lunes, 22 de septiembre de 2008

" TRANQUILO "



Yo tenia una finca grandísima en Caprala, en una zona agreste y montuosa en la que aún podian verse animales salvajes que desgraciadamente ya estaban desapareciendo de nuestro entorno.
Siempre he amado la naturaleza y cuando disponía de tiempo me daba una vuelta por aquellos predios, cuyos árboles de cultivo eran tan sólo el recuerdo de lo que en otros tiempos habian sido. Los pinos, las chumberas y los matorrales habían invadido las pequeñas parcelas apareciendo sólo de vez en cuando entre la frondosidad, algun almendro u olivo, solitarios, tratando de elevar sus ramas para buscar la luz y la supervivencia entre la maraña salvaje que los rodeaba.
De trecho en trecho podia encontrarse también alguna higuera que, a pesar de tener sus ramas y su tronco carcomidos por los años, aún podia, si estabamos en temporada, endulzarnos con alguna breva diezmada o algún pequeño higo dulcísimo.
Había algunas cuevas que daban su frescor y cobijo a los pocos que se internaban a través de sus cañadas en busca de aventura, porque realmente era una aventura pisar aquellos parajes mas propios para cabras y alimañas que para el pie del hombre.
Nunca me crucé con nadie en mis incursiones por aquellos vericuetos ya calcinados, ya sombríos, pero siempre bellísimos. A menudo me sentía como el monarca de un reino sin mas súbditos que los animales salvajes que lo habitaban; las tórtolas que oia arruyarse el la frondosidad con su sonoro Ruu, Ruu, las cabras que se dejaban ver en el atardecer, tan esbeltas, por lo alto de los más escabrosos riscos, los zorros que zigzagueaban con su cola casi en paralelo al dorso olfateando el rastro de alguna presa, las perdices que a veces explosionaban su vuelo a un metro escaso de distancia compensando mi susto inicial por una satisfacción inmensa, y así la infinidad de conejos, torcaces, serpientes, etc. que por uno u otro lado aparecían sin darme a veces siquiera tiempo para poder exteriorizar mi asombro.

Una tarde llegué al pie de la cuesta donde empezaba la finca y al bajar del coche se acercó hasta mi un perro flacucho, herido en el costado y con una apariencia famélica y enfermiza que me produjo cierta aversión, incluso temor. Lo rehuí y subí la cuesta con precipitación, mostrándome lo menos amigable que pude para evitar que me siguiera. Conseguí mi proposito y ya en mi reino me olvide de todo contemplando aquel entorno que tanto me relajaba y que siempre me aportaba algo nuevo que poder admirar. No me alejé mucho porque solo disponia de tres horas si queria salir con la luz del atardecer.
Estaba allí, echado junto al coche, esperando paciente mi regreso.
Yo llevaba jugueteando en mis dedos el papel de una madalena que acababa de comerme y haciéndolo una bola se lo lance como si de una piedra se tratara, para intimidarlo, pero el perro se levantó, la olió y se la tragó sin masticar. No obstante, su distracción me permitió subir al coche y salír de allí lo mas rápido que pude. Por el retrovisor pude ver como el perro me seguia con gran ansiedad, como si en ello fuera su vida y me dió tanta lástima su desesperada insistencia que pensé: " Si paro el coche, abro la puerta, y el perro sin tener que insistirle o ayudarle sube al coche, me lo llevo a casa y cuando se reponga ya veremos que hago con él"
Habrán adivinado que nunca salió de mi casa, en cuya parcela de 3.500 m2 se sintió el rey como yo lo hiciera en la finca de Caprala.
Jamás se permitió entrar al recinto de mi casa. El techo que a mí me cubria siempre lo consideró sagrado. Nunca hizo ninguna necesidad ni grande ni pequeña en el recinto de la parcela, siempre salia para ello a los alrededores, y siempre me obedeció en todo con una sumisión y respeto fuera de lo común. Cuando queria algo de él se lo explicaba como si fuera una persona y él lo comprendía exactamente como yo se lo habia explicado.
Era un enemigo temible de los gatos que no osaban acercarse a mi recinto so pena de morir en sus fauces, pero un día llegó mi hija a casa con un gatito. Temiéndome lo peor me acerque a él con el gatito en las manos diciendole: " A este gato no debes hacerle dáño, este gato es nuestro amigo" y mientras le hablaba acariciaba su hocico con la suavísima piel del minino.
No hizo falta insistir, jamás le hizo ningún daño, ni siquiera mostró ningún tipo de enfrentamiento.
Decidí llamarlo TRANQUILO, porque no se inmutaba por nada. Cuando pasaban o tornaban junto a el, se limitaba a abrir un ojo para después cerrarlo de inmediato, sin aparentemente mostrar la más mínima atención, pero si aparecia por las inmediaciones alguien que él consideraba peligroso, con una actitud fuera de lo común se le enfrentaba con el mayor rigor, sin permitir que pasase de las puertas del camino, con una agresividad impropia de su carácter.
Era una mezcla de setter y bretón, de color blanco con manchas marrones y ya llegó a nosotros con la cola cortada luciendo tan solo un pequeño muñón que inutilmente movia si buscaba otro fin que no fuera mostrar su regocijo.
A veces lo llevábamos al pueblo y para que no nos siguiera a todas partes le decia: " Tranquilo, tú no puedes entrar en las tiendas, está prohibido, quédate aquí cuidando del coche y no te muevas".
Nunca osó levantarse ni moverse sin mi permiso, aunque nos estuviese viendo desde lejos. Sin embargo, bastaba un solo gesto para que se reuniese con nosotros de inmediato.
A mis hijos Fran y Ana los acompañaba al colegio y puntualmente volvia a recogerlos a la salida. ¿Qué extraño mecanismo le ayudaria a intuir la hora?
En mi casa todos mimaban y jugaban con tranquilo, pero cuando yo llegaba, ya no habia nadie más para él. Si estaba alegre, saltaba a mi lado de alegría, pero si me veia triste andaba silencioso, pegado a mis piernas y conpungido como si mis preocupaciones fueran más suyas que mías.
Apoyaba su cabeza en mis rodillas y me miraba con tal expresión de tristeza que me veia obligado a cambiar el chip aunque solo fuera para no verlo tan abatido.
Un día mis hijos jugaban con un pajarito que aún no volaba y yo los insté a que lo pusieran en una rama para que a los padres les fuera más facil localizarlo y alimentarlo. Lo situamos en la rama de un naranjo y nos metimos a la casa para comer. Poco después empezó a llover intensamente y a mitad de comida notamos como arañaban suavemente la puerta de la cocina. Cual no fue nuestra sorpresa cuando tras la puerta vimos a Tranquilo, empapado, llevando en la boca entreabierta, con toda la ternura que una madre pudiera tener para su bebé, al pajarito que había sido derribado de la rama por el viento y por la lluvia y al que Tranquilo había salvado.
Lo sacamos de la cuna de sus fauces y lo secamos no sin antes felicitar con efusión aquel ser al que no sé cómo calificar, porque desde luego no era un animal como a tales se califica, ni un humano tal como nosotros lo reconocemos. Yo creo que era mucho más.
A veces llevaba en su mirada escrito con MAYUSCULAS " He hecho esto porque creí que debia hacerlo, pero no se si va a gustaros" y cuando comprobaba que lo habia hecho bien, por nuestro regocijo, saltaba de alegria.
Le ponia la comida en la esquina del corral y siempre esperaba a que le autorizase a empezar ya con una palabra, ya con un gesto, pero no impaciente ni con desasosiego, sino "tranquilo" y educado.
Ultimamente, cuando le instaba a que comiese, tímidamente y como si me pidiera perdón, se retiraba de la comida y se alejaba. A los pocos días descubrí el misterio; detrás del corral habia parido una perra y el, muy cortés, le cedía su comida. Impresionado por su gesto lo llamé y le dije:" Pero hombre, podias haberme dicho que eras padre y hubiese puesto comida para los dos " y acercándonos a donde estaba la perra y la camada contemplamos gozosos aquella hermosa estampa mientras la perra, para que pudiese ver mejor a los cachorros levantaba la pata trasera mientras los amamantaba. Desde entonces comieron juntos la doble ración y algo más.
Sería interminable contar todas las increibles hazañas que Tranquilo hizo en los doce años que vivió con nosotros y de las que he omitido la inmensa mayoria no porque las haya olvidado o porque me parezcan de menor interés que las que he referido, sino en verdad porque harian interminable esta historia.
Si cualquiera de sus hazañas escritas u omitidas es digna de que Tranquilo permaneciese siempre en nuestro recuerdo, en su conjunto, es tal su palmarés que dudo haya habido perro con más méritos en los confines del mundo.
Una mañana el hombre que venia a hacer las labores de la huerta me dijo que habia encontrado al perro muerto y que lo habia enterrado. Me sentí desposeido como si me hubiesen usurpado algo que a mí sólo correspondía, pero ¿qué iba a hacer? Comprendí su actitud y no quise reprocharle lo que habia hecho en su ignorancia.
Sé que tampoco lo hubiera comprendido, pero desde entonces, siempre que lo revive mi recuerdo, después de sentir la alegría de haber tenido un tan buen amigo y la tristeza de haberlo perdido, no puedo además, evitar el verlo enterrado, sin respeto, por una mano extraña y sin el calor de mi última caricia y noto una punzada que, inevitablemente, me duele como una espina en el corazón...

8 comentarios:

Txema Rico dijo...

Jolín, se me han puesto los "pelos como escarpias". Y yo pensaba que "Tranquilo" era tan sólo aquel perro que aparecía por el camino de entrada a tu casa cuando ora andando ora en bici, acudía a jugar con tus hijos. Que recuerdos...!!! Ese si que fue el verdadero "amigo del hombre". Con amigos así, quien necesita amigos?

JuanRa Diablo dijo...

Tienes razón en que dejas muchos recuerdos entrañables en el tintero. Como la primera vez que lo trajiste a casa, al campo. Nos acercamos los cuatro para acariciarle la cabeza y se puso tan tan contento al ver que había llegado a un lugar en donde le querían que empezó a dar vueltas y más vueltas a la casa hasta quedar exhausto. Luego le sacamos un barreño con agua y se la bebió toda.
Sin duda pasó de golpe de una vida de triste soledad a una felicidad inmensa. ¿Qué habría sido de él si no te hubieras cruzado en su camino?

Anónimo dijo...

Haces muy bién de escribir todos tus recuerdos porque como bién se dice "las palabras se las lleva el viento" pero lo escrito ahí queda.
Me gusta leer tus recuerdos y comparartirlos mentalmente con los míos que vivieron esas experiencias. "Tranquilo" murió en la cabaña que tú nos construiste bajo del olivo del terreno que Juan y Tomás te compraron por unas pocas pesetas cuando eran unos niños. Lo ví entrar agotado y me acerqué. Al llamarlo sólo movió una oreja y ni abrió los ojos. Poco después me acerqué y ya había muerto. Con lágrimas en los ojos empecé a cabar yo mismo su tumba al lado del quemador de broza del bancal de los naranjos porque me parecía una lugar tranquilo, pero finalmente, si no recuerdo mal, lo enterramos bajo uno de los perales que todavía quedaban en el bancal de los almendros porque según dijiste se perpetuería en la vida de aquellas peras que luego compartirían nuestra mesa. A veces los recuerdos no coinciden del todo pero casi siempre lo hacen en lo esencial. FRAN.

Iván Arribas dijo...

¡Qué bueno si yo hubiera llegado antes y haber conocido a Tranquilo!

Unknown dijo...

Me ha encantado recordar con vosotros a Tranquilo "el mejor perro de la historia de los perros". Recuerdo perfectamente a su pandilla de perros pulgosos de los barrios marginales, casi todos vagabundos.

Entraban a recogerlo en grupo, encabezados por la perrita negra a la que dio cobijo y comida mientras ella criaba a sus cachorros.

En alguna ocasión nos lo encontramos a lo lejos con su pandilla y mirándonos nos ladraba y sonreía (porque Tranquilo sonreía) como diciéndonos: "Estoy bien, ya volveré a casa, os quiero... ...".

Y nosotros a ti.

Io dijo...

¡Qué guapo! ¡Qué sonrisa!

Es curioso, pero muchas veces son los animales los que nos encuentran a nosotros, como te pasó a tí. Los últimos cuatro animales que hemos "adquirido" no fueron elegidos por nosotras. Nos pasó algo parecido a lo que tú viviste. Ellos nos eligieron. Parece que "alguien" les hubiese dicho a quién se tenían que arrimar...

Tranquilo es una leyenda. Para todo el que le haya conocido, tiene que serlo. Lo que has relatado, dentro de la innata capacidad de los animales para entregar lo mejor de sí mismos, se sale de lo común. Para tí habrá sido y seguirá siendo, además, tuyo, enteramente tuyo, y sólo en tu corazón habrá dejado una muesca intemporal que te acompañará mientras vivas. Son esos regalos inexplicables que encontramos una mañana en el camino de nuestras vidas sin previo aviso, sin poder adivinar en ese momento la magnitud del presente que se nos ha dado.

Siempre se nos tacha de buenas personas por sensibilizarnos con los animales, pero rara vez se habla de lo que esos animales nos aportan a nosotros.

Qué magnífico relato! Qué estupendo que conserves tus recuerdos con tanta nitidez y que quieras compartirlos con nosotros!

Me temo que vas a tener muchas visitas a esta entrada. Porque sé de muchas personas que van a sentir lo mismo que yo al leerla, que por suerte, aún somos muchos los que lloramos porque nuestro perro no ha muerto en nuestros brazos.

Un abrazo inmenso.

Kurilia dijo...

Aquí estoy, por recomendación de mi gran amiga Io.
He leído innumerables relatos de recuerdos o experiencias de las personas con sus animales. Incluso he vivido algunas experiencias extraordinarias con los mios propios. Sólo puedo decir que he llorado una vez más, esta vez con tu relato, no porque sea un relato magnífico, que lo es, si no porque mi sensibilidad en estos temas está por debajo del umbral de lo común y, sobre todo, porque la historia es bellísima.
Supongo que tu lloraste al escribirla. Yo lo hubiera hecho.
Enhorabuena por ser tan buena persona. Si no lo fueras, Tranquilo no te hubiera adoptado como lo hizo.

Unknown dijo...

Apreciado amigo, he llegado aquí a través de un comentario que has dejado en el blog de “Lo”. Me ha gustado sentir esos sentimientos tan a flor de piel por ese perro que un día comprendió que eras la persona adecuada para vivir sus últimos años.
Lo malo, es que los años pasan para todos. Y el primero que se va, nos deja un vacío irremplazable. La vida continua, los recuerdos también. En mi blog, encontraras varias entradas con referencia a los perros. A parte de una serie sobre los perros abandonados que desgraciadamente me voy encontrando por ahí.
En fin, una excelente entrada, a pesar de la tristeza que provoca la pardida de “tranquilo”.
Un fuerte abrazo