Después de escuchar sus deprecaciones, Dios, desterró al hombre del Paraiso...
En Su inmensa misericordia, no quiso dejarlo totalmente desamparado y lo invistió de los Dones de la Sabiduria, el Entendimiento, el Consejo, la Fortaleza, La Ciencia, la Piedad y el Temor a Dios. Con el buen uso de estos dones y un poco de su esfuerzo, el hombre podría acceder a las virtudes necesarias para poder combatir los vicios que su pecado había propiciado, de forma que la Soberbia podría combatirla con la virtud de la Humildad; la Avaricia con la Largueza; la Lujuria con la Castidad; la Ira con la Paciencia, la Gula con la Templanza, la Envidia con la Caridad y la Pereza con la Diligencia.
Estas virtudes no las concedió Dios al hombre como dones, ya que si así hubiese sido no podrían llamarse virtudes y carecerían del mérito que les confiere el esfuerzo que el hombre tiene que realizar para adquirirlas, pero si nos dió la predisposición y la capacidad para acceder a ellas haciendo un buen uso de los dones antes citados, que si están infundidos en nosotros.
Estos dones y estas virtudes facultaron al hombre para obrar bien a lo largo de su existencia y la de sus descendientes, pero como por la esencia de todo lo creado, lo que existe tiene siempre su opuesto y el hombre podía incurrir en el error, reforzó la ayuda mediante otras virtudes que vendrían a reforzar a las anteriores, así como a los dones de los que ya estabamos investidos.
De ellas, la que más precisábamos era la Prudencia, que tenía la facultad de distinguir entre el bien y el mal. Imagínense lo fácil que a partir de entonces le habría sido al hombre obrar, si hubiese hecho un buen uso de esa virtud. Todos sabemos en nuestro fuero interno cuando estamos obrando bien y cuando lo estamos haciendo mal. La Justicia, tal cual su nombre nos inspira, impecable e implacable, la puso Dios en nuestras manos con la cualidad de infalibilidad, porque era una sencilla respuesta a la verdad pudiendo aplicarse sin temor a error, y ahí está como virtud aunque no hayamos sabido hacer un buen uso de ella al degenerarla con leyes, impuestas por los hombres, que se apartan de su esencia.
Muy importante debió considerar Dios la Fortaleza cuando nos la obsequió como Don y como Virtud para que nos diera el empuje para seguir nuestro empeño en defensa de cualquier buena causa hasta su consecución. Tambien nos dio una cuarta virtud fundamental, la Templanza que guarda el equilibrio entre el desenfreno y la insensibilidad. LA TEMPLANZA NO CONSISTE EN SUPRIMIR, SINO EN ARMONIZAR.
Sabía Dios que el hombre tendría a lo largo de su vida momentos en los que dudaria de Él y de otras verdades que le rodeaban y para ayudarle ante estos coqueteos con el pecado le infundió la Fé, que es una capacidad que Dios sembró en nuestras almas como una semilla que debíamos desarrollar a lo largo de nuestra existencia, para creer lo que no está al alcance de nuestro entendimiento, por el solo hecho de haber sido revelado por alguien que es autoridad en el asunto y merecedor de nuestra confianza.
Como fé humana puede hacerse extensiva a otros hombres y a las instituciones, pero la Fé Divina, es una facultad que tiene el hombre de reconoceer a Dios, no de forma teorica y abstracta, sino como una luz que nos permite reconocerlo y entenderlo.
Tambien nos infundió la Esperanza, que nos permitiría vivir confiados al poder vencer con ella el desaliento, poniendo en nuestros corazones el deseo del Cielo y la presencia de Dios.
No tendrían ningún sentido la Fé y la Esperanza si no desembocaran en la Caridad que nos hace partícipes del propio ser de Dios que es Amor. La Caridad es paciente, no se irrita, engendra dulzura y bondad, es desinteresada, todo lo escusa y se complace en la Verdad.
¿Qué guerrero podría ir mejor pertrechado que el hombre para afrontar todos los peligros de la vida?
Pero no bastan las armas y los escudos de los que disponemos si no tenemos la voluntad de hacer el esfuerzo para utilizarlos.
La apatía está mas lejos de la duda y el resentimiento que de nuestra propia pereza y cualquier cosa es motivo para apartarnos de nuestra obligación. Si el creer nos obliga, pronto perderemos la Fé si no tenemos la fortaleza de ampararnos en la virtud, porque si no lo hacemos ni las mayores evidencias nos valdrán para cambiar de actitud.
LOS QUE NO CREEN, O MEJOR, LOS QUE NO QUIEREN CREER, DICEN QUE NADA ES MILAGRO CUANDO SE LE PUEDE HALLAR UNA CAUSA NATURAL QUE LO PUEDA JUSTIFICAR, SIN DARSE CUENTA DE QUE LA ESENCIA DEL MILAGRO ESTÁ EN QUE ESE ALGO NATURAL SE PRESENTE CUANDO SE PRECISA.
El hombre es proclive a dejarse llevar por sus impulsos. A elevar al héroe o a desmantelar hasta su último vestigio. La Virtud y todos aquellos valores que eran fundamentales para la convivencia y cuyos pilares habian venido fraguándose a lo largo de los siglos, se desintegraron en solo una generación, para no quedar de ellos más que un recuerdo en los que tuvimos la oportunidad de vivir las últimas etapas de aquellos años.
¡Qué fácil es dejarse arrastrar por lo que nos inspira curiosidad, si para acceder a ello no se precisa ningún esfuerzo, y si además satisface nuestro instinto aún resulta mucho mas atractivo! PERO ¡QUÉ DURO ES FRENAR Y MODERAR NUESTRAS PASIONES, CUANDO NO EXISTE YA EL RESPETO HACIA LOS DEMAS NI HACIA NOSOTROS MISMOS!, "CUANDO LA VIRTUD SE CONFUNDE CON LA REPRESION" Y EL GOZO ESPIRITUAL ES SOLO UNA FRASE QUE OYERON EN BOCA DE SUS ABUELOS.
Hoy lo que antes era Tabú es lo cotidiano y en general se piensa que los antiguos eran unos reprimidos, NO QUERIENDO OTORGARLES EL GALARDON DE VIRTUOSOS, pero creo que como yo, todos los que vivieron aquella época no la cambiarían por la de ahora. Por lo menos en ese aspecto.
Hasta en las actitudes mas altruistas prima más el anhelo de aventura que la nobleza de la causa. A NADIE MUEVE HACER CARIDAD EN EL BARRIO QUE HAY A DIEZ CUADRAS DE NUESTRA RESIDENCIA, pero el anhelo de aventura EN OTRAS LATITUDES, si incentiva nuestro entuisiasmo y propicia nuestro afán en pro de alguna buena causa. Bendita sea y llegue por el camino que llegue, que venga sin restarle ningún mérito.
La familia se desintegra porque sus miembros, aunque materialmente sigan conviviendo bajo un mismo techo, dejaron de formar parte de la célula familiar antes de su propia emancipación.
Los padres pasan a ser unos iguales para los hijos, no dejándose arrastrar, ninguno por ninguno, en pro de ninguna causa común; considerando como a un enemigo a quien les increpa, aún a sabiendas de que lo hace con toda la razón.
Los estereotipos politicos y religiosos que están tan arraigados, responden a la forma de ser de un determinado grupo social, y se trasmiten y se heredan no por razones de un análisis que indefectiblemente justifique tal criterio. Algo semejante al que defiende el vino de su tierra como el mejor, sin haber probado ningún otro caldo.
Si consultamos a los que se mantienen en ellos, nos daremos cuenta de que carecen de fundamentos que los respalden, y de ellos, la mayoria ni siquiera han intentado pensar adecuadamente si su postura es la más acertada, apoyados mas en el odio que en la razón. Pero vaya usted a llevarles la contraria...
Conociendo la misericordia de Dios, no debemos desmayar. Cuando nos creamos hundidos, recordemos que San Pedro, en una sola noche negó a Cristo hasta tres veces y hoy está a la diestra de Dios Padre. Pero tampoco debemos ser tan confiados y no estaria de más que de vez en cuando manifestasemos al menos nuestra buena fé y nuestro verdadero deseo de ponernos al lado de la verdad.