Cuando nos llegan, es difícil hilvanar debidamente los recuerdos ya que, generalmente, aparecen como un flash, sin orden ni relación alguna de lugar, de tiempo o de espacio.
Ni siquiera aparecen con claridad; nos acordamos de algún detalle y de ahí pasamos a los hechos, cuando aplicamos el esfuerzo de memoria suficiente para ir perfilando el meollo de lo que aconteció y es entonces cuando nos podemos sentir de nuevo sus autores, o en su caso, sus testigos de primera fila.
Lo más difícil para mí, es recordar algunos nombres que se me resisten, teniendo que prescindir de ellos a veces porque me resulta imposible recordarlos, dandome la sensación cuando relato hechos bajo ese anonimato impuesto por mi parcial amnesia, que mi historia pierde toda su fuerza a pesar de que ese detalle no afecte a su contenido, y es que creo que en el fondo más que contar las historias, lo que pretendo es recordar a quienes las vivieron.
En su mayoría, son banales los recuerdos que os traslado, pero son los hechos que fueron llenando cada uno de los minutos de mi existencia y sin ellos, tendría tantos vacíos en mi alma que sería traumática la evidencia de que había desaprovechado mi vida.
Lo más difícil para mí, es recordar algunos nombres que se me resisten, teniendo que prescindir de ellos a veces porque me resulta imposible recordarlos, dandome la sensación cuando relato hechos bajo ese anonimato impuesto por mi parcial amnesia, que mi historia pierde toda su fuerza a pesar de que ese detalle no afecte a su contenido, y es que creo que en el fondo más que contar las historias, lo que pretendo es recordar a quienes las vivieron.
En su mayoría, son banales los recuerdos que os traslado, pero son los hechos que fueron llenando cada uno de los minutos de mi existencia y sin ellos, tendría tantos vacíos en mi alma que sería traumática la evidencia de que había desaprovechado mi vida.
Me libera de la tristeza a la que debía conducirme esta observación el hecho de que a veces he descubierto en ciertas pequeñeces ajenas tantos valores condensados que eso, me anima a pensar que mis nimiedades puedan esconder también cierta sublimidad aún no hallada por ser una tarea de profundo análisis que voy posponiendo año tras año, y que aunque yo nunca la haga, quizás alguno de vosotros, releyendo mis escritos pudiera algún día descubrir.
Otra cosa curiosa, que aún complica más mis razonamientos anteriores, es que en infinidad de casos, de los hechos recordados no soy más que testigo, ya que la autoría corresponde a otros, percatándome de inmediato de lo pobre que es el bagaje de mis propias realizaciones, ya que son muchos, muchísimos los espacios de mi memoria que almacenan las cosas que hicieron los demás, a pesar de que muchos de sus autores sean puros desconocidos de los que solo conservo como muestra de la grandeza que en ellos intuí, el brillo de sus miradas, la genialidad de alguna frase que les escuché, la alegría que derrochaban en su felicidad o el que fuesen amables conmigo en un momento en que necesitaba un poco de calor humano.
Otra cosa curiosa, que aún complica más mis razonamientos anteriores, es que en infinidad de casos, de los hechos recordados no soy más que testigo, ya que la autoría corresponde a otros, percatándome de inmediato de lo pobre que es el bagaje de mis propias realizaciones, ya que son muchos, muchísimos los espacios de mi memoria que almacenan las cosas que hicieron los demás, a pesar de que muchos de sus autores sean puros desconocidos de los que solo conservo como muestra de la grandeza que en ellos intuí, el brillo de sus miradas, la genialidad de alguna frase que les escuché, la alegría que derrochaban en su felicidad o el que fuesen amables conmigo en un momento en que necesitaba un poco de calor humano.
Lo cierto es que si estos recuerdos me sirvieron para hacerme llorar, reír o simplemente para llenar esos huecos de mi vida a los que anteriormente aludía, los doy por bien recibidos porque siempre los preferiré al insoportable frio del total vacío.
Y ya hechas las cavilaciones que suelo hacer casi siempre que os cuento alguna chuminada, paso a deciros que un pequeño periodo de mi adolescencia coincidió con una época de penuria económica en mi familia, tan acentuada, que la ropa que usaba era la que retiraba mi hermano ya por inservible. Si a ello añadimos el que mi hermano me lleva once años y que él no tenía tampoco mucha ropa que retirar, podréis daros una idea de cómo me sentaría la que a mí se me asignaba, por mucho que se esmerase mi madre para adecuarla a mis medidas.
Me doy ahora verdadera cuenta de lo educadísimos que eran mis amigos del Casino Eldense al recordar lo discretos que fueron cuando me vieron aparecer con aquel traje que, además de caerme como una maldición, estaba ya tan raído que cualquier roce que le hiciera contra algo que fuera mas áspero que la muselina lo deshilachaba.
El roto que había en la manga derecha de la chaqueta, a la altura del codo lo disimuló mi madre como pudo con un zurcido, que al ser de tran gandes dimensiones y al no coincidir exactamente los hilos empleados con los colores del dibujo de la tela, parecia mas bien un huevo frito color azul oscuro y sin llema que se me habia pegado en la indicada parte. Era muy visible el desperfecto si se me miraba por detrás con el brazo extendido, pero si lo flexionaba dirigiendo mi mano hacia mi pecho como si estuviera rascándome la tetilla, quedaba muy disimulado porque solo se me veía si alguien me miraba por debajo del plano de mi antebrazo.
Los que ocupaban los primeros puestos en la clase de historia de la academia empezaron a llamarme Napoleón por la costumbre de aquel extraordinario personaje a esconder su mano por debajo de la pechera y aunque pensaran que trataba de imitarlo lo cierto es que nunca lo hice, ya que él tomaba esa postura por gusto mientras que yo lo hacia por necesidad.
El pret-a-porter no existia entonces y las prendas las confeccionaban los sastres o las modistas.
Nunca podré olvidar el día que mi padre me llevó al sastre para que me tomase medidas para un traje que iba yo a estrenar. Recuerdo la tela como si la tuviese en mis manos en este momento.
La sastrería estaba en la misma Esquina del Guardia, Calle Queipo de Llano nº 1, hoy C/. Jardines, nº 1 y el sastre era un abonado de la gestoria de mi padre que juraría que se llamaba Sr. Cosias, sastre de la vieja escuela, es decir "un artista".
Y ya hechas las cavilaciones que suelo hacer casi siempre que os cuento alguna chuminada, paso a deciros que un pequeño periodo de mi adolescencia coincidió con una época de penuria económica en mi familia, tan acentuada, que la ropa que usaba era la que retiraba mi hermano ya por inservible. Si a ello añadimos el que mi hermano me lleva once años y que él no tenía tampoco mucha ropa que retirar, podréis daros una idea de cómo me sentaría la que a mí se me asignaba, por mucho que se esmerase mi madre para adecuarla a mis medidas.
Me doy ahora verdadera cuenta de lo educadísimos que eran mis amigos del Casino Eldense al recordar lo discretos que fueron cuando me vieron aparecer con aquel traje que, además de caerme como una maldición, estaba ya tan raído que cualquier roce que le hiciera contra algo que fuera mas áspero que la muselina lo deshilachaba.
El roto que había en la manga derecha de la chaqueta, a la altura del codo lo disimuló mi madre como pudo con un zurcido, que al ser de tran gandes dimensiones y al no coincidir exactamente los hilos empleados con los colores del dibujo de la tela, parecia mas bien un huevo frito color azul oscuro y sin llema que se me habia pegado en la indicada parte. Era muy visible el desperfecto si se me miraba por detrás con el brazo extendido, pero si lo flexionaba dirigiendo mi mano hacia mi pecho como si estuviera rascándome la tetilla, quedaba muy disimulado porque solo se me veía si alguien me miraba por debajo del plano de mi antebrazo.
Los que ocupaban los primeros puestos en la clase de historia de la academia empezaron a llamarme Napoleón por la costumbre de aquel extraordinario personaje a esconder su mano por debajo de la pechera y aunque pensaran que trataba de imitarlo lo cierto es que nunca lo hice, ya que él tomaba esa postura por gusto mientras que yo lo hacia por necesidad.
El pret-a-porter no existia entonces y las prendas las confeccionaban los sastres o las modistas.
Nunca podré olvidar el día que mi padre me llevó al sastre para que me tomase medidas para un traje que iba yo a estrenar. Recuerdo la tela como si la tuviese en mis manos en este momento.
La sastrería estaba en la misma Esquina del Guardia, Calle Queipo de Llano nº 1, hoy C/. Jardines, nº 1 y el sastre era un abonado de la gestoria de mi padre que juraría que se llamaba Sr. Cosias, sastre de la vieja escuela, es decir "un artista".
Después me llevó a una zapatería y me compró unos zapatos blancos y negros que combinaban perfectamente con aquel traje gris claro con un dibujito discretísimo de pie de perdiz.
Y el día que salí de estreno en las fiestas del SantÍsimo Cristo del Buen Suceso y de la Virgen de la Salud, patronos de Elda, en el mes de Septiembre del que prodría ser año 1.959, me llevó al estudio fotográfico de "Berenguer", una verdadera institución en este arte y me hizo una fotografía de estudio que sería la que seguiría la saga familiar de todos los varones de la familia Cabrera hasta entonces, que mis hijos aún conservan.
Los fondos para aquel derroche le llegaron a mi padre por una partición de herencia de las que solian encargarle los abogados, por sus conocimientos como Oficial Primero que había sido en la Notaria de mi abuelo hasta que este murió. Ingresos estos que tanto en esta ocasión como en otras, sirvieron para remozar nuestra economía siempre a expensas de nuestro único reducto, MI PADRE, que sacó a flote con honores a una familia con cinco hijos, dándonos a todos los estudios que nos sirvieron de base para poder defendernos en la vida, en una época en la que el hambre aun no era una desconocida.
Los fondos para aquel derroche le llegaron a mi padre por una partición de herencia de las que solian encargarle los abogados, por sus conocimientos como Oficial Primero que había sido en la Notaria de mi abuelo hasta que este murió. Ingresos estos que tanto en esta ocasión como en otras, sirvieron para remozar nuestra economía siempre a expensas de nuestro único reducto, MI PADRE, que sacó a flote con honores a una familia con cinco hijos, dándonos a todos los estudios que nos sirvieron de base para poder defendernos en la vida, en una época en la que el hambre aun no era una desconocida.
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