenes eclesiásticas, los empleados del gobierno, los estudiantes, los presos, los deportistas, los alcaldes, los concejales, los sindicalistas, los vagos, los borrachos, los drogadictas, los delincuentes y un sin fían de actividades que ni por asomo contribuyen al incremento de la producción, QUE ES LA QUE NOS MANTIENE A TODOS, quedaban cuatro gatos para producir riqueza, dependiendo solo de ellos el PRODUCTO INTERIOR BRUTO QUE NOS AVALA ANTE LA COMUNIDAD INTERNACIONAL.
No he querido exagerar tanto como lo hacia el autor de este articulo que llegaba a la conclusión de que solo era él el que trabajaba, pero si es cierto que si sumamos la cifras a las que asciende el número de cada una de estas "ACTIVIDADES NO PRODUCTIVAS", EL TOTAL ES ESCALOFRIANTE
NO CREO QUE, SALVO LOS QUE QUIERAN ENRIQUECERSE RÁPIDAMENTE, HAYA MUCHOS QUE HOY SE AVENTUREN HONRADAMENTE POR EL CAMINO DE LA POLÍTICA.
BENDITOS ESOS POCOS, PORQUE EN SUS MANOS ESTÁ NUESTRO FUTURO SI ES QUE ESA MINORÍA ALGUNA VEZ PUDIESE GOBERNAR EN UNA DEMOCRACIA DE LA QUE SOLO QUEDA EL NOMBRE, PERO TANTO A ELLOS, PARA UN BUEN HACER, COMO A LOS OTROS, PARA QUE HAYA MENOS CON LOS QUE TENGAN QUE REPARTIR, EN BIEN DE TODOS ACONSEJO QUE HAGAN DESAPARECER DEL MUNDO POLÍTICO TODO AQUELLO QUE ES INNECESARIO.
PERO COMO ES DE SUPONER, NO CREO QUE MI PROPUESTA VAYA A PROSPERAR DEL LADO DE LOS QUE EN SEGUNDO LUGAR HE ALUDIDO, YA QUE SERÍA DEMENCIAL PARA SUS INTERESES EL QUE PRESCINDIERAN PRECISAMENTE DE AQUELLOS QUE, EN COMANDITAS, LES SUELEN SERVIR DE ESCUDO Y TAPADERA.
No hay comentarios:
Publicar un comentario