La mañana, que habia sido fresca, dio paso a la calina cuando empezó a subir el sol a lo alto. Poco antes, entre el follaje de los árboles mas frondosos, aún corria una brisilla proscrita, que desterrada de las umbrias del monte Coto, habia llegado hasta allí, seducida por la belleza del paraje, para después dejarse morir decepcionada bajo el implacable sol de Agosto.
No era solo la brisa la que se dejaba engañar cada mañana, tambien yo acudia con la bonanza del amanecer para después, con masoquismo inaudito, sumirme en el sopor inclemente de la falaz canícula..
Nunca habia sido el clima motivo que influyera demasiado en mis decisiones. Ni el calor ni el frio me hicieron desistir jamás de ningún encuentro con mi terruño cuando la querencia me lo solicitaba; tampoco hubo de haber un motivo para mis salidas porque nada especial buscaba en ellas, solo la dicha de sentirme libre por aquellos campos, por mi hollados hasta en sus mas escondidos rincones, pero en los que siempre habia algo nuevo que descubrir.
No era solo la brisa la que se dejaba engañar cada mañana, tambien yo acudia con la bonanza del amanecer para después, con masoquismo inaudito, sumirme en el sopor inclemente de la falaz canícula..
Nunca habia sido el clima motivo que influyera demasiado en mis decisiones. Ni el calor ni el frio me hicieron desistir jamás de ningún encuentro con mi terruño cuando la querencia me lo solicitaba; tampoco hubo de haber un motivo para mis salidas porque nada especial buscaba en ellas, solo la dicha de sentirme libre por aquellos campos, por mi hollados hasta en sus mas escondidos rincones, pero en los que siempre habia algo nuevo que descubrir.
Aquel día, desde lo alto de una albarrada pude ver como en el bancal de abajo, una cogujada hacia cortos recorridos de una vid a otra con evidentes muestras de estar herida. Cojeaba ostensiblemente hasta caer de lado aleteando con un solo remo mientras giraba sobre si misma, para luego, incorporarse y volver a correr cojeando unos metros mas. Ya me disponía a bajar para ver si estaba en mi mano curarle las supuestas heridas cuando a menos de un metro de ella ví como zigzagueaba una culebra grisácea, con tonos blanquecinos como el albar por el que se arrastraba su casi metro y medio de envergadura.
El espectáculo era impresionante además de curioso y probablemente no iba a volver a repetirse ante mis ojos nunca mas; además me excitaba el morbo de intuir que el menor error de la cogujada podía significar su muerte, engullida por aquel reptil espeluznante. Quedé prácticamente petrificado, sobretodo en los momentos en que, "no sabia por qué razón", el ave, intuyendo la falta de interés de la culebra, fracasada en sus fallidos intentos de atraparla, se acercaba mas y mas a la serpiente de forma temeraria, poniéndose panza arriba casi al alcance de sus terribles mandíbulas , agitando, maltrecha, inútilmente sus alas y quedando en apariencia completamente aturdida para milagrosamente reiniciar su retirada al menor indicio de interés por parte de su enemiga.
Y así, metro a metro fue alejándose y alejándola, hasta que cuando lo creyó conveniente, iniciando un vuelo altísimo en perpendicular, tras calcular el grado del angulo requerido y la longitud de la base recorrida, trazó la hipotenusa que venia a completar el triangulo invisible, dibujado en el espacio como marco donde se había desarrollado toda aquella pantomima, yendo a incrustarse el ave, como una flecha, muy lejos ya de la serpiente, en la base de una cepa de vid, bajo cuyos pámpanos se anidó sobre sus huevos que hubieran sido el almuerzo de la bicha de no haber tenido el animal el talento de llevar a efecto la estratagema que os acabo de relatar, para apartar a la serpiente con su engaño del nido al que su olfato la dirigia, logrando su propósito hasta el punto de burlar a la culebra al mismo tiempo que a mi también me había confundico.
Es curioso que siendo todos criaturas de Dios siempre deseemos el fracaso del depredador y nos sintamos mas identificados con su posible victima; debe existir alguna razón que yo ignoro y cuya respuesta no llego a alcanzar, viendo en el hombre esos signos de bondad cuando es el hombre el depredador por excelencia, que se vale de todos los medios y de cualquier excusa para sin ningún escrúpulo esquilmar, incluso extinguir a cualquier ser viviente si no se le pone algún freno para evitarlo. ¿Por qué razón entonces nos conmovemos y sentimos alegría cuando en cualquier documental, o en la realidad misma, la presunta victima elude el ataque y salva su vida? ¿Qué incongruencia es esta de conmovernos por estas insignificancias, siendo lógicas y necesarias para el equilibrio ecológico, para después permitir todas las barbaridades que permitimos y convivir con todas las injusticias que nos rodean?
Quizás porque nunca encontré la contestación que pudiera satisfacerme es por lo que me revelaba, cuando recorría aquellos parajes que tanto añoro, comprobando que con el paso de los años y para desgracia nuestra, habían ido desapareciendo especies cuya presencia era muy abundante en mi juventud, sirvan de ejemplo las liebres y los conejos, tan ágiles que de un salto superaban ribazos con alturas de mas de un metro alejándose después tan rimbombantes mostrándonos con orgullo la borlita de su cola moteada de blanco; los jilgueros, los verderones, las alondras,... cuyos cantos se escuchaban por doquier, unos en las huertas, otros en las umbrías, los demás en los sembrados y en las eras y todos alegrando los amaneceres y solemnizando las puestas de sol; los ruiseñores de los que se podían escuchar sus románticos recitales acudiendo antes del amanecer, a los bosquecillos de olmos que se extendían a lo largo del curso de las aguas del nacimiento de L´Almorqui, de los que fui testigo de la exquisitez de su canto, especialmente en los momentos inmediatamente anteriores a las primeras luces de la aurora que es cuando sus arias alcanzan su mas violenta exaltación como homenaje al nuevo día que se intuye en lo que todavía es total oscuridad. Las cogujadas, las codornices, los mochuelos, las tórtolas, las perdices, las torcaces, incluso los humildes gafarrones que poblaban todos los rincones, cada vez se hicieron mas difíciles de ver aunque a veces aún alegraron de vez en cuando mis paseos. Sin embargo las águilas..., aquellas cuya última pareja hizo nido donde nunca quise saber, aquellas que fueron mis anfitrionas, acompañando mis atardeceres mientras sobrevolaban los cielos de mi hermoso valle..., esas águilas cuya majestuosidad estará impresa en mis retinas mientras tenga vida..., esas, no creo que las vuelva a ver.Tampoco creo que vuelva a ver aquella zorra de la que os hablé, que quizás fuera la última de las que se veían por estos parajes. Espero que si así fuera pueda tener el honor de hacerla pasar a la posteridad si mis hijos son cuidadosos con mis escritos.
Ya no quedamos casi ninguno de los que eramos, ni siquiera los hombres, refiriéndome claro está a aquellos que colaboraron con la naturaleza para juntos construir tanta belleza, aquellos que mas que robarle, le pidieron prestado para después devolverlo con creces, aquellos que tras su anónimo esfuerzo vieron desmoronarse su sacrificio cuando sus hijos," por ley de vida", renunciaron a su legado, emigrando a otros trabajos menos duros y mejor pagados, lejos de sus tierras y de sus casas solariegas que resistieron mientras quedó un ápice de fuerza en los huesos de los viejos que ya descansan en paz, sin pena ni gloria, dando la frente al sol como así aprendieron, por la necesidad que les obligó de por vida, mientras las casas, abandonadas..., ahora son erial propicio para lagartijas, que no para lagartos que también se extinguieron, al igual que casi todos los demás animales a los que he hecho alusión, salvo los pocos que puedan quedar, que de todas formas nunca serán aquellos de mis anécdotas, sino los tataranietos de los que yo conocí, para los que solo soy un triste desconocido.
Pero aún queda un animal que podría ser de mi quinta y al que en verdad le tengo un gran aprecio, aunque solo sea, por lo que juntos hemos convivido, me refiero a mis dos propincuas salamanquesas, mis eternas inquilinas, las que sin querer me intimidaron con sus arrullos y que por su aspecto, solo comparable a un monstruo antidiluviano, deben ser mucho mas viejas que yo. ¿¡Más viejas que yo!?
¡¡¡Que alegría pensar que por aquellas soledades alguien mas viejo que yo me pueda sobrevivir!!!
8 comentarios:
Tus escritos son joyas, no sólo por la prosa excelsa que utilizas sino también por las ricas vivencias y pensamientos que en ellos reflejas y por todo lo hermoso que se puede extraer siempre de ellos. Así que no dudes que este blog pasará a ser un libro al alcance de todos tus descendientes, para que tus palabras sobrevivan incluso a tus queridas salamanquesas.
Un abrazo
Te tomo la palabra y te emplazo a que te pongas manos a la obra. No sabes la cantidad de buenos propósitos que nacen, crecen y mueren sin dejar de ser nunca eso...propositos.
Me encanta, una vez más, el rendimiento literario que le sacas a nuestra querida comarca del Vinalopó. He tenido la sensación, al leer este "post", que estaba presente en cuerpo y alma en las situaciones y paisajes tan bien descritos por tí. Tienes un "ramalazo" de Azorín que me atrapa cada vez que leo algún relato tuyo de esta índole.
Un abrazo desde nuestra querida y, este invierno más fria y húmeda que nunca, Almafrá Alta.
P.D. En una cosa discrepo contigo...me repugnan las Salamanquesas y derivdos...ufff me dan repelús....arrrggg.
Nunca han sido santos de mi devoción las salamanquesas, pero a golpe de compartir espacio y de escuchar sus susurros se llega a tomarles cariño.Especialmente cuando te dás cuenta que son las unicas que han subsistido contigo, con una fidelidad encomiable y una confianza casi familiar.
Qué maravilla de escrito, Juan!!!
Mira que siempre consigues hechizarme cuando tomas la pluma para vagar por tus campos, pero en esta ocasión creo que te has superado a tí mismo.
Consigues que respire el aire limpio, que mis ojos se colmen de naturaleza y vida, que escuche el crujido de tus pisadas, el canto del risueñor al alba, el susurro de las salamanquesas, que por cierto, a mí me encantan y me traen recuerdos de noches de verano en mi niñez.
El dilema que pone el trasfondo de este relato no puede basarse más que en el cinismo, el mismo que ostenta cualquier cazador cuando piensa - Mira qué preciosidad de rebeco - un segundo antes de levantar la escopeta y dejarlo seco.
Igual pasa con el mar. Tanta gente que se desplaza cada verano a la costa porque el mar le resulta un sedante irresistible, una belleza que calma el espíritu, algo que, sin embargo, no les motiva lo suficiente como para recoger las bolsas, latas y desperdicios que dejan a su paso.
Es cierto que tenemos ese instinto, ese sentimiento benévolo que nos hace tomar partido por una víctima que, tarde o temprano, acabará por ser nuestra propia presa. Y eso que no tenemos en cuenta que la serpiente, al fin y al cabo, sólo busca alimentarse y sobrevivir, que puede que ella también tenga un nido y unos huevos que cuidar. Aunque en la historia siempre le toque el papel de mala.
Nosotros lo hacemos por lucro, por deporte, por recordarnos a nosotros mismos que somos los amos de la tierra, por el capricho de saber que podemos acabar con una vida y quedar impunes.
Pero sí, cuando toca elegir, nos sensibilizamos con la víctima. Y esa reacción debe de residir en el mismo lugar en el que reside nuestro afán por dar de comer. ¿Te has fijado en lo mucho que nos gusta? Dar de comer a las palomas, a los gorriones, a las gaviotas, a gatos callejeros, a nuestros semejantes. Es algo innato. Nos produce placer.
En cualquier caso, lo que sí produce placer, y mucho, es leer escritos como este. Es un regalo para el espíritu, Juan. Enhorabuena!
Besos!
Gracias a todos.
Con unos comentarios como estos no me queda mas remedio que tratar de superarme para no defraudaros. Aunque viniendo de quienes vienen y conociendo lo mucho que me apreciais, no me cabe la menor duda de que un porcentaje altisimo de vuestros elogios traducidos correctamente no significan ni mas ni menos que CARIÑO, QUE YA NO ES POCO.-
Discrepo con tu última frase papá...no es el cariño lo que hace que obtengas este tipo de comentarios.Es que ,al igual que Io,yo también me he sentido trasportada a uno de aquellos días...y siento el olor a pino,los rayos de sol en el cogote,escucho el silencio....me gustaría haber heredado de tí,ese lazo que une tu alma a la naturaleza con esa cómplice intensidad y me gusta mucho leer este tipo de escritos,poruqe por unos instantes,consigues que saboree a través de tus ojos,lo que no sé encontrar usando los míos.
No esperaba menos de tí, hija mia.-
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