jueves, 26 de septiembre de 2013

DEMASIADAS LEYES PARA TAN POCOS MANDAMIENTOS

En cierta ocasión estaba reposando después de la comida y oí el estrepitoso gruñido de unos frenos y un golpe seco, acompañado de unos gritos desgarradores, me levanté como impulsado por un resorte, corrí hacia la puerta de mi chalet, cuya verja lindaba con la avenida, que desde la carretera general daba acceso a Petrel y llegué a ser testigo casi presencial de un accidente que jamás podre olvidar:

A unos metros de la salida de mi propiedad, un joven, no mayor de treinta años, se convulsionaba en el suelo al haber chocado casi de frente con un coche. Había invadido el carril contrario al sobrepasar a una pareja que incumpliendo las normas que rigen el deambular por las carreteras, hacia footing ocupando el lado derecho de la calzada, precisamente en la pequeña curva que había impedido al motorista ver el coche, que por desgracia, circulaba a demasiada velocidad en sentido contrario. Unos metros por delante de los que hacían footing, otra pareja, paseaba apacublemente por la izquierda de la calzada tal como corresponde según la norma. El conductor del coche, al ver que se le echaba encima el motorista, tratando de evitarlo pero sin conseguirlo, giró el volante hacia su derecha cogiendo casi de lleno a la pareja que paseaba, tras golpear mortalmente al motorista. Los supuestos culpables del accidente trataron de auxiliar al joven que se debatía entre la vida y la muerte, aplicándole la respiración boca a boca, mientras que la pareja de paseantes ensangrentados gritaban de dolor y desesperación atendidos por los ocupantes del coche que totalmente ilesos acudieron a atenderlos lo mejor que pudieron. 
Con la imagen de la escena descrita, impresa en mi pensamiento, corrí a mi casa para avisar a la policia de los hechos y conseguir que acudiese una ambulancia, tras lo cual volví al lugar del accidente para contribuir en lo que estuviera a mi alcance. El joven de la moto, lamentablemente ya estaba muerto, tendido en el suelo aparentemente sin ningún rasguño, las otras victimas con heridas no mortales esperaban impacientes la llegada de un auxilio más efectivo, que no tardó en llegar.

Si pensamos tan solo un momento en la serie de circunstancias que tuvieron que producirse para que todas estas personas coincidieran en ese mismo lugar en ese preciso instante para que se produjese el accidente de la forma descrita, y pensamos que con tan solo unos segundos, más o menos, nada de lo ocurrido hubiera pasado, solo podemos llegar a la conclusión de que la suerte es un factor tan importante en nuestras vidas que en verdad de ella dependen casi la totalidad de todos los hechos que nos puedan acaecer, sin que esté en nuestra mano el cambiar ni en un ápice los caminos de nuestro destino, que indiscutiblemente siempre estarán marcados por las circunstancias que en cada momento, por fuera de nosotros mismos, nos puedan influir.




En alguna ocasión, he expuesto con cierta timidez, la analogía que podemos encontrar entre algunos aspectos de la vida con determinadas etapas de algunos juegos. Estas semejanzas no son casuales, si tenemos en cuenta que la vida es una competición. La única diferencia reside en que mientras que en cualquier competición se aceptan y se cumplen los reglamentos, en la vida, directa o indirectamente se menosprecian, se postergan, se tergiversan o se interpretan según los criterios, consideraciones, intereses e incluso complicidades de los que los tienen que juzgar,  que por lo general coartan, camuflan, interfieren, restringen e incluso cohíben a quienes de otro modo pudieran haber hecho valer su razón y que prefieren desasirse de ella para evitar males mayores.

El éxito y la eficacia de los reglamentos por los que se rigen determinados juegos, surge de su sencillez y de la inexistencia de posibles ambigüedades en la interpretación de las normas que los rigen, pero cuando para su aplicación se requiere el criterio de un árbitro, las cosas ya cambian.

Cuando en una decisión arbitral entra en juego su personal apreciación, ese reglamento, por fuerza, puede vulnerarse,  y este es un hecho que ustedes lo habrán podido comprobar en cientos de ocasiones.

Estamos cansados, hasta la saciedad, de ser testigos de la impunidad con que algunos árbitros de fútbol, deciden inhibirse ante situaciones en las que su actuación era precisa, sorprendiéndonos después que por motivos menos evidentes, sancionen al equipo contrario.
Es público y notorio el que de buena o mala fe, ciertos árbitros den por buenas infinidad de jugadas punibles y sancionen las que ni por asomo se acercaban a la infracción

Aún así, la decisión del juez, será inapelable, a pesar de que cien mil ojos sean testigos de su """ERROR""", QUE ECHARÁ POR TIERRA LAS ILUSIONES DE MILLONES DE AFICIONADOS.

No trato de hacer una crítica; solo quiero demostrar lo que dije en un principio en cuanto a que los reglamentos del juego se cumplen y aunque el que los ha interpretado """EQUIVOCADAMENTE""" SE GANE LA ANTIPATÍA Y EL ODIO GENERALIZADO, EL RESULTADO QUEDARÁ INCÓLUME EN LOS ANALES DE LA HISTORIA DE ESE DEPORTE, SIN QUE NADA VENGA A PREMIAR NUESTRO SOMETIMIENTO

¿Qué nos dan a entender este tipo de cosas?...

Salvando el criterio particular de cada cual, mi opinión se orienta a confirmar que cuando la opinión del árbitro puede estar por encima de los propios reglamentos, en virtud de ambigüedades que permitan la aplicación de diferentes criterios es que estos reglamentos no son los adecuados y que de inmediato hay que proceder a su modificación. 

Muy diferente es el que la suerte pueda influir en cualquier competición, y ante ella todos debemos supeditarnos. 

A la suerte no la guía ningún criterio y nunca puede favorecer a una determinada opinión ya que si así fuera no podríamos estar hablando de suerte. El buen hacer, la entrega, la disciplina, el tesón son fundamentales a la hora de obtener buenos resultados. Nadie que esté en su sano juicio puede pensar que la suerte es el camino del éxito, pero hay que estar completamente loco para manifestar que la suerte no es un factor deseable, o lo que es peor, pensar que no existe. 

De una u otra forma, como es un factor que a cualquiera en cualquier momento puede favorecer o desfavorecer según sea buena o mala, la debemos aceptar como un bien o un mal al que todos estamos sujetos, siempre que en ella no haya intervenido la mano del hombre, que es el que al fin y al cabo entorpece y desvirtúa la verdadera realidad.

La suerte, bien sea buena o mala, es un factor que nos recuerda que por encima de todos los atributos de los que podamos disponer, de todas las atribuciones que podamos ostentar, de todo el empeño que podamos derrochar, nunca podemos estar seguros de nuestro éxito, de igual modo que nunca debemos pensar que estamos totalmente derrotados a pesar de que ya no tengamos ninguna puerta a la que llamar, un hombro sobre el que llorar y ni siquiera seamos dueños del polvo que pisamos.

Siempre, en cualquier situación, debemos ser conscientes de que la suerte o el infortunio están ahí, esperando dar un rayo de luz a quien a pesar de todo persevera o para castigar soberbias encubiertas, afanes desmedidos u ocultos intereses que se alejen de la verdadera esencia de esta sana competencia que es la vida, que tiene sus propias reglas al margen de las que hayan querido imponer los hombres.

ES SIEMPRE PREFERIBLE SOMETERSE A CUALQUIER REGLA POR MUY ABSURDA QUE NOS NOS PAREZCA, SI ESTA SE APLICA POR IGUAL A CUALQUIER CONTENDIENTE, QUE ACEPTAR AQUELLAS QUE PRECISAN DE UNA INTERPRETACIÓN A LA HORA DE APLICARLAS, PERMITIENDO QUE UNOS JUECES O UNOS ÁRBITROS, POR SU PERSONAL CRITERIO Y SEGÚN LES CONVENGA, PUEDAN PERMITIRSE NO SOLO INTERPRETARLAS SINO TAMBIÉN TERGIVERSARLAS Y TRANSGREDIRLAS CON LA MAYOR IMPUNIDAD Y SIN POSIBILIDAD DE ENMIENDA.

Cuando se produce una mano en el área es penálty, pero si el arbitro considera que ha sido involuntaria no se sanciona como tal. Ateniéndonos a ello ¿cuándo ha habido voluntad y cuándo no? HE AHÍ UN DILEMA Y ADEMÁS UNA FACULTAD DE LA QUE DISPONE EL ÁRBITRO A LA HORA DE BENEFICIAR O PERJUDICAR A UN EQUIPO. 
Si la norma fuese implacable, una mano fortuita sería tan lamentable como cuando el defensor, en un error, marca en su propia portería. En este caso sí que hay evidencia absoluta de involuntariedad, no cabe la posibilidad de que pueda ser una marrullería y SIN EMBARGO EL GOL PASA AL MARCADOR DE FORMA INAPELABLE.

Si la norma es igual para todos, es indiscutible que nadie se puede dar por aludido en el momento en que la norma se aplique y en todo caso solo lo podremos calificar de mala suerte, como también lo es el que de forma consecutiva se estrelle el balón el los postes o el larguero de la puerta contraria y nadie por ello considera que se le ha robado el partido.

La suerte es un factor que entra en juego en la vida misma Y A TODOS NOS PUEDE AFECTAR. PERO EL CRITERIO DE LOS ÁRBITROS Y DE LOS JUECES NUNCA SABEMOS A QUE LADO PUEDE INCLINARSE, AUNQUE EN INFINIDAD DE OCASIONES SEA EVIDENTE.

No hay comentarios: