Cuando empecé a descubrir los ambientes sórdidos que para mi siempre habían sido unos desconocidos, meditaba sobre cómo podría reaccionar si mi esposa me pudiera engañar del mismo modo que yo había empezado a hacerlo, y, si así hubiera sido, aunque solo fuera una sola vez, sentía tal grado de angustia que, no solo espiritual sino físicamente, me sentía tan mal que incluso me daban ganas de vomitar. Solo el imaginar el verla en brazos de otro hombre me causaba tal dolor y desasosiego que creo sinceramente que no lo hubiera podido soportar.
En descargo a mi tan reprochable proceder, asumí que la mayoría de los hombres, a lo largo de sus vidas, procedían o habían procedido de igual modo que yo, razonamiento este que aún considero valido, a pesar de las muy pocas excepciones que vienen a confirmar la regla.
No es que viera en ese proceder ancestral un salvoconducto que viniera a justificarme, pero al menos me servia para descargar en cierto modo mi conciencia al verme inmerso en una inercia que podía surgir de nuestra propia esencia.
Realmente, creo que todos y todas tenemos asumido el que, aunque sea reprochable el que un hombre eche o haya echado alguna canita al aire, nunca lo debemos juzgar con la dureza que aplicamos cuando en ese desacertado proceder es la mujer la que incurre, y en realidad, a todos los efectos, lo que en el hombre no pasa de ser una falta que incluso se puede llegar a aplaudir, cuando sin mediar dinero, el standing y extraordinaria belleza de su conquista está a un gran nivel, en la mujer, para la mayoría, sea quien sea su Don Juan, es imperdonable.
Considerando que la mujer, por tradición, es consciente, según la estadística, de que tales sucesos tarde o temprano pueden llegar, debieran estar predispuestas a aceptarlo o como poco a soportarlo con más o menos estoicismo, siendo eso lo que esperamos los maridos cuando somos descubiertos por la que, aunque se sienta engañada, en la mayor parte de los casos, siempre es la dueña de nuestro corazón.
Antiguamente, la mujer era mas tolerante, pero en estos tiempos que corren, es muy difícil presumir cuál puede ser la reacción que pueda adoptar una mujer que sufre un engaño, y mucho menos intuir hasta qué punto puede llegar su tolerancia, considerando justificada cual sea su postura, si llega a sufrir del mismo modo que yo sufría en las elucubraciones que dieron pie a la presente entrada, en la que como decía, además del inmenso dolor, no podía evitar las ganas de vomitar.
No obstante a todo lo dicho, hay cosas que no llego a comprender, ni en cuanto a mi reacción ante un imaginado supuesto, ni en cuanto a ciertas actitudes de la mujer, que con desmedido rigor, a veces, echa por tierra la convivencia de toda una vida en aras de un pundonor que, ella misma, vería desacertado si fuera otra la persona que así actuase.
Esta forma de proceder la podemos contemplar en la raza humana en otros aspectos de la vida; separarse dos almas que se supone se aman, por diferencias que con buena voluntad se podrían soslayar; quitarse la vida al saber que se padece un cáncer incurable; matar a los hijos para que no los separen de ti o simplemente por causar dolor a quien los engendró contigo, o simplemente echarse en brazos de otros hombres para que el que la engañó sufra las mismas hieles que ella ha sufrido.
Qué triste es llegar a estas situaciones cuando las consecuencias pueden ser mucho más tristes que el agravio, especialmente cuando media la promesa de no volver a reincidir, teniendo en cuenta además que esas particularísimas decisiones pueden arrastrar a otras personas que forman parte del vinculo que se tiende a destruir.
De todas formas, cada cual es libre de hacer uso de sus derechos y si la libertad es un derecho irrenunciable, como hasta la saciedad nos han inculcado, no he de ser yo el que me oponga ante ciertas actitudes por muy ilógicas que me parezcan, ni tampoco me va a preocupar demasiado el que critiquen las mías.
Pero a pesar de todo, en el fondo..., unos y otros sabemos que estamos, estuvimos o, en su caso, estaremos muy equivocados si así procedemos.
1 comentario:
Alguien dijo que la naturaleza del hombre era poligámicamente voluptuosa, mientras que la de la mujer era voluptuosamente monógama...
La naturaleza y las diversas comunidades humanas en diferentes puntos geográficos o históricos siempre nos da respuestas a si eso es lo natural o no. La poligamia es habitual en muchas comunidades actuales y antiguas y predomina sin duda en el reino animal, esa es la excusa para apartarlo del mundo"racional" por considerarlo demasiado "animal"... ¿Pero puede llegar a ser consciente una mujer del terrible esfuerzo que puede suponer para algunos hombres erradicar algo tan instintivo? FRAN
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